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PEDIATRÍA INTEGRAL - Revista de formación continuada dirigida al pediatra y profesionales interesados de otras especialidades médicas

PEDIATRÍA INTEGRAL Nº4 – JUNIO 2021

Clorosis

Historia de la Medicina y la Pediatría


M. Zafra Anta*, V.M. García Nieto**

*Servicio de Pediatría del Hospital Universitario de Fuenlabrada, Madrid. Miembro del Grupo de Historia de la Pediatría de la AEP. **Coordinador del Grupo de Historia de la Pediatría de la AEP. Director de Canarias Pediátrica

 

 

Pediatr Integral 2021; XXV (4): 205.e1 – 205.e7

 


Enfermedades pediátricas que han pasado a la historia (2). Clorosis

Generalidades

La clorosis fue una entidad patológica de diagnóstico común y aparentemente de alta incidencia durante el siglo XIX, documentada desde el siglo XVII y casi exclusiva de adolescentes de sexo femenino. En el diccionario de la Real Academia Nacional de Medicina se cita como la hemopatía más frecuente en el siglo XIX. El término clorosis procede etimológicamente, del griego khlor- “amarillo-verdoso”, y –osis “proceso patológico”. Otras denominaciones fueron, en inglés chlorosis, green sickness, cloroanemia y enfermedad verde(1-5). Actualmente, solo se emplea en contextos históricos y no se explica en los estudios del Grado de Medicina. No se debe confundir con la enfermedad de las plantas que se denomina clorosis, por el color amarillento de las plantas verdes, debido a la falta de actividad de los cloroplastos.

En el siglo XVI y XVII, el “mal de amores” estaba emplazado en la sabiduría popular. En la literatura y en la cultura se fue introduciendo desde el Renacimiento una cierta estética corporal de las chicas adolescentes, así como un comportamiento “tipo”. Diversos autores citan que la primera descripción clínica moderna-renacentista de la denominada “enfermedad de las vírgenes”, fue realizada por Johannes Lange de Heidelberg, en 1554, y se curaba, “lógicamente” con el matrimonio(1-5). La clorosis, ya con este nombre, un neologismo, fue descrita por Jean Varandal (1560-1617), profesor de Montpellier, en 1615. Se consideraba como un accidente inevitable del desarrollo, hasta que tuvo un enorme auge clínico y diagnóstico en el siglo XIX y ocupó gran parte de los tratados de Medicina y de Ginecología-Obstetricia. Súbitamente desapareció como enfermedad, en el primer tercio del siglo XX. Uno de los que puso fin a la denominación como tal fue Gregorio Marañón, médico y escritor español(4).

Clorosis en la pintura y la literatura

En tres obras del pasado, se puede rastrear la ascendencia de la clorosis en la historia del arte. La primera es la obra de Samuel Dirksz van Hoogstraten (1627-1678) titulada “La visita médica” o “La dama anémica” (Fig. 1).

Figura 1. Samuel Dirksz van Hoogstraten (1627-1678). “La visita médica” o “La dama anémica” (c. 1660). Óleo sobre lienzo, 69,5 x 55 cm. Rijksmuseum, Amsterdam.

La segunda, es el oleo denominado “Clorosis”, obra del pintor catalán Sebastià Junyent Sans (1865-1908) (Fig. 2).

Figura 2. “Clorosis”. Óleo sobre tela. Hacia 1899. Museo Nacional de Cataluña. Sebastià Junyent (1865-1908). Disponible en: https://www.museunacional.cat/en/colleccio/chlorosis/sebastia-junyent/038927-000.

En el cuadro Las meninas, de Velázquez, María Agustina Sarmiento le ofrece a la princesa Margarita de Austria un búcaro rojo en una bandejita de plata (Fig. 3).

Figura 3. Fragmento de “Las meninas”. Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1559-1660). Museo del Prado.

Esto parece que alude a la costumbre de “bucarofagia”, que durante el Siglo de Oro se puso de moda entre las mujeres de la nobleza en Europa Occidental(6). La piel blanca se consideraba especialmente seductora. Se comían arcillas y búcaro, con la creencia de que proporcionaba esa palidez a la piel, y otros efectos, como opilación, alucinógenos o adictivos. Esto aludiría también a la virginidad. El efecto contrario se conseguiría con la ingesta de polvos de hierro o de aguas ferruginosas.

Las narraciones que señalan el peso de la clorosis en el lenguaje común y literario del Siglo de Oro y el Barroco son abundantes.

Literatura en lengua inglesa

En tres dramas del escritor inglés William Shakespeare, se encuentran arquetipos compatibles con la imagen de la mujer en los siglos XVI y XVII(7):

– Hamlet (en inglés: The tragedy of Hamlet, prince of Denmark), escrita en 1599-1601. Es una de las obras más influyentes de la literatura inglesa. Ofelia ofrece un perfil de enfermedad (que denomina de “fregona”) con llanto, pérdida de apetito, insomnio, miedo a la locura y pensamientos suicidas.

– Romeo y Julieta (en inglés: Romeo and Juliet o The most excellent and lamentable tragedy of Romeo and Juliet, 1597) es una tragedia de las más famosas, arquetipo de los “amantes desventurados”.

– Los dos nobles caballeros (en inglés, The two noble kinsmen, 1613) escrita de forma conjunta por John Fletcher y William Shakespeare.

The Wings of the Dove (Las alas de la paloma) es una novela escrita por Henry James (1843-1916), en 1902. La protagonista de la novela padecía probablemente clorosis, si bien el autor no nombra la enfermedad(8).

Literatura en español

• Lope de Vega, “El acero de Madrid” (1608). La protagonista, Belisa, finge una “opilación” que se cura con el “retozo amoroso” que termina en embarazo y matrimonio. La obra fue citada por Gregorio Marañón(4). La opilación se achacaba al amor contrariado o a la perversión del apetito de comer barro. En el acto segundo: “Niña del color quebrado, o tienes amor o comes barro”. Se le recomendaba el agua acerada: el paseo y tomar aguas ferruginosas o poner trozos de hierro en un búcaro. El paseo hasta las aguas medicinales, así como el encuentro con el amado en dicho lugar era lo que le curaba, añade Marañón.

• Emilia Pardo Bazán (1851-1921), en su novela “Morriña”, una novela “menor”, publicada en 1889, junto con Insolación(9).

En un momento dado describe al protagonista, Rogelio:

“La infancia, con su ligereza de mariposa, sus vagos horizontes de plata y azul, se quedó atrás; y la golosa juventud, la de insaciables labios, surgió tendiéndolos con afán a la copa eterna. La sangre de Rogelio, hasta entonces lenta, enfriada por la clorosis, saltó en las venas con impetuoso hervor y, refluyendo al corazón de golpe, volvió a derramarse encendida por el organismo…”

Curiosamente, refiere Pardo Bazán la clorosis en Rogelio, un joven, varón. No da más explicaciones, como si los lectores conocieran bien a qué se refería. La clorosis se atribuía especialmente a mujeres, pero no exclusivamente; o, quizá, Pardo Bazán quiso hacer un guiño con intención feminista.

La clorosis en España

Hemos realizado una búsqueda en la hemeroteca de prensa histórica con el término “clorosis”:

• En la hemeroteca de la Biblioteca Nacional de España se han obtenido 47.873 resultados (Fig. 4).

Figura 4. Anuncios en la prensa histórica española sobre el tratamiento de la clorosis.

– El más antiguo: Diario de Madrid. 4/11/1804, página 2. “… la clorosis u opilación degenera en una ptisis…”

– Hay 196 referencias hasta antes del año 1850.

– El resultado más reciente es: La Información (Cádiz). 18/12/1941, página 2.

– De los que más citan: Boletín de Medicina, Cirugía y Farmacia, antes de 1840.

• La hemeroteca de La Vanguardia tiene 4.793 citas para el término “clorosis”, aunque hay que eliminar las que se refieren a la enfermedad de las plantas.

– La última cita de clorosis como enfermedad con anemia, fue un anuncio de hipofosfitos para su tratamiento (La Vanguardia, 2 de septiembre de 1939, p. 4).

Es oportuno ahora citar tres tesis doctorales sobre el tema leídas en España.

• 1877. Peláez y Verde F. ¿La Clorosis es una discrasia o una neurosis? Su verdadera definición. Tesis de doctorado, Madrid, Imprenta de Lázaro Maroto.

Es de los primeros autores españoles que trata la clorosis(10). Destaca que es una anemia globular esencial, seguida de una hiperestesia generalizada.

• 1883. Martínez Vargas A. Juicio crítico de la clorosis en armonía con las teorías modernas. Tesis doctoral. Madrid. 1883. Imprenta de Laporta y Mercader.

Martínez Vargas hizo una revisión del tema(3), un estudio “compendioso”. Posteriormente, fue catedrático de Pediatría en Barcelona hasta 1931, muy influyente en el nacimiento de la Pediatría española, si bien no se ocupó de este tema en su revista médica. Para él, la clorosis era una anemia con ciertas modificaciones en la forma clásica según el individuo enfermo, y el “despertar de su letargo los órganos genitales”… “La languidez y la atonía son el sello constante de la vida vegetativa de la mujer”. Insiste en que puede ser multifactorial. Cita la sinonimia histórica, que entonces era una de las formas de asentar la entidad nosológica: “Hipócrates, Avicena (Illisis), L. Mercado (Febris alba et virgininum obstructiones), Rodrigo de Castro, (Morbus virgineus), Tissot y, generalmente, el vulgo (opilación), y la opinión científica contemporánea – Andrés Martínez Vargas (clorosis)”. Define la clorosis como “astenia esencial consecutiva al desequilibrio entre el sistema vascular y nervioso gangliónico, caracterizada por una disminución de la materia colorante de la sangre, por sensibilidad de todas las funciones con desarreglos nerviosos y por el color pálido verdoso de la piel”.

1905. Sánchez Covisa J. Algunas consideraciones generales sobre el concepto de “La clorosis”. Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid, 1905.

Para José Sánchez Covisa (1881-1944), la clorosis fue una «enfermedad» tan generosamente diagnosticada en el tránsito de los siglos XIX y XX, que se convirtió en un problema, que con el paso de los años, lejos de clarificarse, se había ido «embrollando»(10,11).

En la búsqueda realizada en el CSIC Índice Médico Español, hay tres referencias de clorosis medicina: la de Carrillo, y dos de Bernabeu-Mestre, et al.

La clorosis fue citada por Pittaluga en la primera edición de su tratado de Hematología (Madrid: Ed. Calpe, 1922). Fue autor de otro tratado con Naegeli (Barcelona: Labor, 1934). En 1915, Pittaluga la encuadró dentro de las hemodistrofias por su fondo neuropático. Más adelante, citaremos a Marañón.

Clínica. Definiciones

La clorosis, especialmente en el siglo XIX, era considerada una enfermedad crónica, de larga duración, propia y exclusiva o casi de las jóvenes, apareciendo, en general, de los 14 a los 24 años, aunque se podía observar también en ciertas fases de la “vida genital”, como el embarazo o la menopausia(10). De evolución insidiosa, aunque podía ser precipitada por un acontecimiento físico o emocional, la sintomatología que acompañaba a las enfermas de clorosis se caracterizaba por la edad de presentación en la adolescencia, el predomino femenino, la palidez de la piel, uñas y labios, o bien, un cierto color amarillo-verdoso de su piel. Parece que la intención de denominarla enfermedad verde era por la edad de la juventud, pues la piel no se pone verde(1,2,5) y, como indicaban los autores de la época, por la “flojedad física y moral”.

Los síntomas que añadió y sistematizó Thomas Sydenham (1624-1689), el “Hipócrates Inglés”, en su muy influyente obra póstuma Procesus Integri in Morbis fere Omnibus Curandis a finales del XVII fueron: 1) decoloración de la cara y de la totalidad del cuerpo; 2) intumescencia de la cara, párpados y maléolos; 3) pesadez de la totalidad del cuerpo; 4) tensión y lasitud de piernas y pies; 5) dificultad respiratoria; 6) palpitaciones; 7) dolor de cabeza; 8) pulso febril; 9) somnolencia; 10) tendencia no natural a las cosas nocivas y a usarlas como alimentos (pica); y 11) supresión de las reglas. No contabilizó otros tres frecuentemente propuestos, como la aversión a la carne, la coloración verde y la tristeza.

Tradicionalmente, los autores médicos otorgaron a la aportación de Freiderich Hoffmann (1660-1742) un gran protagonismo. Se dice que fue él quien colocó a la clorosis como una entidad clínica definida en un sentido moderno(11). Hoffmann, de Halle, alemán, fue profesor de medicina y uno de los más apreciados de su época. También, fue relevante en el estudio de enfermedades pediátricas en el siglo XVIII. Así, publicó el tratado Praxis clinica morborum infantum. Dejó muchas contribuciones originales, como el primer estudio científico sobre la intoxicación por monóxido de carbono (1716).

Durante el siglo XIX, hubo progresivamente una multiplicación de síntomas diagnósticos en la clorosis. Si bien, algún médico pronto planteó dudas. Así, Andrew Fogo, un médico inglés, declaró en 1803 que la enfermedad verde era un trastorno imaginario. Aunque la pobreza de datos clínicos es lo usual en la historia de las enfermedades, en el caso de la clorosis sucede lo contrario, un exceso de datos y de denominaciones(10).

La amenorrea era un síntoma cardinal en los trabajos publicados entre 1750 y 1850, y se utilizaba como sinónimo de la enfermedad (opilación). La edad de la menarquia entonces debía estar situada alrededor de los 14 años. Desde 1830 en adelante, la amenorrea ya no se aceptaba como causa de la clorosis. No fue hasta 1839 que se empezó a afirmar, no sin valentía, que el flujo menstrual no era patógeno para el organismo femenino (Fox)(2).

La clorosis no tuvo un sustrato anatomopatológico o morfológico hasta que se encontró anemia microcítica en muchas pacientes, si bien no se sabía la causa(3). Virchow, en 1872, propuso como causa una hipoplasia vascular en la pelvis y el aparato genital. Con los progresos diagnósticos del siglo XIX en las pacientes, se empezaron a objetivar enfermedades con una etiología concreta, como tuberculosis o enfermedades endocrinas.

El tratamiento era diverso. El hierro fue usado frecuentemente, de forma empírica, antes de la teoría de la anemia, aunque muchas de las formulaciones usadas no podían proporcionar hierro absorbible de forma significativa. También, se usaba: opio, verduras ácidas, corrientes eléctricas, incluso, en los genitales femeninos, hidroterapia, balneoterapia, ejercicio y dieta blanda(2) y se añadió hipofosfitos, quinina y chocolate. El matrimonio y las relaciones sexuales se proponían para la rápida curación (Lange y diversos autores del XVIII y principios del XIX). En EE.UU. y en Inglaterra se desechó la teoría basada en factores psicógenos, particularmente, con implicaciones sexuales y se aceptaron solo cambios físicos o químicos.

Se citaban síntomas mentales desde el comienzo del proceso como: tristeza, nerviosismo, irritabilidad, laxitud, aversión a las compañías(2). También, se señalaron otros síntomas como disnea, palpitaciones o dolores neurálgicos. Los trastornos del apetito se referían como una alteración constante: “caprichoso” o “depravado” o rechazo. Podían estar asociados con náuseas o vómitos. Se decía que las pacientes evitaban algún tipo de comida, en concreto como la comida roja y se preferían los alimentos quemados o de color negro. Era muy llamativa la “pica” o ingesta de materiales no nutritivos como: ceniza, cáscara de huevo, lacre, pizarra, tiza, tierra. Había pérdida de peso e incluso autoinanición, pero no era lo más frecuente. Algunos autores señalan pánico a la obesidad (Thomas Albutt, 1898) y otros señalan episodios de bulimia alternando con anorexia (Laycok, 1840). Obsérvese la similitud con la anorexia nerviosa.

Hasta mediados del XIX, la edad típica era la adolescente, sobre todo en mujeres y de clase social media-alta de Inglaterra en la era Victoriana. Desde los años 1850, se refería más a las clases bajas, en personas que trabajan en la industria o de empleadas de hogar. Encajaban casi todo tipo de síntomas y de mujeres en todas las clases sociales (Robert Willan, 1801). Thomas Albutt veía casos, tanto en consultorios públicos como privados (1898). Stockman, en 1895, señalaba que se producía entre los 15 y los 20 años. William Osler, en 1898, estableció su inicio entre los 14 y los 17 años. Se señalaba que era algo más común en Europa y, sobre todo, en el sur del continente. Pocos autores afirmaban que se daba, también, en varones.

La prevalencia de la clorosis no estuvo bien definida antes de mediados del siglo XIX, pero los datos de publicaciones de textos médicos señalaban que era muy común en ese siglo, en ocasiones, tanto como para ser el tercer o cuarto trastorno registrado en los dispensarios en épocas no epidémicas, después de otros como: fiebre prolongada, tisis, trastornos pulmonares sin fiebre o enfermedades cutáneas(1).

Ernts Grawitz (1860-1911), Hermann Nothnagel (1841-1905) y Otto Naegeli (1871-1938), de alguna forma representaron las tres grandes corrientes del pensamiento patogénico de la clorosis en el tránsito entre los siglos XIX y XX(11). Grawitz fue el más firme defensor de su fondo neuropático, Nothnagel apelaba al estreñimiento y Naegeli defendió la existencia de un desequilibrio del sistema endocrino.

Desaparición de la clorosis como enfermedad

En las primeras décadas del siglo XX, la clorosis comenzó a disminuir como motivo diagnóstico, y se abrió un amplio debate acerca de las causas de su desaparición(10). En 1936, Gregorio Marañón y Posadillo, uno de los médicos de más prestigio en España en el siglo XX, citaba que el problema de la clorosis “ha desaparecido” y puso en duda sobre si existió realmente(4):

“… Ha influido en la vida de la mujer –y por tanto, en la del hombre– que ha enriquecido a tantos farmacéuticos y propietarios de aguas minerales, que ha hecho exhalar tantos suspiros de jóvenes enamorados y movido la inspiración de tantos poetas; si la clorosis, en fin, ha existido jamás”.

Marañón escribió que el síndrome clorótico es una mera consecuencia de una entidad diagnosticable. Refería como posibles causas de la clorosis o cloroanemia sintomática: infecciosas (tuberculosis, foco séptico latente [faríngeo, dental, nasal…], sífilis); endocrinopatías (insuficiencia ovárica y disovarismo, alteraciones tiroideas [hiper generalmente, o hipofunción]; alteraciones suprarrenales [hiper o hipocortisolismo]); anemia por sangrado digestivo; y otras causas (fiebre reumática, estenosis mitral, alimentación deficiente o incorrecta, intoxicación y drogas).

La civilización moderna curó la clorosis, afirma, o parece que la curó, de un modo teatral. Ya se citó su desaparición por el hematólogo Morawitz en el Tratado de Medicina de Klemperer, de 1934. Puede resumirse como causas de su desaparición:

• La falta de razones científicas para considerar a la clorosis clásica como entidad nosológica (en su mentalidad científico-natural), como la falta de constancia de síntomas, de uniformidad clínica y de una anatomía patológica específica, así como de su curación con una determinada terapéutica. Quizá, actualmente, muchas enfermedades cumplirían estas “razones”.

• Los síntomas cloróticos son manifestaciones de todos los aparatos, sin sistematización alguna.

• La pubertad no es una categoría de enfermedad. No se sustrae a decir que “la madurez ovárica que se alcanza con la vida conyugal contribuye a mejorar el funcionamiento del organismo, sobre todo frente a las anemias”.

• Hay un componente psicógeno de las clorosis clásicas, además de la importancia social, literaria y, por tanto, médica.

• La desaparición de la clorosis ocurrió en una generación, y no se debe interpretar solo a un simple cambio de criterio de los médicos. Refiere Marañón, el enorme progreso en el estado sanitario, en la nutrición e higiene de la humanidad, el auge del deporte, el cambio de vida de la mujer y la entrada en espacios públicos (estudios, competencia social). Quizá no fue por igual en los diversos países.

Dice Marañón: “Debemos hablar en adelante de anemias sintomáticas en la pubertad y en la postpubertad en la mujer. Pero la clorosis debe ser borrada de las patologías actuales y pasar definitivamente a los museos de la Historia de la Ciencia Médica” (Fig. 5).

Figura 5. Marañón señala el fin de la clorosis como enfermedad en España, 1936. Hemeroteca de la BNE.

Marañón, y la mayoría de autores, dieron carpetazo a la clorosis. Pero ¿ya está? Claro que cualquiera añade algo a lo que decía el sabio doctor.

Clorosis. Todas las posibilidades: ¿categoría diagnóstica o una enfermedad o varias, o ninguna?

La clorosis ha dado lugar a numerosos estudios históricos. Su abordaje puede realizarse desde diversos puntos de vista de su nosología poliédrica. Se ha sugerido que no era una enfermedad única, sino un conjunto de enfermedades debilitantes, algunas difíciles de diferenciar antes de 1850 y otras con un diagnóstico definido concreto en los tiempos actuales, pero cuyo diagnóstico histórico no era fácil. En la tabla I, se menciona una clasificación de los períodos históricos de la clorosis propuesta por Loudon(1).

Loudon propuso una hipótesis dual, la cloroanemia y la cloroanorexia. Serían dos procesos distintos con manifestaciones clínicas similares y reacciones psicológicas similares, en la edad de adolescencia y pubertad (Tabla II).

• La clorosis sería un tipo de anemia, un trastorno orgánico. De hecho, la tendencia a partir de 1870 era llamarla cloroanemia o anemia simple(1,2,5). La cloroanemia se observaría más en las trabajadoras y en mujeres de clases bajas. Osler, en 1896, refería más la asociación de úlcera gástrica y sangrado con anemia, y clorosis. En 1832, Blaud usó píldoras que contenían 1,4 g de sulfato ferroso, y se utilizaron otros productos farmacéuticos (p. ej.: “hiposulfitos”). Actualmente, se sabe que la ferropenia, aun sin anemia, puede ser un factor que esté implicado en trastornos de sueño, síndrome de las piernas inquietas o alteraciones del comportamiento.

• La cloroanorexia, cercana a la anorexia nerviosa actual. La anorexia se observaría más en casos de clorosis en chicas de clases medias y altas, con síntomas de alteración del apetito.

Sobre la anorexia nerviosa merece la pena citar a Vandereycken y Van Deth(12): “Los principales artículos o libros de texto sobre la anorexia nerviosa suelen atribuir su descubrimiento al médico británico William Withey Gull (1816-1890) o al neuropsiquiatra francés Ernest Charles Lasègue (1816-1883). Aunque las principales contribuciones de ambos hombres muestran una notable (¿curiosa?) coincidencia independiente en torno a 1873, Gull puso su empeño en tener una ligera prioridad debido a una mención bastante críptica de un trastorno similar a la anorexia (apepsia histérica) en un artículo publicado en 1868”. La relación de la anorexia nerviosa y la clorosis fue insinuada por Lasègue(13) en su publicación original.

Los que estudian la historia de la anorexia nerviosa(12) y los pioneros en su descripción clínica, Gull y Lasègue, ni siquiera citan la posibilidad de que se tratara de un subgrupo de pacientes con clorosis.

Quizá, si aceptamos esta variante de síntomas que aparecen determinados por las expectativas sociales de los adultos sobre los adolescentes, que se manifestaba de una forma en siglos precedentes, podría sugerir cambios en las manifestaciones actuales y futuras de la anorexia y la bulimia nerviosas(2).

Enseñanzas de la clorosis y su estudio histórico

¿Qué nos muestra esta enfermedad, que “nunca existió”? Hay tres aspectos a destacar en referencia a esta entidad poliédrica y polémica, a saber: el componente biosocial, los diagnósticos insuficientes o erróneos y los tratamientos erróneos o no.

Componente biosocial. Debe tenerse en cuenta, en primer lugar, el androcentrismo predominante de la cultura de la edad moderna y contemporánea hasta el siglo XX. Errores de concepto como lo negativo de catalogar la histeria de la manera como se hizo y se nombró, la relación del útero con etapas evolutivas del desarrollo de la mujer. Además, señalan Bernabeu, Carrillo y otros, en qué medida la formulación de una categoría diagnóstica como la clorosis, no estaría enmascarando, en el contexto del creciente proceso de medicalización que vivió la población occidental en el siglo XIX, una situación de sobreexplotación y de estigmatización, por su condición de mujeres(11,12), es decir, en un discurso de género. La propia Catharina van Tussenbroek (1852-1925), primera mujer ginecóloga de Holanda, en el año 1898, señalaba los factores sociales en las raíces de la enfermedad y la falta de perspectivas para las chicas en la sociedad de esa época(14). Por tanto, la desaparición de la clorosis estaría también relacionada con cambios en la condición social de la mujer.

En la medicina decimonónica, la mujer era considerada un ser al borde de la enfermedad, definido y limitado por sus órganos y funciones sexuales(10,11). El estado más sano y “más santo” de la mujer era el de madre. Con frecuencia, los diagnósticos médicos de la clorosis, la relacionaban con la menstruación y la masturbación. Para muchos autores, la enfermedad desaparecía cuando la adolescente maduraba y normalizaba su vida sexual a través del matrimonio.

A esto se añadiría un posible efecto de Disease mongering, esto es, la promoción de enfermedades, entendida como la presión de las compañías farmacéuticas y, también, de los especialistas médicos para incrementar la venta de medicamentos, medicalizar las dolencias comunes o la realización de estudios de investigación.

Diagnóstico insuficiente o erróneo para la época. La mentalidad anatomoclínica del siglo XIX rechazaba las enfermedades de origen psiquiátrico o psico-social. La anorexia nerviosa puede no ser una enfermedad de aparición exclusiva reciente. Parece un proceso “moderno” descrito como trastorno del comportamiento, una forma de psicopatología. La histeria no se llama así actualmente(15), pero se reconoce una afección psicológica que pertenece al grupo de las neurosis, dentro de los trastornos somatoformes, de conversión o disociativos. No tienen sustrato morfológico-anatómico y no son simulados y, por supuesto, no son exclusivos de la mujer. Poner carpetazo a la clorosis pudo ser otra manifestación de misoginia, de androcentrismo y de no querer reconocer y tratar enfermedades de origen psíquico.

Tratamientos erróneos o no. El abuso de las sangrías para el tratamiento de síntomas y enfermedades comunes, especialmente en la mujer, podría estar implicado. Es la hipótesis iatrogénica de Siddall(16), que sugiere que el aumento de la incidencia del síndrome clorótico estaría relacionado con el empleo masivo de la sangría en la práctica obstétrica y ginecológica, que asumieron en el siglo XIX el cuidado de la patología de la mujer y del embarazo y parto, cuando previamente lo hacían matronas. El uso de sales ferrosas, otros elementos, hiposulfitos, aceite de hígado de bacalao, pudo haber tenido un efecto beneficioso en los cuadros carenciales a pesar, incluso, de experimentos fallidos, como el que establecía que las sales inorgánicas de hierro no se absorben ni siquiera en estado de anemia carencial (Kletzinsky, 1854)(17). La balneoterapia, los sanatorios y la hidroterapia, también, pudieron tener un efecto positivo de “terapia de grupo” no reconocido, no dirigido sanitariamente y no buscado conscientemente.

Epílogo

El estudio histórico de la clorosis nos invita a un enfoque de género, a una reflexión para reconocer y superar la visión androcéntrica y de discriminación de género de la medicina y de toda la sociedad, más acusada en el pasado.

Además, la clorosis se puede considerar como una categoría diagnóstica que nos ofrece muchas enseñanzas bio-médico-psico-sociales en su estudio histórico y cultural. La historia parece cerrada, pero no se le debe dar un carpetazo bajo una visión reduccionista o limitada. Consideramos que estudiar la historia de la clorosis significa, precisamente, no quedarse anclados en los errores del pasado.

Para finalizar, se debe exigir ciencia y prudencia cuando se transforma una molestia o una diferencia individual en un síntoma y este se pretende definir como enfermedad. Parafraseando a Oscar Wilde: “ten cuidado con lo que deseas (o capturas de la cultura popular, del arte y de la narrativa), se puede convertir en realidad (o enfermedad inventada)”.

Bibliografía

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