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PEDIATRÍA INTEGRAL - Revista de formación continuada dirigida al pediatra y profesionales interesados de otras especialidades médicas

PEDIATRÍA INTEGRAL Nº8 – OCT-DIC 2016

María Blanchard, entre el cubismo y la pintura figurativa

J. Fleta Zaragozano
Representación del niño

en la pintura española


J. Fleta Zaragozano

Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria. Facultad de Ciencias de la Salud. Universidad de Zaragoza

Pediatr Integral 2016; XX (8): 564.e1–564.e4


María Blanchard, entre el cubismo y la pintura figurativa

María Blanchard, hija de un periodista español y de madre polaco-francesa, era deforme, jorobada y miope desde el nacimiento, por lo que sufrió burlas desde la infancia. Esta deformación condicionó su vida y su obra. Fue una excelente artista y sus temas preferidos eran la infancia, la soledad, la tristeza y las enfermedades. Según los especialistas, estos temas fueron el reflejo de su obra y de su propia existencia. Su arte, poderoso, hecho de misticismo y de un amor apasionado por la profesión, quedará como uno de los más auténticos y significativos de nuestra época.

Su vida y su obra

María Gutiérrez Cueto, llamada María Blanchard, nació en Santander en 1881. Procedía de una familia burguesa acomodada, siendo su abuelo director de La Abeja Montañesa y su padre director del periódico El Atlántico. María adoptó el apellido Blanchard de su abuelo materno. Nació con una gran deformidad corporal, debida a una cifoescoliosis con doble desviación de columna, que marcaría toda su vida y le produciría gran sufrimiento psicológico. Sin embargo, durante su infancia contó con los beneficios de un ambiente familiar culto y estimulante, en el que su padre alentó su interés por el arte.

En 1903 decide marchar a Madrid para completar su formación con Emilio Sala y al año siguiente, tras la muerte de su padre, se instala en la capital. Allí acabará toda la familia, aunque en situación económica precaria, aliviada en parte, gracias a un tío que sufragó los gastos de la familia y la carrera de María. Estudia en 1906 con Álvarez de Sotomayor y empieza a exponer en la Exposición Nacional de Bellas Artes.

En 1909 obtiene una beca de la Diputación y Ayuntamiento de Santander y marcha por primera vez a París. Acude a la Academia Vitti, donde recibe enseñanzas de Anglada Camarasa y Van Dongen, que orientan su trabajo hacia la libertad del color y la expresión, permitiéndole alejarse de las restricciones de la pintura académica en la que había iniciado su carrera. Durante el verano viaja a Bélgica con Angelina Belloff, donde coinciden con Diego Rivera, a quien María ya conocía. Envía un cuadro a la Nacional de Bellas Artes de Madrid y se le concede segunda medalla. Al concluir su primera estancia en París, pasa una temporada en Granada, pero decide solicitar otra beca para regresar, y vuelve allí en 1912. Después, la pintora ejerce durante un tiempo como profesora de dibujo en Salamanca, pero recibe rechazo y humillación por parte de sus alumnos, por lo que decide instalarse definitivamente en París.

En 1916 viaja por tercera vez a la capital francesa, inicia la decisiva etapa cubista en su obra y estrecha vínculos de amistad con Juan Gris, Lipchitz y Metzinger. Empieza a encontrar compradores de su pintura, sobre todo, entre los coleccionistas rusos, americanos y alemanes. En 1920 expone en el Salón de los Independientes y Rosenberg le compra su obra cubista, pero su trayectoria artística ya está marcada por un giro fundamental hacia la figuración que Rosenberg no se compromete a apoyar. Blanchard inicia de nuevo un camino de grandes penalidades económicas, pero saca adelante su nueva producción, que coincide con el ambiente europeo del retorno al orden de entreguerras. Imágenes intimistas, expresivas y con un tratamiento del color y de la luz característicos.

En 1927, año de la muerte de Gris y de Flausch, María Blanchard se recluye en sí misma y pierde el contacto con los demás artistas. Su salud se empieza a deteriorar y padece tuberculosis. Busca consuelo en la religión, no deja de pintar y mantiene a varios miembros de su familia, lo que le proporciona una gran sensación de agobio económico del que solo se ve aliviada cuando vende algún cuadro, bien a través de la galería parisina Vavin, o directamente a un coleccionista suizo con el que firma contrato. En 1930 participa en una exposición colectiva en Brasil, organizada por la revista Montparnasse, junto a obras de Gris, Léger, Matisse, etc.; pero, ya entonces, su vida está limitada a la pintura y al contacto con unos pocos amigos, como Isabelle Rivière y el doctor Girardin. Muere en París en 1932.

Los niños en su obra

Blanchard pintó en muchas ocasiones a niños de todas las edades, desde maternidades hasta adolescentes de los dos sexos. Baste recordar las siguientes obras: La niña de las escaleras, La gourmandise, La niña del pañuelo, Jovencita leyendo, Niño con tazón de chocolate y El niño del balón, entre otras. Destacamos las siguientes.

La comulgante es un lienzo iniciado en 1914 y que María Blanchard abandonará para retomarlo nuevamente en 1920 con motivo del Salón Independants de París de 1921, donde lo presentará, junto con otras dos pinturas y dos dibujos, al parecer con el título de Interieur. El crítico de arte Maurice Raynal escribiría a Lhote: La exposición de La Communiante constituye un éxito casi escandaloso. No hay crítico de arte que no celebre en términos entusiastas esta revelación

El tema del cuadro, muy usado por los pintores de la época, entre los que podríamos citar a Jules Breton, Jean Beraud, José Gallegos, Tamara de Lempicka, Toulouse Lautrec o Picasso, es la representación de una niña que, vestida de primera comunión y cargada y adornada con toda la parafernalia posible: librito, limosnero, estampita, un repolludo cirio, etc., parece levitar ante el altar, mientras dirige una triste y perdida mirada hacia ningún sitio.

El poeta Gabriel Ferrater escribiría así sobre esta obra: Una niña, aprisionada en la agria fealdad de un traje de primera comunión blanco, está como aplastada sobre la superficie de la tela, en una actitud hierática, de santo de mosaico románico, con los típicos pies apuntando hacia abajo sin descansar en el suelo; la rodea el ámbito de la capilla, con un altar, un reclinatorio y unos cortinajes en cuya fealdad se ha recreado también agresivamente la pintora, y cuatro ángeles algodonosos que, en el ángulo superior derecho de la tela, elevan un cáliz en el aire.

El cuadro, realmente, no destila belleza y tampoco espiritualidad, aunque la pintora se refugiase en la religión, principalmente en los últimos años de su vida, para intentar huir un poco de sus crisis depresivas. Es difícil interpretar este cuadro que ha sido motivo de variadas opiniones de expertos y a lo largo de las últimas décadas. La condesa Campo-Alange, en su biografía de María Blanchard, indica: A mi modo de ver, la rigidez de la niña es la crítica inconsciente de la crueldad que encierra a veces la inocencia, la censura a unos seres que debiendo ser ángeles, según la idea aceptada, tuvieron con ella una falta absoluta de caridad y amor.

Con respecto a los elementos que adornan el cuadro, se ha dicho que es característico de la obra velazqueña, apareciendo en el retrato del Papa Inocencio X, en la Venus del espejo y en Las hilanderas, obras todas ellas que articulan enigmas relacionados con la percepción en torno a la figura femenina. Hay quien distingue entre los pliegues que forman el cortinaje, las facciones de un posible demonio observando a la niña. En los colores de la bandera francesa que parcelan las alas de los angelotes, alguien ha visto una búsqueda de esa atmósfera de independencia personal y la añoranza de esa libertad artística del París, en el que ella se encontró siempre libre y que habría tenido que abandonar al comienzo de la guerra, una vez iniciado su cuadro. Con esta obra obtuvo un éxito rotundo, que le valió el favor de crítica y público. Sin embargo, aquel destino favorable era solo un espejismo. Es propiedad del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Fig. 1).

Figura 1. La comulgante.

Existe otra réplica con algunas pequeñas variantes que Blanchard realizó en 1923, para regalar a una alumna suya. Dicha réplica, de propiedad privada, se puede ver en el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander y Cantabria (MAS).

En la obra La niña de la pulsera (o del brazalete) aparece una niña de unos siete años, sentada en una silla. Mira hacia el artista con una mirada pensativa. Lleva calcetines y vestido blanco con un gran escote y sus manos las tiene en su regazo. En la muñeca izquierda lleva una pulsera. De nuevo, predominan los grises en la silla y en los fondos. Se trata de un óleo sobre lienzo de 1923 (Fig. 2).

Figura 2. La niña de la pulsera (o del bracalete).

Maternidad es una de las muchas que realizó Blanchard a lo largo de su vida artística, tanto en su época cubista como en la figurativa. Aparece la madre sentada, que mira al espectador, con el pecho derecho fuera del vestido para dar de mamar al niño que tiene en su regazo. El niño, de meses de edad, llama la atención por su buen estado nutricional, está desnudo y lleva un gorro; muestra total indiferencia a lo que le ofrece la madre. Las proporciones anatómicas, tanto del niño como de la madre, no están totalmente ajustadas. Son colores fríos, marrones, blancos y grises; el gorro del niño es de color amarillo. La obra data de 1924, establecida ya su etapa figurativa, aunque con reminiscencias cubistas. Pertenece al Musée d’Art et d’Industrie de Roubaix de París (Fig. 3).

Figura 3. Maternidad.

Maternidad oval es otra de las maternidades representadas por Blanchard. En esta, se observa a la madre mirando al espectador y con el pecho fuera del vestido. El niño, desnudo, juega indiferente a la oferta de la madre y lleva un juguete en la mano izquierda. Solo lleva un pañal que lo envuelve parcialmente y un gorro blanco. El cuadro es semejante al expuesto anteriormente. Data de 1924 y es un óleo sobre lienzo. Pertenece al Musée d’Art Moderne de la Ville de París (Fig. 4).

Figura 4. Maternidad oval.

Una obra un tanto peculiar es El niño del helado (L´enfant à la glace). Se trata de una obra alegre y colorista de este período, que logra plasmar una pintura con un brillo y luz de gran intensidad, características recurrentes en la pintura de Blanchard de esta época. Aparece un niño de unos seis años, que acaba de comprar un helado. El niño muy bien vestido, con mirada seria, porta botines, chaqueta, pantalón corto, lazo al cuello y sombrero. Junto a él, está el carrito del helado y tras éste, aparece otro niño de menos edad que quiere subirse al carro para acceder al helado. Lleva un gorrito en la cabeza. Extraña en esta composición la ausencia de personas mayores; el espectador esperaba la presencia de la madre de los niños y del dueño del carro del helado. También, llama la atención la presencia en el suelo, en la parte inferior derecha, de un cuaderno, una corona de laurel y un bastón; pueden ser símbolos que ha introducido la autora para que busquemos una interpretación. Es un óleo sobre tela de 1924 (Fig. 5).

Figura 5. El niño del helado.

En Dolor de muelas aparece una niña de unos cuatro años de edad, sentada en una mesita, con la cabeza ligeramente inclinada y con la mano izquierda en contacto con la cara. Lleva un pañuelo anudado en la parte superior de la cabeza. El pañuelo le va a calmar el dolor de muelas que padece la pequeña; posiblemente, tiene una caries en una pieza del maxilar inferior izquierdo. Hay un monocolor en gris-marrón de diferentes tonalidades y la autora ha incluido bastantes reflejos en la ropa y en el cuerpo de la pequeña. Es un óleo sobre lienzo de 1928, en plena etapa figurativa (Fig. 6).

Figura 6. Dolor de muelas.

Este retrato, Niña orante (Fillete en prière), es de una niña de unos seis años de edad. Está rezando muy ensimismada. Es de medio cuerpo y lleva los dedos entrelazados. Su vestido es muy sencillo, escote discreto y de color oscuro. Toda la composición es de pincelada suelta y algo difuminada. Los rasgos de la cara están poco definidos y los fondos son de color marrón. Es un óleo sobre lienzo de 60 por 33 cm de 1925 (Fig. 7).

Figura 7. Niña orante.

Bibliografía

– Caffin L. María Blanchard 1881-1932. Catalogue raisonné de Liliane Caffin Madaule I y II tomos. DACS. París, 1994.

– Salazar MJ. Aproximación a la vida y a la obra de María Blanchard 1881-1932. Museo Español de Arte Contemporáneo. Madrid, 1982.

– Salazar MJ. María Blanchard. Fundación Botín y Museo de Arte Reina Sofia. Madrid, 2012.

– Bernárdez C. María Blanchard. En El Cubismo y sus entornos en la colección de Telefónica. Fundación Telefónica. Madrid, 2005.

– VV.AA. Fuera de Orden: Mujeres de la Vanguardia Española. Catálogo de exposición. Fundación Cultural Mapfre Vida. Madrid, 1999.

– Combalía V. Amazonas con pincel: vida y obra de las grandes artistas del siglo XVI al siglo XXI. Ed. Destino. Barcelona, 2006.

– VV.AA. Siete pintores españoles de la Escuela de París: María Blanchard, Juan de Echevarría, Juan Gris, Francisco Iturrino, Joan Miró, Pablo Ruiz Picasso, Daniel Vázquez Díaz. Caja de Madrid. Madrid, 1993.

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