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PEDIATRÍA INTEGRAL - Revista de formación continuada dirigida al pediatra y profesionales interesados de otras especialidades médicas

PEDIATRÍA INTEGRAL Nº7 – OCT-NOV 2017

Nati Cañada y sus cuadros de niños

J. Fleta Zaragozano
Representación del niño

en la pintura española


J. Fleta Zaragozano

Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria. Facultad de Ciencias de la Salud. Universidad de Zaragoza

Pediatr Integral 2017; XXI (7): 487.e1 – 487.e4


Nati Cañada y sus cuadros de niños

Esta artista nos muestra un mundo reposado y distante donde el recuerdo, la ensoñación, la ausencia y el tiempo, nos asoman a los límites de una realidad siempre trascendida. En sus cuadros, de minucioso tratamiento, hay un apaciguamiento de los fondos en los que la desmaterialización de lo real es constante. Cañada es una pintora figurativa que ha cultivado con éxito todos los géneros: el bodegón, el paisaje y la figura humana. Destaca particularmente en el retrato, género de especial dificultad, entre los cuales se encuentran retratos de niños y adolescentes.

Vida y obra

Nati Cañada Peña nació en 1946 en Oliete (Teruel) y vive en Madrid. Es hija de Alejandro Cañada, prestigioso pintor turolense, que fue su primer y principal maestro. Muchos pintores aragoneses, que exhiben ahora la madurez de su obra, recibieron formación y dieron sus primeros pasos en el estudio para la enseñanza de las bellas artes que Alejandro Cañada fundó en Zaragoza en 1945. Junto a la amplia preparación que adquirió con su padre, Cañada amplió su formación en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia y obtuvo la licenciatura en la de San Fernando de Madrid.

La fructífera trayectoria profesional y artística de Nati Cañada se ha mantenido ajena a modas y oportunismos coyunturales. Su pintura tiene su base en una sólida formación académica y se caracteriza por una admirable inquietud hacia los valores humanistas. El tratamiento de la luz y de la figura humana son los ejes fundamentales de la pintura en su obra. Según el crítico Rafael Fernández, asombra y emociona el caso de esta pintora por cuanto siempre ha concebido la pintura, y en especial sus retratos, como un acto de fe religiosa y vital, artística y civil, profundamente humana y acaso maternal. Están también sus emocionados y emocionantes retratos impregnados de una melancolía que se manifiesta, tanto en el hálito espiritual del efigiado como en esa pátina de permanencia intemporal que los singulariza.

En opinión de José Luis Monaj, la verdadera enseñanza que encierran las pinturas de Nati Cañada es el protagonismo que consigue en el manejo de la luz, una luz que no busca contrastes, que no esculpe las formas sino que las transfigura, que trasciende lo que toca en espíritu. Sería, por tanto, esa energía luminosa el elemento central de una pintura que está viva y que evoluciona en cada una de sus recreaciones.

En su labor artística se distinguen cinco décadas o etapas bien diferenciadas. En primer lugar, situaríamos la etapa denominada “Formación y deformaciones”, entre los años 1960-1970. Es la época de sus comienzos en Zaragoza, vinculados al estudio de su padre, pintor y maestro, y su posterior formación académica en Valencia y Madrid. Son trabajos que confirman que entonces le interesaba la estética por la estética, no por la belleza, según ha declarado.

Una segunda etapa la dedica a las “Añoranzas familiares”. Es el periodo comprendido entre 1970 y 1980. Se casa, tiene hijos y descubre entre fotos antiguas su foto vestida de comunión. Ese episodio lo llevará a la pintura y le introducirá en el uso del color blanco, muy característico de su obra. En la tercera etapa, denominada “Mística”, a Nati Cañada le interesa el espíritu; comprende el periodo desde 1980 a 1990. Las figuras se transparentan sobre un fondo azul, son etéreas, flotan en el espacio.

La cuarta etapa, que se desarrolla entre 1990 y 2000, es denominada de “Desmaterialización”, porque la artista investiga con las calidades que le proporcionan los pinceles más que el dibujo. Esa circunstancia le predispone para la evolución de la materia y para el paso a la siguiente etapa: la “Evolución de la materia”, en la que se encuentra ahora y en la que estudia cómo la desmaterialización se produce por algo, y cómo le sirve para alcanzar la perfección.

De su amplia trayectoria plástica dan cuenta multitud de instituciones, museos y colecciones de todo el mundo que poseen obras suyas, entre ellos: el Palacio de la Zarzuela y Palacio Presidencial de La Moncloa (Madrid); Palacios presidenciales de Quito (Ecuador), Caracas (Venezuela), San José (Costa Rica), La Paz (Bolivia) y Tegucigalpa (Honduras); Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid); Museo de Arte Contemporáneo Palacio de Alvorada (Brasilia); Museo de Arte Regional de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia); Museo de Arte Contemporáneo de Cuenca (Ecuador); Museo de Arte Contemporáneo de Sofía (Bulgaria); Museo Naval (Madrid); Museo de Santillana del Mar (Santander); Academia General Militar de Zaragoza; e Iglesia Parroquial de Oliete (Teruel). Asimismo, ha expuesto individualmente en más de sesenta prestigiosas galerías de España y América.

Los dibujos y pinturas de niños

Las características de los cuadros de niños se adaptan cronológicamente a las distintas etapas descritas por la propia autora desde los años cincuenta.

Primera etapa: Formación y deformaciones. Como dice la propia autora, los primeros dibujos son del verano del 57, en Oliete, sus hermanos, la iglesia, las calles del pueblo y un autorretrato que se ha perdido. Comenzó a ir al estudio de su padre cuando todavía iba al colegio y, completamente influida por él, aprendió carboncillo, estatua, bodegón, retrato; todo académico, aunque de vez en cuando se desmanda: Iglesia de Oliete, Barcos marillos. Luego la Escuela de Bellas Artes y más academia. Se casa y va a vivir a Madrid, ya no está su padre, profesor, que le guíe, le enseñe; naturalmente viene la reacción, la deformación, se desmanda del todo. Es apasionante, no hay dibujo, ni proporción, ni claroscuro obligatorio.

Dentro de esta etapa pinta Niños en rojo. Composición de pincelada suelta, figuras poco delimitadas y mezcla de colores de gama roja, gris y blanca. Estructura en diagonal y luz que se recibe desde la derecha. La figura central es una niña de unos cinco años que sostiene a un niño muy pequeño que lleva un vestido blanco, ambos sentados en un sillón, detrás del cual parece asomarse otra figura fantasmal (Fig. 1).

Figura 1. Niños en rojo.

Familia se trata de una composición estática de ocho figuras, en tres planos distintos, con trazados y contornos bien perfilados, de colores fríos. En el cuadro se dan cita tres niños de diferente sexo, tres personas adultas de mediana edad y dos ancianos. De nuevo aparece un niño lactante, aparentemente dormido, en brazos de su madre. Los detalles anatómicos resaltan más que en la obra anterior, especialmente los de la cara y las manos. Es un óleo sobre tabla de 120 por 120 cm (Fig. 2).

Figura 2. Familia.

Segunda etapa: Añoranzas familiares. Representa a los hijos: niños solos, niños con abuela, con madre, con tía, con hermanos. Un día mirando fotos antiguas, vio una que le impactó: sus padres, sus abuelos, sus hermanos, vestidos de fiesta, serios, oscuros, pluscuamperfectos y, en contraste, ella de primera comunión, blanca, etérea. Un espíritu inocente, purificado, confesado, incomprendido, vestido de blanco, con velo sutil. Sugería muchísimo, niñas de uniforme, medalla de la Inmaculada, bandera del apostolado, escapularios; estuvo varios años pintando niñas de primera comunión. A esta etapa pertenece el cuadro María Dolores. Es un retrato de tres cuartos de una niña de unos seis años de edad, que posa en lateral izquierdo y adopta una mirada triste. Pelo abundante y una camisa en color rojo. El fondo en gris y naranja (Fig. 3).

Figura 3. María Dolores.

Tercera etapa: Mística. Poco a poco el trazo se vuelve más fino, la pintura más delicada. Los fondos se apaciguan, azul gris liso, como si fuera el espacio vacío. Las figuras, los retratos, los bodegones, todo es cada vez más transparente, las telas siempre blancas, todo lo blanco le atrae de manera especial, no es que pinte todo blanco, es que busca cosas blancas para pintar. El espíritu, si tuviera color, cree que sería blanco. Su casa es blanca, las paredes, las tapicerías, colchas, cortinas y toallas; también, ella viste totalmente de blanco desde hace diez años. Pinta una serie de espíritus, tienen cabeza y manos, pero no tienen pies; es incapaz de pintar pies, todo flota en el espacio, es su etapa más etérea.

La obra Familia pertenece a esta época. En esta obra aparecen seis figuras, una niña de corta edad y posiblemente tres adolescentes, relacionados todos ellos, posiblemente, con la pintora. La figura central corresponde a la niña, que está sentada sobre su madre. Todos miran a la artista en actitud complaciente y risueña. Detalles anatómicos muy logrados, líneas bien perfiladas y claro predominio del color blanco, uniformemente distribuido, tanto de las figuras como de los fondos. Se trata de un cuadro de 80 por 60 cm (Fig. 4).

Figura 4. Familia.

Cuarta etapa: Desmaterializaciones. En esos fondos azules tan limpios, van apareciendo unas nubes, primero blancas, luego más grises y al final casi tormentosas. Las nubes representan para la pintora el estado de ánimo de una persona. Poco a poco le va interesando más la materia, pinta personas con ropa mojada (se entera que Fidias mojaba la ropa de sus modelos), árboles, hojas, frutas, papeles arrugados, objetos rotos, cerámicas y otras cosas.

Y un cuadro hallazgo: el retrato sepia de Dina de Laurentis. Le encargan un dibujo de unas manos para ilustrar un libro de poemas. A ella le gusta el dibujo, pero domina más el pincel que el lápiz. Se le ocurre hacer un dibujo sepia, pero con pincel. Le gusta tanto el resultado que prueba con el retrato que está pintando entonces: Dina, la hija de Dino de Laurentis. Queda una especie de antigua foto amarillenta, monocroma, con manchas y desperfectos. Es un “cuadro hallazgo” y “cabeza de serie”. La figura, tampoco tiene pies, está sentada y mira descaradamente a la pintora. Se trata de una obra de 30 por 30 cm (Fig. 5).

Figura 5. Dina de Laurentis.

Quinta etapa: Evolución de la materia. Aquí no es que la materia sea sutil, pero estática, es que está en continua evolución. Empieza una serie de obras, todas con la misma intención: materia – hombre – espíritu. Su padre pintaba muchas piedras, ella se sentía completamente ajena a ese mundo y curiosamente, a los dos meses de su muerte, viaja a Londres para ver los mármoles del Partenón de Fidias y hay un flechazo que todavía dura. Pinta las diosas del Partenón, la Diana cazadora, torsos, Venus, piedras y materia. Pero en el homenaje a Fidias ya está presente la evolución de la materia. Las figuras surgen del caos, poco a poco se concretan, ganan armonía, limpieza, y cuando ya han alcanzado la plenitud solo les queda desvanecerse y fundirse con esa luz de arriba, donde para la pintora está Dios.

A esta etapa pertenecen los cuadros Detalle de un cuadro, Pablo Urdangarín e Infanta Doña Leonor. Todos ellos tienen una misma factura. Son retratos de pose, de las mismas características, colores, trazados, matices y líneas. Llama la atención la fidelidad de la obra con el modelo, con las proporciones corporales, así como con las manos y los detalles faciales. Tonos sepia y grises con fondos rugosos (Figs. 6-8).

Figura 6. Detalle de un cuadro.

Figura 7. Pablo Urdangarín.

Figura 8. Infanta Doña Leonor.

Bibliografía

– Chavarri R. Artistas españoles contemporáneos. Gabar. Madrid, 1976.

– VV.AA. Diccionario antológico de artistas aragoneses 1974-1978. Instituto Fernando el Católico (C.S.I.C.). Zaragoza, 1983.

– Esain J. Pintoras aragonesas contemporáneas. Ibercaja. Zaragoza, 1990.

– VV.AA. Diccionario de pintores y escultores españoles del siglo XX. Forum Artis. Madrid, 1995.

– Gómez F. Diccionario de Artistas Contemporáneos de Madrid. Arteguia. Madrid, 1996.

– Martínez Cerezo A. Diccionario de pintores españoles. Segunda mitad del Siglo XX. Época. Madrid, 1997.

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