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L. Juan Torres*, J. Campins Cloquell**
*Diplomada en Trabajo Social. Colaboradora en Espirales Consultoría de Infancia.
**Licenciado en Pedagogía y graduado en Educación Social. Colaborador en Espirales Consultoría de Infancia
Pediatr Integral 2025; XXIX (4): 225.e1 – 225.e9
Modelos de familias en la actualidad
https://doi.org/10.63149/j.pedint.40
Este trabajo reflexiona sobre los cambios producidos en la institución que denominamos “familia”, primeramente revisando su definición, los elementos que la definen, sus funciones, los modelos de familias predominantes en nuestra sociedad, para finalmente entrar a reflexionar sobre los aspectos que nos podemos encontrar en la consulta pediátrica y que habrá que tener en cuenta para atender de una manera efectiva e integral a los niños, niñas y adolescentes y sus familias.
Definición de familia
Etimológicamente, el vocablo familia proviene del latín, derivada de famulus “servidor”. En la Antigua Roma, hacía referencia a la cantidad de famuli, esclavos vinculados a la casa principal, derivando, más adelante, en todas las personas que viven bajo el mismo techo y bajo la autoridad del pater familias y, por lo tanto, ligados a él.
En el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua encontramos diez significados de la palabra familia, de los que queremos destacar cuatro:
1. Grupo de personas vinculadas por relación de matrimonio, parentesco, convivencia o afinidad.
2. Conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje.
3. Hijos o descendencia.
4. Grupo de personas relacionadas por amistad y trato.
En estas definiciones se hace referencia a grupo o conjunto de personas, las cuales están vinculadas por uno de estos dos elementos:
• Biología.
• Afectividad.
Por otra parte, en nuestro rico lenguaje, la palabra familia se usa en expresiones, como:
• De buena familia, haciendo referencia a alguien que pertenece a una familia acomodada y socialmente estimada.
• De familia, dicho de un rasgo, carácter o comportamiento, común al de otros miembros de una familia.
• En familia, sin gente extraña, en la intimidad.
• En las mejores familias, dicho de pasar más frecuentemente de lo que se piensa, para relativizar lo expresado.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la familia como un conjunto de personas que conviven bajo el mismo techo, organizadas en roles fijos (padre, madre, hermanos, etc.) con vínculos consanguíneos o no, con un modo de existencia económico y social comunes, con sentimientos afectivos que les unen y aglutinan.
Elementos que definen una familia
En todas las definiciones expuestas encontramos los elementos anteriormente citados: biología y afecto, además de: conjunto de personas, existencia de convivencia y poseer rasgos comunes.
Entender los elementos comunes en todas las definiciones de familia nos permite identificar los elementos que definen una familia.
Vínculos afectivos
Los vínculos son las relaciones que conectan y unen a las personas dentro de un grupo familiar, ya sean biológicos, legales, sociales o afectivos. Estos vínculos son la base que determina quién pertenece a una familia y qué derechos, responsabilidades y roles tienen entre sí los miembros de dicha familia. Los vínculos se pueden clasificar en tres grandes categorías:
• Consanguinidad. Es la relación que existe entre individuos que comparten un mismo linaje biológico. Este es el vínculo más tradicional y más fácil de reconocer cuando hablamos de formación o construcción de familias. En el sistema jurídico español, los lazos de consanguinidad implican derechos y obligaciones, como la herencia o la patria potestad.
• Acogimiento y/o adopción. Es la relación legal y emocional entre un niño, niña o adolescente y una persona adulta que no son biológicamente familia, pero que, mediante un proceso legal, son reconocidos como familia. La adopción garantiza los mismos derechos y deberes que los vínculos de consanguinidad, mientras que el acogimiento establece una relación de guarda entre las personas adultas responsables y los niños, niñas o adolescentes. En el estado español, un niño, niña o adolescente adoptado tiene los mismos derechos en términos de herencia, nacionalidad y cuidado parental. En cambio, un niño, niña o adolescente en acogimiento familiar solo tiene los derechos al cuidado parental.
• Afecto. Es la relación que se establece con otras personas por elección, compromiso o convicción. El afecto puede darse entre personas que comparten una misma línea de sangre o no. Por ejemplo, por noviazgo, matrimonio o amistad. Este vínculo amplía y fortifica la red familiar, ya que incluye un nivel de compromiso afectivo en las relaciones de personas que forman parte esencial del núcleo familiar. Esta nueva relación se establece por elección o compromiso.
Estructura y composición
La estructura y composición de una familia hace referencia a cómo se organizan los miembros de un núcleo familiar, teniendo en cuenta el tipo de relaciones, convivencia y roles que desempeñan. Estos aspectos han evolucionado a lo largo del tiempo y pueden variar según el contexto social y cultural.
A lo largo de la historia, la estructura familiar se ha adaptado a la evolución de los roles de género, cambios legales (como el matrimonio entre personas del mismo sexo) y a las diferentes circunstancias económicas que han moldeado nuestra sociedad actual. A estos cambios culturales hay que añadir la importancia del impacto de políticas que deben reconocer y proteger cualquier forma de familia. Todo ello ha llevado a desarrollar estructuras familiares en función de los roles, los miembros de la familia, etc. Los modelos familiares más comunes, según su estructura en España, quedan detallados más adelante en un apartado.
Convivencia
Históricamente, la familia ha llevado implícito el hecho de compartir un espacio físico donde desarrollar el cuidado, interacciones, apoyo y protección de la propia familia. Este elemento fomenta no solo la interacción diaria, sino que también facilita el fortalecimiento de los lazos afectivos y emocionales, compartiendo responsabilidades y experiencias, generando la primera red de apoyo. La convivencia familiar conlleva una serie de características que definen la relación dentro del núcleo familiar.
El espacio compartido, el entorno físico donde la familia interactúa, es el espacio donde se generan las relaciones de seguridad y protección. Estos espacios compartidos pueden ser desde viviendas unifamiliares, hasta viviendas conjuntas o redes familiares conectadas a distancia.
Pero la convivencia no supone solo compartir un espacio físico. Una característica angular de la convivencia es el establecimiento de rutinas. Hábitos cotidianos compartidos. Una familia se define por la creación de ritos o rutinas que marcan la estructura de la dinámica familiar. Sentirse parte de la familia implica aceptar y formar parte del compromiso de convivencia cotidiana, ya que forma parte nuclear de la estructura de la familia.
Además del establecimiento de rutinas y del espacio de cohabitación, también forma parte de la convivencia el tiempo compartido. El tiempo que se comparte en familia es el que permite el establecimiento de rutinas, la integración de estos hábitos compartidos. A menudo, se habla de la importancia del “tiempo de calidad”, pero debemos entender que no es posible el tiempo de calidad si no hay cantidad de tiempo compartido.
El tiempo compartido es condición indispensable para ser familia. Por ello, es esencial generar espacio de tiempo compartido donde se afiance la estructura y los ritos familiares que definen el núcleo.
El espacio y tiempo compartidos implican desafíos. Estos desafíos pueden desarrollarse tanto por diferencias de opinión como por conflictos en rutinas diarias. La resolución de los conflictos es un elemento estructural de la familia que sienta las bases de la estructura familiar. Los conflictos en el entorno de convivencia deberían resolverse entendiéndolos como un hecho natural y resolverse de manera constructiva, buscando el crecimiento como familia.
Funciones de la familia
Además de los elementos que definen el concepto de familia, la familia ejerce una serie de funciones básicas para la supervivencia del ser humano. Estas funciones dan a los miembros de la familia, especialmente a los nuevos miembros (niños y niñas), una estructura interna que se consolida en los primeros años y afianza su desarrollo propio y cómo desarrollarse en el mundo.
Dar forma a los modelos vinculares
Las familias son el primer espacio de socialización del ser humano, el lugar de pertenencia del que obtiene su seguridad básica desde sus relaciones de apego. Esta seguridad es la condición imprescindible para lograr el desarrollo pleno.
Es por eso que las relaciones de apego se dan desde la necesidad de obtener la seguridad emocional y física. Entre el primer año de vida y los tres años, las personas asentamos nuestra primera experiencia vincular, el apego a nuestras figuras de cuidado. El apego no viene dado por la cantidad de amor que profesan los padres, madres, abuelos, abuelas, etc., sino por el cuidado que proporcionan. Es ese cuidado el que genera en el bebé seguridad emocional y garantiza su supervivencia física. Las figuras de apego del bebé son las personas que generan un entorno seguro y protector, que lo cuidan y protegen en los primeros años de vida y que, a través de ese cuidado, generan seguridad en los niños y niñas.
Ese cuidado que genera la relación de apego no siempre es óptimo. De ahí surgirán las relaciones de apego inseguras que dañarán el desarrollo del bebé. Pero aunque lo dañen, como profesionales es fundamental comprender que todos los tipos de apego son igual de profundos e intensos.
A diferencia del apego, las relaciones vinculares se pueden establecer en los primeros años y a lo largo de toda la vida. Las personas establecemos relaciones vinculares con nuestra familia, amigos, etc. Estas relaciones vinculares vendrán condicionadas por nuestras experiencias de apego tempranas. Porque desde esas relaciones de apego que se han establecido en los primeros años de vida, con las personas que han tenido el rol de cuidado y la responsabilidad de la supervivencia del bebé, este internaliza y estructura un modelo vincular. Este modelo vincular va a condicionar los futuros vínculos que establezca a lo largo de su vida. Ese modelo vincular se genera a partir de elementos diferentes de las diferentes relaciones de apego del bebé. Esto puede significar que si un bebé ha tenido un apego seguro con su madre pero un apego evitativo con su padre o con su abuela, su modelo vincular tenga características de los dos.
Estos modelos son los que se internalizan y condicionan el desarrollo del niño, niña o adolescente y la forma en la que establecerá relaciones afectivas con otras personas a lo largo de su vida. Los niños y niñas aprenden a relacionarse con el mundo a partir del modelo vincular que han construido desde el apego que se ha establecido en sus primeros años de vida con sus figuras de cuidado, con sus familias. Estas moldean su forma de percibir el afecto, relacionarse con los demás y comprender el mundo emocional y social.
Si un niño o una niña se desarrolla en un hogar, entorno y familia donde la relación es desde el cuidado, el respeto y la estabilidad, es más probable que desarrolle un modelo vincular seguro y tenga más facilidad para establecer relaciones sanas en el futuro. En cambio, si sus modelos vinculares están basados en la inestabilidad o la violencia, pueden desarrollar patrones de desconfianza o dependencia emocional.
El modelo vincular no “aparece”, sino que se construye con las interacciones y acciones cotidianas. Las familias son el lugar, espacio y tiempo donde se construyen estos modelos vinculares y se da la condición de seguridad básica para generar modelos vinculares seguros. Para ello, se deben tener en cuenta una serie de estrategias que facilitan la construcción de vínculos afectivos positivos:
• El afecto expreso. Cuando estamos cuidando a un niño o niña, no basta con “imaginar” o “suponer” que el niño o niña es querido o se siente querido; hay que demostrarlo. Las acciones de afecto expreso son aquellas que, como su nombre indica, muestran el afecto que se le tiene a un niño o niña, ya sea mediante palabras (“te quiero”, “estoy orgullosa de ti”, “gracias por abrazarme”…), mediante gestos (un abrazo, caricias, coger de la mano cuando siente miedo…) o acciones (llevarle la merienda que más le gusta a una actividad, acordarse de un regalo que le hacía ilusión, prepararle el desayuno por las mañanas…).
• Generar sentimiento de pertenencia. Los niños y niñas son seres humanos y, como tales, necesitan sentirse parte de un grupo, de una “tribu”. Por ello, la familia es el primer grupo donde se sienten protegidos y donde se les acompaña. Para que los niños y niñas generen este sentimiento de pertenencia, es importante incluirles en las decisiones familiares, en compartir momentos juntos y, mediante estas acciones, hacerles sentir que son parte importante de este núcleo familiar.
• Compartir tiempo de apertura emocional. Es evidente que una de las funciones de la familia es compartir tiempo juntos. Este puede ser comiendo, en la misma casa, viendo la televisión o yendo al parque. Es necesario compartir actividades que refuercen la conexión emocional entre los miembros de la familia. Hay que reflexionar sobre qué tipo de tiempo se pasa con ellos y ellas y qué tipo de actividades se llevan a cabo para reforzar esta conexión emocional. Pero por encima de todo, hay que entender que no puede existir lo que llamamos “tiempo de calidad” sin tiempo en “cantidad”. De ahí la importancia de compartir tiempo y espacios de apertura emocional donde se genere ese sentimiento de pertenencia a través de acciones de afecto expreso.
• Compromiso y cuidado del otro. Cuidar de la otra persona es la base de la relación afectiva profunda. Cuando vinculamos con alguien, esperamos que en momentos de necesidad nos apoye, esté presente y demuestre interés por cómo estamos. El cuidado cotidiano y el apoyo en las situaciones de miedo, dolor, fragilidad, enfermedad o soledad son dos de las claves que permiten generar un modelo vincular sano. Las familias deben ser espacios de cuidado y protección. Es por ello que son espacios donde el apoyo es mutuo y donde se validan las emociones de cada uno de sus miembros.
Función socializadora
La familia es el primer agente socializador de cualquier persona. Los seres humanos nos desarrollamos en sociedad y, como tal, la familia cumple esta función. A través de la familia, los niños, niñas y adolescentes aprenden cómo relacionarse con el mundo que les rodea a través de los modelos de interacción que pueden observar con las personas de cuidado del hogar.
A través de la familia, el niño o niña puede aprender a interactuar con su entorno y a desarrollar habilidades sociales que permitirán en el futuro formar parte de la sociedad. A través de estas relaciones familiares, los niños y niñas son capaces de interiorizar los modelos cognitivos y afectivos en la relación (cómo comportarse con los demás y qué se debe esperar de las interacciones), estrategias para relacionarse (desde habilidades como la comunicación hasta la empatía o resolución de conflictos), normas y valores sociales (aprender qué está permitido, respetar los derechos humanos y las posibles consecuencias de sus actos).
La familia no define solo con quién se relacionan los niños y niñas, sino también cómo lo harán. Este aprendizaje no depende solo de algunos aspectos aislados, sino que ocurre a través de múltiples factores:
• Modelado de relaciones sociales. Los niños y niñas aprenden desde las figuras de apego, desde la imitación y las interacciones que puedan observar en la familia. Las figuras de apego condicionan las expectativas que tienen respecto a las relaciones sociales y cómo colocarse dentro de ellas. El modelo de relación social que tenga la familia será el modelo con el cual se abrirán al mundo. Si en una familia hay respeto y comunicación, los niños y niñas aprenderán estas conductas, pero si las interacciones en el entorno familiar están marcadas por agresiones o desapego, estos serán los patrones de relación que se adhieren a la estructura de desarrollo del niño o la niña.
• Enseñanza de habilidades sociales. La familia es el lugar donde los niños y niñas aprenden y adquieren habilidades como:
– Comunicación efectiva: expresar ideas y sentimientos con claridad.
– La escucha activa: comprender y responder adecuadamente a los demás.
– Resolución de conflictos: aprender a negociar y solucionar problemas sin recurrir a la violencia de ningún tipo.
– Respeto por los demás: reconocer la importancia de la diversidad de opiniones y formas de ser.
• Creación de una red afectiva protectora del niño o niña. El entorno familiar también determina el tipo de relaciones sociales que los niños y niñas van a establecer en su vida. Esto se debe a que es la familia quien introduce al niño o niña en la comunidad (escuela, amigos, actividades, etc.). Por tanto, es la familia quien decide qué escuela, qué actividades escoger. Al menos, los primeros años de vida. Además, es la familia quien establece las rutinas y los espacios festivos de integración social, como las celebraciones, juegos, etc. En esta línea, la familia define con quién puede relacionarse el niño o la niña y qué tipos de personas entran en la red afectiva del niño o niña. Las familias eligen estas personas que conllevan en su estructura su propio modelo vincular y se establece cómo se sitúan en la red afectiva y qué rol van a desempeñar dentro de la red. La creación de una red afectiva protectora es un elemento para ayudar a construir los modelos vinculares y generar espacios de seguridad y protección para el niño o niña.
• Construcción de la identidad y autoestima. A través de la socialización familiar, los niños y niñas desarrollan su propia identidad personal y el sentido de pertenencia que se ha descrito en el punto anterior. Esta construcción de la identidad implica no solo sentirse parte de un grupo que los respalda y protege, sino que, además, aprenden a valorarse a sí mismos en función de cómo son tratados por su familia y, a partir de ahí, se forman expectativas sobre su papel en la sociedad y cómo les deben tratar los demás. Un niño o niña que crece en un ambiente seguro, crece sabiendo que se le debe respetar y que debe respetar. En cambio, alguien que ha crecido en un entorno de violencia o menosprecio se desarrolla pensando que su opinión o su vida no tienen valor.
Función normativa
La transmisión de normas y límites que guían el desarrollo del niño o niña es esencial para su desarrollo y esa función corresponde también a la familia en los primeros años de vida. Hay que partir de la premisa de que los límites no son un derecho de los padres y madres, sino que son un derecho de los niños y niñas para que crezcan en un ambiente seguro y protector.
La función normativa de la familia consiste en establecer límites, normas y valores. Estos deben permitir a los niños y niñas comprender el mundo que los rodea y poder desenvolverse en él. Para ello, es necesario entender que las normas no son imposiciones arbitrarias, sino una estructura que permite a los niños y niñas saber qué se espera de ellos y ellas y cómo deben actuar. Los límites ayudan a los niños y niñas a protegerse de situaciones para las que no están preparados y preparadas para afrontar, además de enseñar autocontrol y responsabilidad.
Las normas y los límites no restringen la libertad del niño o la niña, sino que le dan estructura y seguridad. Un niño o niña que no tiene las normas ni los límites claros puede sentirse desorientado y desarrollar problemas de inseguridad o ansiedad. Las normas son la condición para un entorno seguro y protector y son la obligación de las personas adultas responsables de ese entorno; en este caso, las familias son responsables de que un hogar sea un entorno seguro y protector para los niños, niñas y adolescentes que posibilite su desarrollo pleno.
El entorno familiar es el más idóneo para marcar y velar por el cumplimiento de estos límites y normas, ya que permiten:
• Prevenir riesgos: que los niños y niñas no tomen decisiones para las que aún no están preparados, que les puedan hacer daño o situarles en una posición de riesgo.
• Fomentar el respeto y la convivencia: generar una visión amplia del mundo, que integre y valore su diversidad y que contemple a todas las personas, por muy diferentes que sean de ellos mismos, como sujetos de derechos humanos.
• Desarrollar la autonomía y la responsabilidad: un niño o una niña que crece con normas claras aprende a tomar decisiones y a afrontar las consecuencias de sus actos.
• Manejar la frustración: las normas son necesarias para generar un entorno seguro y protector. Los límites son necesarios para generar un autoconcepto realista e interiorizar la tolerancia a la frustración.
Algunas cifras sobre las familias en España
El concepto de familia ha estado representado en España en el pasado siglo XX por un único modelo social de familia formada por un hombre y una mujer y sus hijos e hijas, que era entendido como un “deber ser”, donde el elemento axial era el biológico. La sangre determinaba la constitución de una familia y el nacimiento de muchos derechos. Si bien el afecto podía estar presente en las relaciones, nunca fue elemento constitutivo de derecho, como sí lo era la consanguinidad.
Los modelos de familia están evolucionando rápidamente. Hace tan solo unas décadas, la mayoría de las familias seguían el modelo de pareja casada en la que el hombre era el sostén de la familia, el cabeza de familia. Hoy en día, las familias tienen un aspecto muy diferente. Los comportamientos de pareja han cambiado sustancialmente y ahora hay muchos niños, niñas y adolescentes que viven con sus padres y madres que cohabitan sin estar casados, en familias monoparentales o en familias reconstituidas. Si bien la proporción de familias nucleares tradicionales (la que está formada por madre, padre e hijos e hijas) ha disminuido con los años, sigue siendo el modelo predominante.
De este modo, en las últimas décadas, las familias españolas se han hecho más pequeñas y menos “tradicionales” en su composición. La legalización del divorcio, la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, la aceptación social de la cohabitación y la legalización del matrimonio homosexual ha dado lugar a una composición más diversa de las familias, con una menor proporción de niños y niñas nacidos de matrimonios y un aumento, como ya se ha mencionado, de los que viven en familias monoparentales o reconstituidas.
Antes de pasar a describir los modelos de familias que podemos encontrar en la sociedad española actual, queremos ver qué nos dicen los datos, para ello se ha consultado en el Instituto Nacional de Estadística (INE):
• Movimiento Natural de la Población. Indicadores Demográficos Básicos. Año 2022. Datos definitivos.
• Estadística Continua de Población. 1 de enero de 2023. 1 de enero de 2024. Datos provisionales.
• Estadística de Nulidades, Separaciones y Divorcios. Año 2022 y 2023.
• Encuesta Continua de Hogares. Año 2020.
De ellos podemos extraer la siguiente información:
• A 1 de enero de 2024, la población residente en España asciende a 48.592.909 habitantes, de la cual un 13,3 % posee nacionalidad extranjera. La población residente en España nacida en el extranjero supone el 18 % del total de la población de este país.
• En 2023, el 85 % de los núcleos familiares en España están constituidos por parejas casadas, con o sin hijos convivientes.
• El porcentaje de recién nacidos de padres no casados pasa del 18 % en el año 2000 al 50,1 % en 2022, cuando por primera vez los niños y niñas nacidos de madres no casadas han superado a los niños y niñas nacidos de madres casadas.
• En 2020, el 84 % de las parejas en España están casadas, frente al 16 % que están unidas como parejas de hecho. El 99 % de las parejas en España son parejas de distinto sexo. De las parejas del mismo sexo, el 61 % son de sexo masculino. Las parejas de hecho suponen el 3 % de las parejas del mismo sexo.
• La tasa bruta de nupcialidad en España (número de matrimonios por cada 1.000 del total de habitantes de un país durante un año determinado) en 2022 fue de 3,7 matrimonios por cada 1.000 habitantes. En el 18 % de los matrimonios celebrados con cónyuges de distinto sexo, al menos uno de ellos era extranjero y el 3,5 % correspondió a parejas del mismo sexo. La edad media al matrimonio es de 36,6 años en las mujeres y 39,3 años en los hombres.
• La tasa de nulidades, separaciones y divorcios en el año 2022 fue del 1,8 por cada 1.000 habitantes (desde 2013 ha habido una variación porcentual de -15,8). El 96 % fueron divorcios y el 2,2 % del total de estos fueron entre personas del mismo sexo. El 45,5 % de los matrimonios que se divorciaron no tenían hijos; el 23,5 % tenía un solo hijo o hija. En el 51 % de los divorcios entre cónyuges de diferente sexo había hijos e hijas menores de edad sobre los que otorgar la custodia. En el 51 % la custodia se otorgó a la madre y en el 45,5 % fue compartida. En el año 2023, los valores son similares al año anterior, aunque hay que destacar que, por primera vez, los casos de custodia compartida (48,4 %) superaron a aquellos en los que la custodia se otorgó a la madre (47,8 %).
• España presenta, en la actualidad, la tasa más baja de fertilidad de los países de la Unión Europea con un 1,16 en 2024, frente al 1,5 de media en la UE. En diez años, el número de nacimientos en España ha descendido casi en un 28 % (2012-2022).
• En los últimos años se observa que la disminución del número de nacimientos se ha visto acompañada de un retraso en la edad de la maternidad, siendo la edad media en 2022 de 32,6 años. Por nacionalidad, la edad media a la maternidad de las madres españolas es de 33,1 años, mientras que la de las madres extranjeras es de 30,5 años. El número de nacimientos de madres de 40 o más años ha crecido en un 28 % en los últimos diez años. En términos relativos, mientras que en 2012 el 6 % de los nacimientos fueron de madres de 40 o más, en 2022 ese porcentaje se elevó hasta el 11 %.
• El 35 % de los hogares españoles en 2023 están formados por núcleos familiares con un solo hijo o hija conviviente; el 33 % de los núcleos familiares, sin hijos o hijas convivientes; el 27 % de los hogares conviven con dos hijos o hijas y, únicamente, el 5 % convive con tres o más hijos o hijas, de los cuales casi el 80 % lo hacen en familias con parejas casadas. Las familias monoparentales representan el 13 % de los hogares españoles, de los cuales en el 81 % de ellos la persona adulta es una mujer. Los hogares monomarentales con un hijo o una hija suponen la cuarta parte de todos los hogares españoles con un solo hijo o hija.
De los datos respecto al número de hogares según la nacionalidad de sus miembros y tipo de hogar, correspondiente al año 2020, se pueden extraer las siguientes conclusiones:
• Los hogares formados íntegramente por personas de nacionalidad española suponen el 90 % del total. Los formados por personas de nacionalidad extranjera son el 6 %, siendo que los hogares mixtos, es decir, que un miembro de la pareja sea de nacionalidad extranjera y el otro, de nacionalidad española, suponen el 4 % del total.
• La mayoría de los hogares son parejas con hijos e hijas convivientes; las familias españolas suponen un 35 %, las familias mixtas el 59 % y los hogares formados por personas extranjeras en su totalidad, el 41 %.
• De las parejas que conviven con hijos e hijas, se observa que el 47 % de los hogares lo hacen con un hijo o hija; el 44 % con dos hijos o hijas y el 9 % con tres hijos o más.
• Por tipo de nacionalidad y número de hijos o hijas, se observa que las familias extranjeras y mixtas son las que conviven con tres hijos o más en un 22 % respectivamente, mientras que en las familias españolas solo supone el 7 % del total. En cambio, las parejas con un hijo o hija único suponen el 48 % en las familias españolas, doce puntos más que en las familias extranjeras y ocho más que en las mixtas.
• Los hogares monoparentales obtienen los porcentajes más altos en los hogares españoles, con un 12 %.
Atendiendo a lo expuesto, podemos concluir:
• Los hogares españoles están formados, principalmente, por parejas casadas (71 %) de nacionalidad española, que conviven con hijos (35 %).
• El 16 % del total de los hogares españoles son monomarentales (13 %) o monoparentales (3 %).
• Los hogares con algún miembro, o todos, de nacionalidad extranjera son el 10 % del total.
• Los hogares con algún miembro de nacionalidad extranjera tienden a tener más hijos que las familias de nacionalidad española. Las parejas mixtas con hijos suponen el 59 % y las extranjeras el 41 %.
• La mayoría de familias numerosas suelen estar formadas por, al menos, una persona de nacionalidad extranjera.
• Las familias españolas tienden a retrasar la edad de ser madres/padres y a tener un solo hijo o hija.
Modelos familiares habituales en la sociedad española
A la vista de los datos, los modelos familiares en España han ido cambiando a medida que las circunstancias socioeconómicas lo han hecho, y siguen haciéndolo. No se puede hablar de la familia, sino de las familias. Seguidamente se describen los modelos de familias más comunes:
• Familia monoparental: es la familia formada por un solo progenitor o progenitora con, al menos, un hijo o una hija a su cargo. El origen de la monomarentalidad (la persona adulta responsable es una mujer) o monoparentalidad (la persona adulta responsable es un hombre) puede ser muy diverso: ruptura de pareja, viudedad, circunstancias excepcionales (p. ej., uno de los progenitores está ausente debido a ingreso en prisión) o por decisión personal. Como ya se ha referido en el apartado anterior, el 81 % de este tipo de familias están formadas por mujeres. Los retos de estas familias pasan por el reconocimiento social de sus características específicas para superar las posibles discriminaciones que puedan sufrir para, por ejemplo, acceder a ciertas ayudas sociales y lograr la conciliación de la vida laboral, personal y familiar. En 2023 suponen el 16 % del total de los hogares en España.
• Familia nuclear o biparental: modelo de familia compuesto de una mujer, un hombre y su descendencia biológica. Actualmente, en nuestro ordenamiento jurídico, se consideran también los hijos e hijas adoptados y, en determinados casos, los niños, niñas y adolescentes en situación de acogimiento familiar. Como ya se ha hecho mención, es el modelo de familia mayoritario en España.
• Familia homoparental: familia formada por dos hombres o por dos mujeres con hijos e hijas. Pueden tener hijos y/o hijas de relaciones anteriores o mediante otros medios, como la reproducción asistida, la adopción o la acogida familiar.
• Familia reconstituida o ensamblada: familia formada por una pareja en la que uno o ambos miembros de la nueva pareja tienen hijos y/o hijas de una relación anterior, pudiendo residir con ellos o ellas o bien con sus otros progenitores. También puede haber hijos e hijas, fruto de la nueva relación. Este modelo de familia se configura sobre cambios y pérdidas.
• Familia adoptiva: familia de cualquier modalidad que decida adoptar a un niño, niña o adolescente, asemejándolo legalmente a un hijo o hija biológico. Es una medida de protección a la infancia, la cual pretende proteger el derecho de todo niño, niña y adolescente de crecer en familia. Las motivaciones para acceder a una adopción se han ampliado; ya no se reducen a la infertilidad, sino, por ejemplo, a ejercer la maternidad o paternidad en solitario, hacerlo con alguien del mismo sexo, ampliar la familia nuclear o la reconstituida, etc.
• Familia de acogida: modelo familiar en la que se acoge temporalmente a un niño, niña o adolescente, ya que estos no pueden permanecer con su familia de origen. Se trata también de una medida de protección a la infancia. Existen dos tipos de familia de acogida:
– Familia de acogida en extensa: otros miembros de la familia extensa acogen en su hogar en su mayoría a sus nietos/as, sobrinos/as, hermano/as, ya que no es posible la convivencia con sus progenitores.
– Familia de acogida en ajena: cualquier tipo de familia decide, de forma solidaria y voluntaria, acoger en su hogar a un niño, niña o adolescente que se encuentra en el Sistema de Protección a la Infancia hasta que pueda retornar con la familia de origen o pase a una medida más estable.
• Familia extendida: familia que incluye, además de a los progenitores o a uno de ellos y/o a los hijos e hijas de estos, a otros parientes en segundo, tercer o cuarto grado en la misma casa, como abuelos, tíos, tías, etc. Se puede configurar por circunstancias diversas: económicas, afectivas, por elección, enfermedad, etc.
La existencia de estos nuevos modelos de familias ha hecho que nuestra sociedad sea diversa en su composición y que los niños, niñas y adolescentes convivan en hogares con múltiples configuraciones, cada uno con sus características, organización, fortalezas y necesidades. Vamos a analizar de qué manera lo son y cómo pueden repercutir en la vida de los niños, niñas y adolescentes.
La familia, como institución, sigue considerándose el núcleo primario de socialización, a pesar de los cambios que se han producido en las últimas décadas. La diversidad es lo que define la realidad familiar que viven los niños, niñas y adolescentes hoy en día. Incluso, muchos de ellos van a formar parte de diferentes modelos de familias desde sus primeras etapas evolutivas: familia biparental, familia monoparental, familia reconstituida, familia extendida. O a la misma vez: familia reconstituida, familia homoparental, familia adoptiva, etc.
Estos nuevos escenarios suponen grandes retos para las familias, los niños, niñas y adolescentes, y las propias instituciones sociales que les atienden, como, por ejemplo, la escuela y el centro sanitario.
Uno de los grandes cambios, que influye directamente en las familias y, por ende, en los niños, niñas y adolescentes, es la crianza de estos lejos de sus familias extensas, es decir, de abuelos y abuelas, tíos y tías, primos y primas.
Los movimientos de la población del campo a la ciudad, las migraciones, la incorporación de la mujer al mercado laboral, la legalización del divorcio, etc. han modificado la manera de dispensar los cuidados a los niños, niñas y adolescentes por parte de las familias, al disponer de menos tiempo y aparecer nuevas necesidades, debiendo mercantilizar los cuidados, creando nuevos servicios como, por ejemplo, los servicios a domicilio de personal cuidador, las guarderías, las escuelas infantiles, las ludotecas, las actividades extraescolares, los comedores escolares, etc.
Por otra parte, la sociedad occidental actual promueve el individualismo, la competitividad, el consumismo con amplias jornadas laborales para las personas adultas, pero también para los niños, niñas y adolescentes; por lo que, consecuentemente, los padres y las madres están hiperocupados, así como sus hijos e hijas desde edades muy tempranas.
Las familias extensas cumplían, y cumplen todavía en muchos hogares, un rol de apoyo a la familia nuclear, tanto en contribuir a la construcción del sentimiento de pertenencia como en los cuidados primarios de los hijos e hijas. Muchas familias, aun estando lejos de sus familias extensas, disponen de un entorno de amistades que cumplen esa función. Otras, por desgracia, carecen de ese entorno, provocando el aislamiento social de las familias, el cual puede ser sufrido por todos los modelos de familia por diferentes circunstancias, deviniendo las familias más vulnerables y con más dificultades para cumplir sus funciones de cuidado.
Como se ha dicho, el modelo de familia mayoritario en nuestro país sigue siendo el modelo de familia biparental y, en la mayoría, ambos miembros de la pareja trabajan fuera del domicilio.
Las familias monoparentales tienen retos difíciles de solucionar, sobre todo en el tema económico y la conciliación de la vida laboral y familiar. Además, a las familias monoparentales hay que ponerles un rostro femenino con todo lo que ello implica. Según UNICEF España, las familias monoparentales tienen el triple de posibilidades de estar en riesgo de pobreza.
Los retos a superar por las familias homoparentales tienen que ver con la discriminación que pueden sufrir por su condición sexual. Los hijos e hijas de parejas homosexuales pueden que tengan que hacer frente a situaciones de discriminación en la escuela o en la calle, a veces en las propias familias, a lo que puede conducir al aislamiento social de la familia.
Las familias reconstituidas tienen que enfrentarse a cambios continuos y adaptarse a nuevas situaciones. Hay que tener en cuenta que, para que este tipo de familias existan, ha debido haber la ruptura de, al menos, un núcleo familiar anterior. Por lo que nace desde la pérdida, y la gestión de las emociones de las personas adultas protagonistas y de los niños, niñas y adolescentes afectados, puede ser dificultosa. Mientras que para las personas adultas, al menos una de ellas, los primeros momentos son vividos con ilusión, fruto de una elección y de manera muy positiva, para los hijos e hijas de estas puede ser un periodo muy confuso y de grandes cambios, donde además, probablemente, de nuevas personas adultas con las que convivir, habrá nuevos niños, niñas y/o adolescentes con los que compartir espacios vivenciales. Como se ha visto anteriormente, la mayoría de las sentencias de guardias y custodias que se emiten en la actualidad, tras una separación o un divorcio, se realizan en régimen de custodia compartida, por lo que los hijos e hijas pasarán la mitad del tiempo de su vida en dos núcleos familiares diferentes, a veces, en poblaciones diferentes, con diferentes composiciones, horarios, reglas, normas, etc.
Las familias adoptivas y las familias de acogida provienen del funcionamiento del sistema de protección infantil. Las personas adultas han solicitado a la administración pública su deseo de ser un modelo de estas dos familias, las cuales han debido pasar por diferentes procesos de toma de decisiones, evaluación, formación y tiempos de espera. Procesos a veces largos y complicados. A nivel legislativo, a las familias con niños, niñas y adolescentes que se encuentran en estas medidas de protección se les reconocen los mismos derechos que a las familias con hijos e hijas biológicos. Por ejemplo, en los permisos parentales y marentales (en el caso, del acogimiento familiar cuando la medida que se propone es de más de un año de duración), para obtener el reconocimiento como familia numerosa o monoparental/monomarental, etc.
En las familias adoptivas, en estas últimas décadas también se han producido algunos cambios, tanto en las personas que quieren adoptar como en los niños y niñas adoptables. Entre las personas solicitantes ha aumentado la edad con la que se acercan a la adopción. Además, su deseo de adoptar no está necesariamente vinculado a la infertilidad y no responde siempre al patrón de familia biparental. Actualmente, tanto personas solas como parejas heterosexuales y homosexuales presentan solicitud de adopción. Por otra parte, también los niños y niñas adoptables suelen tener una edad media superior que hace unos años, a la vez que ha aumentado la proporción de aquellas adopciones consideradas “especiales”, debido a la edad de los niños y niñas (tener más de 7 años en el momento de la propuesta), ser un grupo de hermanos o presentar algún tipo de enfermedad o diversidad funcional. Las familias adoptivas se enfrentan a retos importantes. Con la adopción se crea un vínculo afectivo donde antes no existía. La primera función de las familias adoptivas es, pues, crear una relación de apego seguro, en niños y niñas que ya han sufrido, al menos, un abandono y que quizás han sufrido situaciones de maltrato por parte de sus anteriores padres y/o cuidadores; por tanto, estas familias tienen una función reparadora. Tanto los niños y las niñas como las personas que los han adoptado deberán realizar esfuerzos para adaptarse a los importantes cambios que conlleva este tipo de maternidad y paternidad. Especialmente en los momentos iniciales y, probablemente, en las adolescencias de estos.
Las familias de acogida presentan características similares a las familias adoptivas, aunque, en principio, a estas las define la temporalidad. Es decir, el objetivo del acogimiento familiar es ofrecer un ambiente familiar a un niño, niña o adolescente; por tanto, cumplir con el derecho de crecer en familia, pero en este caso, de manera temporal, mientras este no pueda retornar con su familia biológica o hasta que pueda establecerse una medida de protección estable. Las familias que solicitan acogimiento familiar pueden ser cualquier modelo de familia de los descritos anteriormente, y son llamadas familias de acogida en ajena. Son familias que deben poseer capacidad de adaptación para acoger a niños y niñas de manera más o menos frecuente, dependiendo del tipo de acogimiento y el tiempo estipulado, los cuales están pasando por momentos especialmente críticos. Y, como las familias adoptivas, también tienen una función reparadora para los niños, niñas y adolescentes acogidos.
Las familias de acogida en extensa, es decir, abuelas, abuelos, tíos, tías, hermanos y hermanos ya adultos, acogen a un niño, niña o adolescente de su familia que no puede residir con sus progenitores por circunstancias diversas. Si bien esta medida suele ser menos traumática para los niños y niñas, al permanecer con familiares con los que tienen relación, puede suceder que las personas adultas implicadas estén insertas en conflictos familiares que perjudiquen a los niños y niñas acogidos. Además, dependiendo de quién es la persona o personas acogedoras, habrá que tener en cuenta cómo puede afectar a los niños, niñas o adolescentes la medida propuesta. Muchos de los acogimientos con familias extensas se realizan con los abuelos y/o abuelas, habitualmente en situación de jubilación, por lo que los ingresos económicos de la unidad familiar pueden no ser suficientes y que, además, con el paso de los años, pueden tener problemas de salud derivados de la edad avanzada. Igualmente, hay que tener en cuenta si las personas acogedoras que se ofrecen son hermanos o hermanas de los niños, niñas o adolescentes, ya adultos, los cuales pueden presentar dificultades para atender las situaciones que los niños, niñas y adolescentes pueden presentar debido a su joven edad y, muchas veces, su historia previa, similar a la de su hermano o hermana acogido.
Las familias extendidas aglutinan en un mismo núcleo familiar algún miembro de la familia extensa de las personas adultas responsables. Esto puede darse por diversos motivos: proporcionar cuidados a miembros de la familia nuclear o extensa (enfermedad, dependencia, reciente maternidad), por temas económicos (migración, pérdida de la vivienda), por temas de estudios o de trabajo, etc. Las familias extendidas pueden conllevar la convivencia de más de dos generaciones en un mismo hogar y un número mayor de personas; por lo que, aparte de la necesidad de adaptación de todos los miembros para la convivencia, el espacio individual disponible para cada miembro se ve reducido, pudiendo existir hacinamiento en las viviendas.
Igualmente, en los diferentes modelos de familia pueden influir diferentes factores socioeconómicos que generan o pueden generar vulnerabilidad; estos pueden ser:
• Ser de nacionalidad extranjera: la nacionalidad de las personas integrantes de la familia afecta notablemente a estas, pues la tasa de pobreza infantil asciende al 73 % cuando ambos progenitores son de nacionalidad extranjera (el triple que en una familia de nacionalidad española) y el 51 % para aquellas con, al menos, uno de sus progenitores de nacionalidad extranjera.
• Ser familia numerosa: las familias que tienen tres hijos tienen una tasa del 52 % de riesgo de pobreza y/o exclusión social y las familias con más de tres hijos tienen una incidencia del 71 %.
• Presencia de diversidad funcional: los hogares con niños, niñas o adolescentes dependientes son los hogares con más dificultades para llegar a final de mes.
• Residir en una zona rural o deprimida: en términos relativos, los niños, niñas y adolescentes que residen en el ámbito rural presentan las tasas más altas de riesgo de pobreza infantil y/o exclusión social, el 34,7 %, presentando, además, una tendencia al alza.
España es el segundo país de la Unión Europea con la tasa más alta de pobreza infantil, por detrás de Rumanía. Actualmente, el 33,9 % de los niños, niñas y adolescentes en España están en riesgo de pobreza y/o exclusión social. La proporción de hogares con carencias materiales severas ha alcanzado su punto máximo en 2023, afectando a uno de cada 10 hogares con niños, niñas y adolescentes. Esto es de gran importancia, ya que vivir en hogares con carencias materiales puede afectar negativamente a la salud física y emocional de los niños, niñas y adolescentes, así como a su rendimiento escolar. La falta de acceso a recursos básicos (alimentación adecuada, vivienda, etc.) puede limitar su crecimiento y su desarrollo integral.
En España se observan grandes diferencias según la comunidad autónoma donde se resida. Ocho comunidades autónomas y las dos ciudades autónomas de Ceuta y Melilla presentan tasas de riesgo de pobreza y/o exclusión social superiores a la tasa nacional. Estas son: Andalucía, Extremadura, Murcia, Castilla-La Mancha, Islas Canarias, Asturias, Islas Baleares y Comunidad Valenciana.
Uno de los factores desencadenantes de las privaciones materiales, además del nivel de renta, es el alto gasto en vivienda que afrontan muchas familias. El 11,1 % de los niños, niñas y adolescentes en España residen en hogares con un alto nivel de endeudamiento de los mismos, tanto en situación de compra como de arrendamiento.
Todos estos datos no hacen presagiar que las condiciones de vida de los niños, niñas y adolescentes en nuestro país vayan a mejorar en los próximos años y, por ende, las de sus familias. Por lo que sería recomendable y necesario, continuar con las políticas compensatorias y poner en marcha nuevas estrategias integrales con el objeto final de mejorar las tasas de pobreza infantil de este país.
Retos de la consulta de Pediatría ante los nuevos modelos de familias
La Pediatría tiene como objetivo principal el cuidado integral de la salud de los niños, niñas y adolescentes desde antes de su nacimiento hasta el final de la adolescencia y, actualmente, con los cambios producidos en las últimas décadas en la sociedad española y, por ende, en las familias, como hemos visto a lo largo de este artículo, este cuidado cobra especial importancia. Conseguir que los niños, niñas y adolescentes sean personas adultas sanas, física y psicológicamente, no puede lograrse con actuaciones en solitario. Será necesario promover dispositivos de atención cercanos y tener una perspectiva intersectorial y global que integre las actuaciones sobre la salud de los niños, niñas y adolescentes con las familias, el ámbito educativo y los servicios sociales.
De este modo, para poder abordar adecuadamente las situaciones que se pueden presentar en la consulta pediátrica, habrá que tener en cuenta los siguientes puntos:
• Tener presente la diversidad familiar y los retos que cada modelo familiar debe afrontar. Conocer las familias, las personas adultas responsables de los cuidados a los niños, niñas y adolescentes y los propios niños, niñas y adolescentes que acuden a la consulta facilitará la comprensión sobre sus necesidades y potencialidades. No es lo mismo atender a una madre migrante monoparental que acude con su hijo recién llegado de su país de origen que a una niña adoptada a los 4 años por una pareja heterosexual. Así como tampoco lo es atender desde un Centro de Atención Primaria ubicado en un municipio, barrio o zona de un nivel socioeconómico alto, lo cual será diferente si ese Centro de Atención Primaria de Salud se encuentra en una zona deprimida de un municipio.
• Comunicación abierta y efectiva con todos los miembros de la familia, incluidos los niños, niñas y adolescentes. Para poder contar con la colaboración de las personas de la familia, en sentido amplio, es imprescindible favorecer desde la consulta un clima de confianza con las personas adultas de referencia en un niño, niña o adolescente y que esta sea suficientemente buena para conseguir su implicación en el plan de tratamiento. Debemos contemplar que las personas adultas cuidadoras no siempre sean las figuras parentales o se limiten a ellas. Habitualmente, las madres son las figuras principales en los cuidados, aunque esta situación va cambiando poco a poco, y en las familias biparentales, ambos miembros de la pareja participan de esos cuidados. A veces, la persona de referencia de un niño, niña o adolescente y/o que complementa los cuidados de la figura principal es la abuela, o la empleada del hogar, o el hermano mayor, o el acogedor familiar, o la nueva pareja del padre, o la vecina. Para poder atender adecuadamente a un niño, niña o adolescente, debemos conocer qué personas conforman su universo y con los que necesariamente debemos contar para atenderlos adecuadamente. Así mismo, tan importante es esto como informar y conseguir la participación en el tratamiento de los propios niños, niñas y adolescentes, los cuales tienen derecho a conocer lo que está pasando, las opciones de tratamiento, así como a tomar en cuenta su opinión y, dependiendo de su madurez y edad, decidir sobre ello. De manera sistemática, el personal sanitario informa a las personas con responsabilidad legal acerca del estado de salud, del plan de tratamiento y acciones a seguir. Al hilo de este artículo, hay que destacar que esta comunicación debe abarcar además a las personas cuidadoras principales y, por supuesto, a los propios niños, niñas y adolescentes, ya que siguen existiendo deficiencias en la comunicación, incluso con los mayores de 16 años (el ordenamiento jurídico considera los 16 años como mayoría de edad sanitaria, donde no cabe el consentimiento por representación, excepto en actuaciones de grave riesgo, que correspondería en la mayoría de edad legal). Conseguir la plena participación de los niños, niñas y adolescentes en la promoción de su salud física y mental y, por tanto, en su propio bienestar, es un factor fundamental de desarrollo de los niños, niñas y adolescentes.
• Detectar el aislamiento social de las familias. Este aislamiento juega un papel especialmente clave en las familias con indicadores de vulnerabilidad (familias monoparentales, familias migrantes, familias adoptivas, etc.). Disponer de un entorno que ofrece estima y ayuda mutua es un factor de prevención de riesgo de las familias y, por tanto, de los niños, niñas y adolescentes. Estar atentos a conocer si la familia dispone de red de apoyo y tomar las medidas necesarias para promoverla a través de las redes comunitarias es un factor clave para poder prevenir la aparición de factores de riesgo.
• Detectar y notificar la violencia contra la infancia y la adolescencia. Desde el momento del nacimiento hasta el paso a la edad adulta, la consulta pediátrica es un lugar idóneo donde detectar factores de vulnerabilidad e indicadores de riesgo de maltrato y/o abandono en niños, niñas y adolescentes de una manera precoz y así poder intervenir cuanto antes. Notificar esas situaciones con las acciones institucionales y legales correspondientes ha de contemplarse como parte natural del trabajo de los profesionales de la Pediatría.
• Participar en las redes comunitarias (junto con los ayuntamientos, entidades educativas, servicios sociales, tejido asociativo, familias, etc.). La comunidad es uno de los garantes clave de los derechos de los niños, niñas y adolescentes y la responsable de generar entornos seguros y protectores en cada municipio. Los centros de salud, y los profesionales de Pediatría dentro de ellos, deben ser uno de los agentes clave de la comunidad en este proceso. Participar en las redes comunitarias debe contemplarse como parte del trabajo cotidiano, de forma que las necesidades de los niños, niñas y adolescentes sean atendidas de una manera precoz, creativa e integral, además de garantizar la detección precoz de las situaciones de riesgo.
• Desarrollar programas de prevención y educación para la salud. Desde esas redes comunitarias, elaborar programas de prevención de educación para la salud, teniendo en cuenta las familias y los entornos escolares de una manera integral y coordinada, será una manera eficaz de abordar las necesidades de los niños, niñas y adolescentes y sus familias que beneficien en su desarrollo integral.
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