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PEDIATRÍA INTEGRAL - Revista de formación continuada dirigida al pediatra y profesionales interesados de otras especialidades médicas

PEDIATRÍA INTEGRAL Nº1 – ENE-FEB 2017

El niño en el mundo de carnaval de José Gutiérrez Solana

J. Fleta Zaragozano
Representación del niño

en la pintura española


J. Fleta Zaragozano

Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria
Facultad de Ciencias de la Salud. Universidad de Zaragoza

Pediatr Integral 2017; XXI (1): 59.e1 – 59.e3


El niño en el mundo de carnaval de José Gutiérrez Solana

La obra de Solana es de gran carga social; intenta reflejar la atmósfera de la España rural más degradada, de manera que los ambientes y escenarios de sus cuadros son siempre arrabales atroces, escaparates con maniquíes o rastros dignos de Valle-Inclán (por los que sentía especial predilección), tabernas, comedores de pobres, bailes populares, corridas, coristas y cupletistas, puertos de pesca, crucifixiones, procesiones, carnavales, gigantes y cabezudos, tertulias de botica o de sacristía, caballos famélicos, ciegos de los romances, deformes, tullidos, prostíbulos, despachos atiborrados de objetos, rings de boxeo, ejecuciones y osarios. El niño ha sido representado excepcionalmente en su obra.

Vida y obra

José Gutiérrez Solana nació en Madrid en 1886, fue pintor, grabador y escritor expresionista estrechamente relacionado con la localidad de Arredondo, en Cantabria. Su padre, José Tereso Gutiérrez Solana, nació en México y vino a España gracias a una herencia. Se casó con Manuela Josefa Gutiérrez Solana. Estudió en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando; después alternó estancias entre Cantabria y Madrid, pero tuvo tiempo para viajar por los pueblos y hasta para ser peón de la cuadrilla del torero Bombé, aunque vivió holgadamente con el dinero de su padre. Finalmente, se instala en Madrid a finales de 1917. Allí frecuenta bailes, merenderos y museos suburbanos del paseo del Prado, como el entonces solitario y destartalado Museo Arqueológico Nacional. Se acompaña de su inseparable hermano Manuel, que es cantante.

Solana crea un propio estilo, nada académico ni inclinado a las vanguardias, por más que frecuente la intelectualidad reunida en la tertulia de Pombo, cuyo animador y amigo Ramón Gómez de la Serna le dedicó un libro entero. Le correspondió el pintor con el más emblemático de sus cuadros: Mis amigos (1920), donde pinta tal tertulia de café en torno a una mesa (Museo Reina Sofía de Madrid). Gómez de la Serna conoció a Solana en la exposición que este hizo en el Círculo de Bellas Artes en enero de 1907.

Su primera exposición en París (1928) resultó un fracaso. En otra, a la que acudió Alfonso XIII, sus cuadros se colgaron detrás de una puerta para que no incomodasen al monarca. Pero en 1936, cuando comienza la Guerra Civil, Solana es famoso y reconocido fuera y dentro de España. Se traslada a Valencia y luego a París, donde publica París (1938). En 1939 vuelve a Madrid, donde fallece en 1945.

Su pintura refleja, como la de Darío de Regoyos y la de Ignacio Zuloaga, una visión subjetiva y pesimista de España, similar a la de la Generación del 98. Fuera de la influencia que en él ejercen los pintores del tenebrismo barroco, en especial Juan de Valdés Leal, tanto por su temática lúgubre y desengañada, como por las composiciones de acusado claroscuro, es patente la influencia de las Pinturas negras de Francisco de Goya o del romántico Eugenio Lucas. Su pintura es feísta y destaca la miseria de una España sórdida y grotesca, mediante el uso de una pincelada densa y de trazo grueso en la conformación de sus figuras. Su paleta tenebrista resalta el oscurantismo de una España divida en tres temas: las fiestas populares (El entierro de la sardina), los usos y costumbres (La visita del obispo) y los retratos (Mis amigos).

A veces utilizó fotografías ajenas, como modelo para sus pinturas. El ejemplo más claro se constata en su obra titulada Café cantante, que copia casi literalmente el encuadre y parte de los personajes de la famosa fotografía titulada Café cantante de Emilio Beauchy, tomada hacia el año 1885 en Sevilla.

Trabaja también el grabado, generalmente al aguafuerte, insistiendo en una técnica directa y más bien ruda, de trazos gruesos. Salvo alguna rara excepción, los diseños repiten pinturas anteriores. Apenas publicó alguna edición en vida; la tirada más importante se emitió en 1963, previamente a la cancelación y depósito de las planchas en la Calcografía Nacional, dependiente de la Academia de San Fernando.

Como escritor posee un estilo semejante, de grandes cualidades descriptivas, vigoroso y enérgico, apropiado para la estampa costumbrista. Por ello, la mayoría de sus obras son libros de viajes. Sus escritos más importantes son Madrid: Escenas y costumbres (1913 y 1918), La España negra (1920), Madrid callejero (1923) y Dos pueblos de Castilla (1925). También escribió una novela, Florencio Cornejo (1926).

Los niños representados

La obra Niños de la flor del almendro, realizada en su juventud, describe la presencia de dos niños de la calle, abrazados y portando, la niña una rama de almendro florecida y el niño, una cesta con verdura. Posiblemente, se trata de dos vendedores callejeros por sus atuendos y vestimentas. Van envueltos en una manta y reflejan en sus miradas una tristeza que les invade. La niña mira al suelo y el niño pide con su mirada una atención o una limosna. Los tonos son amarillos y marrones claros en un fondo del mismo tono cálido. Las figuras son armónicas y bien proporcionadas. Data de 1902. Se trata de un óleo sobre lienzo de 192 por 150 cm (Fig. 1).

Figura 1. Niños de la flor del almendro.

Poco después, en Niños del farol, pinta una escena con dos niñas, una de ellas sentada y mirando un farolillo de colores rojo y amarillo resplandeciente. La niña pequeña mira al frente. Sus miradas denotan recogimiento que transmite cierta paz interior, muy alejada del tenebrismo y ambiente lúgubre de muchas de sus obras, lo cual no es demasiado típico del pintor. Las vestimentas y los peinados son los característicos de la época para dos niñas pequeñas. La luz es la que emite el propio farol, lo que hace que exista un ambiente de fondo oscuro con tonalidades marrones. Se trata de un óleo sobre lienzo (Fig. 2).

Figura 2. Niños del farol.

En el cuadro La familia, el pintor repite la composición de figuras inmóviles y del “cuadro dentro del cuadro”. Los cortinajes y los muebles nos hablan de una sala típicamente decimonónica. Nos encontramos con el mismo pintor de niño, acompañado de sus padres y de su caballo de cartón. El padre se muestra altivo, como buen indiano, y posando para hacerse el retrato. No muestra Solana ninguna piedad por la madre, ya que su expresión nos acerca a su hermano Florencio y anuncia la tremenda locura de que va a ser víctima. Los padres parecen apartarse para dejar el centro al cuadro que representa una escena de teatro guiñol. Juega con el azul. Incluso el caballo blanco y el vestido del niño se hallan matizados con este color.

El momento que recoge el cuadro pertenece a la época feliz de la familia Gutiérrez Solana. Aún vivían los padres y las posesiones de ultramar no estaban perdidas. El padre mantenía una vida religiosa muy intensa y los vecinos lo tenían por santo. El niño José le acompañaba frecuentemente a las ceremonias religiosas. La riqueza de cortinas y alfombras nos habla del buen momento económico. Pero, hasta esta intensa vida familiar, le pareció al niño, una vez mayor, un teatro de marionetas, una farsa, simples actitudes adoptadas frente a la vida y nada más. Se trata de un óleo sobre lienzo de 270 por 198 cm y pertenece a una colección particular (Fig. 3).

Figura 3. La familia.

En 1929 pinta El espejo de la muerte. Se trata de un cuadro con un espejo redondo adornado de calaveras y dos manos en la parte inferior. Bajo el espejo, se observan dos horrendas muñecas que están a los lados del cofre que contiene una calavera y un esqueleto de niño. El esqueleto del niño no hace sino confirmar el tenebrismo surrealista que invade a Solana y es quizá la única representación del esqueleto de un infante en la pintura española. En la parte inferior del cofre se entrelazan dos manos, la de la derecha es masculina y la otra femenina. Hacen referencia al pacto post mortem, dándonos a entender que el amor y la pasión sobrepasan los umbrales de esta vida. Una de las muñecas está dividida en dos, uno de los costados es normal y el otro esquelético, como si tratara de ofrecernos una visión surrealista de la vida y de la muerte. En este lienzo de horror y de muerte, el espejo no da ninguna respuesta, no refleja nada, es un dato más del hieratismo que sirve para ocultar el misterio.

Este cuadro es la representación de un drama oscuro y extraño que solamente puede desarrollarse entre españoles. Dice el autor al respecto: Lo pinté una tarde que hice estancia en una vieja provincia. ¿Para qué? ¿Qué falta hace que exista un argumento determinado? Esta pintura es también una muestra clara de su mente atormentada por las inquietudes vitales que siempre acompañaron su existencia. El espejo, los muñecos y demás objetos comprados en el rastro madrileño eran para los hermanos Gutiérrez Solana amuletos portadores de extraños recuerdos y premonitores de acontecimientos insospechados. Solana siempre fue considerado misántropo y extraño, acusando al final de su vida, el estigma familiar de la locura. Se trata de un óleo sobre lienzo de 83 por 66 cm y pertenece a una colección particular (Fig. 4).

Figura 4. El espejo de la muerte.

En 1943 pinta el cuadro Autorretrato. Se trata, para algunos autores, del mejor retrato de Solana. Dos rostros nos contemplan desde el lienzo: el del pintor, con su expresión de enfado y espera, y el de la gran muñeca de cera. Los dos rostros parecen igualmente humanos, no obstante la mujer representada es una muñeca. La cara de la muñeca parece preconizar algo inevitable que solamente ella está percibiendo. Es de una belleza esbelta, no muy corriente en las mujeres de Solana. La cabeza del pintor es luminosa, la paleta y los pinceles de la mano izquierda dan, por sí mismos, la impresión de ofrecernos un cuadro cargado de pintura. La mano derecha descansa sobre la cabeza de otro muñeco niño. El pintor ha querido dar vida a esos seres queridos, inanimados pero compañeros fieles de la casa. Las tres cabezas se mantienen situadas en tres planos distintos, lo que sirve para hacer del cuadro una composición equilibrada y bella.

Este es el retrato de un hombre asustado y misántropo. Prefiere el juego de las muñecas a la compañía de los humanos. Ha prescindido, incluso, de la compañía de su inseparable hermano Manuel. Son los seres inanimados, con los que no puede entrar en contradicción, los elegidos para pasar a la posteridad. Este dato le acerca un poco a la que fue la enfermedad familiar. Es un óleo sobre lienzo de 140 por 108 cm y pertenece a una colección particular (Fig. 5).

Figura 5. Autorretrato.

Bibliografía

– Sánchez M. Solana. Vida y pintura. Madrid, 1962.

– Alonso L. Solana. Estudio y catalogación de su obra. En: J. Solana. Ayuntamiento. Madrid, 1985.

– Gaya Nuño JA. José Gutiérrez-Solana. Ibérico Europa de Ediciones. Madrid, 1973.

García A. José Gutiérrez Solana. Grabador y Litógrafo. Mapfre Vida. Zaragoza, 1988.

– Madariaga B, Valbuena C. Cara y máscara de José Gutiérrez Solana. Diputación Provincial. Santander, 1976.

– Velarde A. José Gutiérrez Solana: pintor español. Espasa-Calpe. Madrid, 1936.

– Rodríguez L, Martínez A. Solana. Los genios de la pintura española. Sarpe, S.A. Madrid, 1990.

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