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PEDIATRÍA INTEGRAL - Revista de formación continuada dirigida al pediatra y profesionales interesados de otras especialidades médicas

PEDIATRÍA INTEGRAL Nº7 – SEPTIEMBRE 2016

¿Cuánto debe dormir la población infantojuvenil de 0-18 años?

J. Pellegrini Belinchón
Editorial


M.I. Hidalgo Vicario

Directora Ejecutiva de Pediatría Integral

 

«La duración del sueño nocturno varía en función de la edad, el estado de salud, el estado emocional y otros factores genéticos y ambientales; su duración ideal es la que nos permite realizar las actividades diarias con normalidad. La AAMS ha publicado un consenso sobre la cantidad de horas que debe dormir la población de 0-18 años para promover una salud óptima"

 


¿CUÁNTO DEBE DORMIR LA POBLACIÓN INFANTOJUVENIL DE 0-18 AÑOS?

El sueño es fundamental para la salud y el desarrollo adecuado de la población infantojuvenil. Un sueño saludable requiere una duración y momento adecuado, buena calidad, regularidad y la ausencia de trastornos del sueño. Las alteraciones y trastornos durante esta etapa son frecuentes, distintos a los de los adultos y sus consecuencias a corto, medio y largo plazo, también diferentes. Muchos adultos refieren que sus problemas con el sueño se iniciaron en la infancia.

El sueño es un estado fisiológico, reversible y cíclico, que aparece en oposición al estado de vigilia y que presenta unas manifestaciones conductuales características, tales como una relativa ausencia de motilidad y un incremento del umbral de respuesta a la estimulación externa. A nivel orgánico, se producen modificaciones funcionales y cambios de actividad en el sistema nervioso, acompañadas de una modificación de la actividad intelectual que constituyen las ensoñaciones. Sigue una periodicidad circadiana (20-28 h) y en el adulto es de aproximadamente 24 h.

El ciclo vigilia-sueño está generado y organizado por el núcleo supraquiasmático del hipotálamo (marcapasos o reloj circadiano) y precisa sincronizadores externos (luz-oscuridad y hábitos sociales, principalmente) e internos (secreción de melatonina, excreción de cortisol y temperatura corporal). Intervienen, también, mecanismos homeostáticos para mantener el equilibrio interno, como: la cantidad de sueño (cuanto más duerme un individuo, menor es su necesidad de dormir). La edad también influye en la regulación del sueño.

El ser humano invierte aproximadamente, un tercio de su vida en dormir y esta es una actividad absolutamente necesaria para las funciones fisiológicas del organismo, tanto físicas como psicológicas, restaurar la homeostasis del sistema nervioso central y del resto de los tejidos, restablecer los almacenes de energía celular, y consolidar la memoria. Existen dos fases diferenciadas del sueño: el sueño con movimientos oculares rápidos o REM (Rapid Eye Movement), que tiene un papel relevante en los procesos de atención y memoria, así como en la consolidación del aprendizaje, por eso es mayor en la infancia; y el sueño sin movimientos oculares rápidos o NREM (Non Rapid Eye Movement), con una función restauradora del organismo. Durante el sueño nocturno, se alternan de manera cíclica ambas fases. La duración de los ciclos se va alargando de 40 minutos, en la infancia, a 80-90 minutos del adulto.

La duración del sueño nocturno varía en función de la edad, el estado de salud, el estado emocional y otros factores genéticos y ambientales; su duración ideal es la que nos permite realizar las actividades diarias con normalidad. Existen diferentes patrones de sueño: dormidores cortos (se encuentran en los percentiles bajos del sueño), dormidores largos (a partir del percentil 75); tipo alondra, aquellos que necesitan acostarse y levantarse temprano, o tipo búho, son los que desean trasnochar y levantarse más tarde.

A lo largo de la vida, se producen modificaciones en el patrón y estructura del sueño, así como en las conductas relacionadas con el mismo. El recién nacido, durante los primeros días de vida, permanece dormido más de 16-18 horas/día, distribuidos en varios episodios, aquí el sueño está condicionado por la alimentación. En los menores de 3 meses, el sueño activo precursor del sueño REM, es el de mayor proporción, alcanzando un 60% del tiempo total los primeros días de vida, luego va disminuyendo hasta llegar al 20% del adulto. A los 6 meses, el bebé establece su ritmo circadiano vigilia-sueño. A los 2 años, el promedio de horas de sueño es de unas 13 horas. Las siestas son normales hasta los 4-5 años de edad. Los despertares nocturnos son fisiológicos; aparecen en un 20-30% de los niños menores de 3 años, un 15% a los 3 años y un 2% a los 5 años. Los adolescentes presentan un cierto retraso fisiológico del inicio del sueño, tienden a acostarse y despertarse por la mañana más tarde de lo habitual. Según Carskadon, el periodo circadiano intrínseco del adolescente es más prologado (25 h) que el de la población general (24,5 h).

Se debe diferenciar entre “problemas con el sueño”, que constituyen patrones del sueño insatisfactorios para los padres, el niño o el pediatra (no todos son anormales ni precisan tratamiento) de los ”trastornos del sueño”, que constituyen una alteración real, no una variación de la función fisiológica que controla el sueño. Un 30% de niños y adolescentes experimentan algún tipo de trastorno del sueño, desde: dificultad para iniciar o mantener el sueño (insomnio, síndrome de piernas inquietas o síndrome de retraso de fase); aparición de eventos anómalos durante la noche (parasomnias, síndrome de apnea hipopnea del sueño); o, incluso, dormir excesivamente (hipersomnias primarias -narcolepsia- o hipersomnias secundarias a privación crónica de sueño de origen multifactorial). Así pues, se puede tener problemas y trastornos del sueño por dormir poco tiempo o demasiado.

En el adulto, la falta de sueño provoca somnolencia, déficit cognitivo y síntomas psiquiátricos, como irritabilidad o trastorno del ánimo y, si se prolonga, desorientación y alucinaciones. En los niños, el déficit de sueño se relaciona con: manifestaciones del comportamiento, déficit de atención, hiperactividad paradójica, problemas del desarrollo mental y del aprendizaje, lo que influye en el desarrollo escolar y puede llevar a confundirlo con un trastorno por déficit de atención e hiperactividad, que habrá que diferenciar, teniendo en cuenta que, en ocasiones, pueden coexistir ambos trastornos. La falta de sueño también aumenta el riesgo de: accidentes, lesiones, hipertensión, alteración del crecimiento, obesidad, intolerancia a la glucosa, diabetes, alteraciones inmunológicas y depresión. Igualmente, una falta de sueño en adolescentes, se asocia con un mayor riesgo de autolesión, pensamientos suicidas e intentos de suicidio. Los problemas de sueño en los niños, además de implicaciones negativas en su crecimiento y desarrollo, son fuente de estrés para los familiares, influyendo en la calidad de vida y en la dinámica familiar.

El hecho de dormir demasiado puede asociarse con resultados adversos para la salud, tales como: hipertensión, diabetes, obesidad y problemas de salud mental.

Diversos estudios han observado que dormir regularmente de una forma adecuada se asocia con mejores resultados de salud, incluyendo la mejora: de la atención, del comportamiento, del aprendizaje, de la memoria, de la regulación emocional, de la calidad de vida y de la salud mental y física.

En ocasiones, los padres preguntan en la consulta ¿cuánto debe dormir su hijo?. La respuesta es sencilla: “lo que necesite para estar alegre y contento realizando sus actividades diarias con normalidad”. Cada persona tiene unas necesidades individuales de sueño y no existen datos absolutos. Iglowtein y cols., en 2003, estudiaron aproximadamente 500 niños y adolescentes, estableciendo, desde entonces, unos percentiles de referencia, que se han venido utilizando para la duración total del sueño, así como la duración del sueño nocturno y diurno(1).

Recientemente, la Academia Americana de Medicina del Sueño (AAMS) ha publicado un consenso con recomendaciones sobre la cantidad de horas que debe dormir la población de 0-18 años, necesarias para promover en estos una salud óptima. Establece un rango de nº de horas al día, incluyendo las siestas hasta los 5 años(2). El panel de expertos revisó la evidencia científica publicada entre la duración del sueño y el rango de duración que promueve la salud óptima en los niños de 0-18 años (se valoraron siete categorías dentro de la salud: salud general, cardiovascular, metabólica, mental, función inmunológica, desarrollo y rendimiento). Las recomendaciones se exponen a continuación:

• De 4 a 12 meses: 12 a 16 horas.

• De 1 a 2 años de edad: 11 a 14 horas.

• Niños de 3 a 5 años de edad: 10 a 13 horas.

• Niños de 6 a 12 años de edad: 9 a 12 horas.

• Los adolescentes de 13 a 18 años de edad: 8 a 10 horas.

No incluyen recomendaciones para los menores de 4 meses, debido a la amplia variación en la duración y patrones de sueño, además de la insuficiente evidencia para resultados en salud.

Según lo anterior, la Academia Americana de Pediatría, la Sociedad de Investigación del Sueño y la Asociación Americana de Tecnología del Sueño dan unas recomendaciones dirigidas a toda la población para conseguir una duración adecuada del sueño en la población infantil, promover políticas públicas y conseguir más investigación sobre el papel de la duración del sueño en la salud y el bienestar.

El pediatra de Atención Primaria (AP) tiene un papel importante en la prevención de los problemas y trastornos del sueño, así como en su detección precoz, diagnóstico, tratamiento, saber cuándo derivar a la unidad del sueño y seguimiento de los pacientes y sus familias. Por ello, es preciso su formación en este área de la Pediatría. En una encuesta reciente, se observó que el 20% de los pediatras no preguntan sobre el sueño en los controles de salud.

La mayoría de los problemas pueden prevenirse con una educación a los padres y cuidadores desde el nacimiento, aprovechando los controles periódicos de salud y también de forma oportunista, dando consejos de forma oral y escrita, explicando las características del sueño según la edad, la necesidad de un nº de horas de sueño adecuadas, medidas de higiene, detectar factores estresantes, enfermedad de base, prevención de muerte súbita, rutinas, etc. Si no se actúa de forma precoz, muchos problemas pueden persistir y evolucionar a la edad adulta cronificándose. Para la detección, se hará una buena historia clínica, valorando la presencia de síntomas clínicos diurnos y nocturnos, exploración física, utilización de cuestionarios, agenda de sueño y vídeos; todo ello, se puede obtener en el grupo de trabajo del sueño de la SEPEAP, disponible en: http://www.sepeap.org/grupos-de-trabajo/grupo-de-trabajo-sueno/.

El tratamiento y seguimiento dependerán lógicamente de la causa, desde AP se puede realizar una gran labor, estableciendo medidas conductuales y de higiene, tecnicas de relajación ante un insomnio por hábitos incorrectos y las parasomnias; aporte de hierro en el síndrome de piernas inquietas; hábitos dietéticos y ejercicio ante una obesidad; o una coordinación multidisciplinar ante los trastornos respiratorios del sueño y un retraso de fase.

Bibliografía

1. Iglowstein I, Jenni OG, Molinari L, et al. Sleep duration from infancy to adolescence: reference values and generational trends. Pediatrics. 2003; 111: 302-7.

2. Paruthi S, Brooks LJ, D’Ambrosio C, et al. Recommended amount of sleep for pediatric populations: a consensis statement of the American Academy of Sleep Medicine. J Clin Sleep Med. 2016; 12: 785-6.

 

 

 

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