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PEDIATRÍA INTEGRAL - Revista de formación continuada dirigida al pediatra y profesionales interesados de otras especialidades médicas

PEDIATRÍA INTEGRAL Nº2 – MARZO 2016

El niño en la pintura de Eduardo Rosales

J. Fleta Zaragozano
Representación del niño

en la pintura española


J. Fleta Zaragozano

Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria
Facultad de Ciencias de la Salud. Universidad de Zaragoza

Pediatr Integral 2016; XX (2): 132.e1-132.e3


El niño en la pintura de Eduardo Rosales

 

Rosales fue un artista en el verdadero sentido de la palabra, de ejecución franca y de amplitud singular; su naturaleza le llevaba a la pintura monumental y sus cuadros llevan dentro de cada pincelada un pensamiento. Pobre de nacimiento y crianza y, además, enfermo de tuberculosis, pudo saborear el éxito de su obra antes de su prematura muerte, acaecida a los 37 años. Pintor sobresaliente de obras de historia, supo también reflejar en sus cuadros al niño en diversas ocasiones.

Vida y obra

Eduardo Rosales y Martínez nació en Madrid en 1836. Pasó una infancia triste y menesterosa. Estudió en las Escuelas Pías, en el instituto de San Isidro y en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde tuvo como maestro a Federico de Madrazo, entre otros. La muerte de su madre (1853) y la de su padre (1855) le dejó en la mayor indigencia y fue acogido por una familia amiga. En 1856 tuvo una hemoptisis, primera manifestación de la enfermedad que causaría su temprana muerte. En agosto de 1857 viajó a Italia y en Roma, sin recursos y con grandes privaciones, pasó unos años de gran dureza, aquejado siempre por su falta de medios y su enfermedad.

En 1859 obtuvo una pensión de gracia y en compensación pintó su lienzo Tobías y el ángel. Tras un breve viaje a Madrid (1861), realizó el boceto para el cuadro Visita de Carlos V a Francisco I en la torre de los Lujanes, primer tanteo de un gran cuadro de historia, género obligado entonces para la consagración oficial, acerca de cuyo tema no acababa de decidirse. En 1862 obtuvo una mención honorífica en la Exposición Nacional de Madrid por un cuadro de género que representaba a una niña italiana, Nena o Niña sentada en una silla; en esta obra el pintor ya descubría su talento maravilloso y su mágica paleta de colorista. Emprendió después la ejecución de su primer cuadro importante de historia, el Testamento de Isabel la Católica, con el que logró una medalla de primera clase en la Exposición Nacional de 1864.

Pasó una temporada en Madrid y, en 1865, realizó un viaje a París, regresando después a Roma, donde en 1866 inició su lienzo más ambicioso, La muerte de Lucrecia. Este cuadro fue interrumpido por recaídas en su enfermedad y un nuevo viaje a Francia, donde su Testamento de Isabel la Católica fue galardonado con medalla de oro en la Exposición Universal de París de 1867; el emperador, a su vez, le concedió la Cruz de la Legión de Honor. Volvió a Madrid en 1868 para contraer matrimonio y regresó a Roma, donde pintó en una sesión Mujer saliendo del baño, considerado uno de los mejores desnudos de la pintura española.

En 1869 se estableció en Madrid y terminó La muerte de Lucrecia, que presentó a la exposición nacional de 1871, en donde se le concedió la medalla de oro. En este cuadro, la inspiración y la creación parecen obra de un solo instante, tanta es la espontaneidad que en ella sobresale. También pintó excelentes retratos y numerosos bocetos. Su última gran obra, que dejó sin terminar, es Los evangelistas San Juan y San Mateo.

Los dos últimos años de su vida los pasó en el santuario de Fuensanta y en Panticosa. En agosto de 1873 fue nombrado director de la recién fundada Academia Española de Bellas Artes en Roma, pero el 13 de septiembre falleció en su casa de Madrid. Dejó una obra no muy extensa, aproximadamente de un centenar de cuadros, la mayor parte pertenecientes al Museo de Arte Moderno de Madrid, Museo del Prado e instituciones oficiales. Su obra Testamento de Isabel la Católica fue adquirida por el Estado español y constituye una de las joyas del museo de Arte Moderno de la capital de España. Su obra está reputada como la de mayor calidad del largo periodo en que predominó en España la pintura de historia y que coincide con el reinado de Isabel II.

Su obra sobre la infancia

Tobías y el ángel fue pintado en 1859. Según el relato bíblico, Tobías permanecía junto a un río cuando fue amenazado por un pez gigantesco, del que fue salvado gracias a su ángel protector. El cuadro muestra al protagonista buscando refugio en el ángel, el cual, ligeramente vuelto hacia la izquierda, señala con su mano al pez, tranquilizando al joven. Abordado con una estética muy cercana a los pintores nazarenos alemanes y prerrafaelitas italianos, Rosales demuestra en esta obra su conocimiento de las tendencias pictóricas europeas, que ya conocía antes de viajar a Roma. Influencias que le llegaron a través de sus maestros Carlos Luis de Ribera o Federico de Madrazo.

El pintor realizó numerosos dibujos y bocetos preparatorios, que demuestran lo estudiado de la composición y la preocupación del artista por el resultado final. Características que chocan, sin embargo, con el intencionado aspecto inconcluso de la obra, que enlaza con las indagaciones estéticas visibles en otros cuadros de esta época como Ofelia o el Desnudo femenino. Adquirido en 1879 para el Museo Nacional de Pintura y Escultura, estuvo posteriormente en el Museo de Arte Moderno y en la actualidad pertenece al Museo del Prado. Se trata de un óleo sobre lienzo de 198 por 118 cm (Fig. 1).

Figura 1. Tobías y el ángel.

Nena fue pintado en 1862. Esta niña, sentada en una silla junto a un gato, está en la línea del realismo sentimental y pintoresco que triunfa en Europa por esas fechas y que no hay que identificar con el realismo más radical emprendido por Courbet. En esta obra se advierte ya su dominio del arte de la pintura y, seguro de sí mismo, va a ir superando con inusitada rapidez las enseñanzas recibidas en la Academia, captando intuitiva y reflexivamente las corrientes artísticas de su tiempo, tamizándolas en su poderoso genio. Afortunadamente Nena no salió de España (Fig. 2).

Figura 2. Nena.

Angelo, creado un año después, pintado de frente, lleno de simpatía, está sentado en una silla y tiene un perrillo lanudo a su derecha que nos está mirando. El dibujo es firme, el colorido armonioso y el claro-oscuro muy acentuado. La cara del muchacho, llena de vida y sonriente, es un acierto de captación de jovialidad. Tintas empastadas, colorido más armonioso que el de Nena. No en vano ha pasado un año desde que pintó el primero. El traje calabrés está ejecutado con gran maestría y el perrillo que le acompaña es una maravilla de vivacidad. Toda la obra está ejecutada con esmero, pincelada enérgica y segura, el dibujo fuerte. La influencia velazqueña es patente en la entonación terrosa. El óleo fue encargado por la condesa de Velle, que había adquirido Nena para hacer pareja con esta pintura (Fig. 3).

Figura 3. Angelo.

Entregado a la condesa, la obra fue muy apreciada por Rosales, que la presentó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1864 con el título de Un calabrés. Después figuró en la Exposición Internacional de Dublín (1865), acompañando, como en 1864, al Testamento. Las medidas de ambos cuadros son las mismas (95 por 75,5 cm) y es lógico, pues deberían formar pareja.

En 1869 pintó Presentación de don Juan de Austria ante Carlos V en Yuste. No es habitual que los cuadros de historia sean de pequeño formato como ocurre en este caso, desafiando Rosales a las “grandes máquinas” de la época y constituyendo un temprano precedente de la pintura de gabinete con escenas históricas, de considerable éxito entre los burgueses a finales del siglo XIX. El lienzo representa el momento en que un adolescente don Juan de Austria, hijo natural del viudo emperador Carlos y doña Bárbara Blomberg, es conducido a presencia de su anciano padre en su retiro de Yuste. La presencia de don Juan había sido mantenida en secreto durante mucho tiempo, siendo conocido el niño con el nombre de Jeromín. Don Carlos aparece junto a una ventana, prácticamente inválido por los continuos ataques de gota, por lo que lleva las piernas cubiertas con una manta, reposándolas sobre un cojín. El emperador se acompaña de su fiel mastín y de dos frailes jerónimos del cercano monasterio. En el extremo opuesto de la composición, se ubican los nobles de la corte imperial y el tímido don Juan, vestido de azul intenso, presentado a su padre por su tutor, don Luis de Quijada.

La técnica exhibida por Rosales es de una gran riqueza plástica, ya que consigue crear las figuras con un empastado y breve toque, aunque no renuncie a su riguroso dibujo y la volumetría del modelado de los personajes. A pesar de su reducido tamaño, la escena no pierde monumentalidad ni trascendencia, ubicando con maestría a los personajes en la escena, trabajando de manera acertada el tratamiento de la luz y creando una excelente sensación atmosférica que recuerda a Velázquez. Tampoco están descuidadas las indumentarias ni el realismo de los rostros, consiguiendo un sensacional resultado. La obra fue encargada por el duque de Bailén y presentada a la Exposición Nacional de 1871. Es un óleo sobre lienzo de 76 por 123 cm y pertenece al Museo del Prado (Fig. 4).

Figura 4. Presentación de don Juan de Austria al Emperador Carlos V en Yuste.

De 1871 es La condesa de Santovenia (la niña de rosa). Conchita Serrano, hija del general Serrano y condesa de Santovenia, por su matrimonio, es la protagonista de este retrato realizado cuando contaba 11 años de edad. Aparece vestida de rosa, creándose una correcta armonía con la tonalidad oscura del abrigo de terciopelo y los tonos del paisaje del fondo. La pincelada rápida empleada por el maestro aumenta la sensación armónica al fundir los colores para crear un ambiente atmosférico. Esa pincelada rápida no omite detalles como podemos apreciar en el vestido, exhibiendo una seguridad que enlaza con el Impresionismo. Este magnífico retrato fue adquirido por el Museo del Prado en 1982, donado por la Fundación Amigos del Museo del Prado, Cajamadrid y Banco de España. Es un óleo sobre lienzo de 163 por 106 cm (Fig. 5).

Figura 5. La condesa de Santovenia.

Bibliografía

– Barón J. Catálogo de exposición: El retrato español del Greco a Picasso. Museo Nacional del Prado, 2005.

– Rubio Gil, L. Eduardo Rosales. Editorial Aguazul. Barcelona, 2002.

– López Delgado JA. Un tiempo juvenil del pintor Rosales: 1856-1857. Murcia, 2003.

– VVAA. Diccionario de Arte. Pintores del siglo XIX. Editorial LIBSA, 2001.

– Gómez-Moreno, ME. La pintura española en el siglo XIX. Del romanticismo al naturalismo. Los genios malogrados. Antología de Summa Artis, Espasa Calpe, S.A., 2004.

– Calvo Serraller, F. Pintores españoles entre dos fines de siglo (1880-1990): de Eduardo Rosales a Miquel Barceló. Alianza Forma. Madrid, 1990.

– Revilla Uceda, M. Eduardo Rosales en la Pintura Española. Edarcon. Madrid, 1982.

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