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PEDIATRÍA INTEGRAL - Revista de formación continuada dirigida al pediatra y profesionales interesados de otras especialidades médicas

PEDIATRÍA INTEGRAL Nº9 – NOVIEMBRE 2015

Antonio María Esquivel y los niños de la alta burguesía

J. Fleta Zaragozano
Representación del niño

en la pintura española


J. Fleta Zaragozano

Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria
Facultad de Ciencias de la Salud. Universidad de Zaragoza

 

Pediatr Integral 2015; XIX (9): 642.e1-642.e4


Antonio María Esquivel y los niños de la alta burguesía

 

Este pintor de origen sevillano trabajó durante toda su vida en Madrid. Participó en las corrientes historicistas que predominaron durante el siglo XIX, dentro del llamado movimiento eclecticista. Estuvo integrado en los salones artísticos que solían celebrarse en las ricas mansiones alto-burguesas, reuniones en las cuales participaban políticos, literatos, músicos y pintores, tal y como se aprecia en su cuadro Lectura de Zorrilla en el estudio del pintor, del Museo del Prado. De la síntesis realizada sobreviene el nombre que se le otorga al período en el que trabajó, Eclecticismo, que trataba de aprovechar lo mejor de otras épocas y estilos.

Vida y obra

Antonio María Esquivel y Suárez de Urbina nació en Sevilla en 1806 y murió en Madrid en 1857; fue pintor, escritor y crítico de arte. Está considerado por algunos autores como el pintor más emblemático de la pintura romántica sevillana y uno de los más prestigiosos de su tiempo en toda España; especialista en retratos, que realizaba con gran maestría. Nacido de familia noble, creció en un ambiente pobre tras la muerte de su padre, mientras su madre se esforzaba en que tomara lecciones en la Academia de Bellas Artes, llegando a pasar apuros económicos en su Sevilla natal.

En 1831 decide marcharse a Madrid junto con el también pintor hispalense José Gutiérrez de la Vega, comenzando a partir de entonces una etapa de éxito donde consiguió premios y honores. Su formación corrió a cargo de las enseñanzas impartidas en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Esta educación se basaba, sobre todo, en el dominio del dibujo y el contorno, que primaba sobre el color y la luz. Esquivel combinó esta maestría dibujística con las grandes composiciones de los maestros del Siglo de Oro español, así como con las técnicas de iluminación desarrolladas durante el Romanticismo. Desde 1832, fue académico de mérito de la Real Academia de San Fernando, colaborador artístico de El Panorama y El siglo XIX, quedando incluido en 1837 en el brillante Liceo Artístico y Literario. Impartió clases en la Academia de Madrid y, como erudito en la materia, publicó dos monografías: José Elbo y Herrera el Viejo en 1847 y Tratado de Anatomía Pictórica en 1848.

Como pintor, se enmarca dentro de la corriente romántica o isabelina, con una obra que se caracteriza por el sentimiento y la corrección estética, y un estilo caracterizado por las calidades cromáticas y la definición del dibujo. Su especialidad fue sin duda el retrato, muy solicitado en aquella época, tanto individual como colectiva; algunos de ellos eran miniaturas de personajes ilustres de las sociedades madrileña y sevillana. En estas obras, además del valor pictórico y artístico, está el de la descripción del ambiente y de la sociedad del momento.

En cuanto a la temática religiosa, Esquivel fue continuador del estilo murillesco, tan en boga en aquellos tiempos. Su temática histórica queda representada principalmente por su conocida obra, La campana de Huesca, realizada con su peculiar tendencia de tintes teatrales y románticos, propios de la sociedad del momento. Finalmente, el tema costumbrista también está representado en su pintura, con obras de personajes populares que eran muy solicitados en el mercado de Madrid y Sevilla.

Sus retratos de niños

Infanta María Teresa de Borbón. Duquesa de Sessa. La infanta, de diez años de edad, posa ante un paisaje umbroso y sostiene cuidadosamente una rosa con la mano izquierda, mientras que con la otra toma la falda de su vestido con párvula timidez, repitiendo un típico gesto cortesano de ofrecimiento. Esta obra sobresale dentro de la amplia producción de Esquivel por la exquisita delicadeza de su factura, que matiza la vaporosa vestidura de la niña por medio de tenues veladuras. Ataviada con un vestido largo, blanco, con mangas abullonadas y con un elegante peinado de moño alto con bandós por detrás de las orejas que terminan en bucles, la infanta lleva discretos adornos de joyería, apropiados a su edad y condición. El maestro sevillano, que fue sin duda el mejor dotado retratista infantil español de su generación, captó la ternura y la modestia del carácter de la retratada, a quien supo, además, conferir un aire de suave naturalidad.

Posiblemente, esta pintura fue encargada con un destino estrictamente privado, de manera que su familia pudiera recordar siempre a la niña en tan tierna edad. Los tonos dorados con que se ilumina la figura y su efectista claroscuro, se relacionan con la tradición barroca hispalense en la que muy a menudo se inspiraron tanto Esquivel como otros artistas andaluces contemporáneos. Sin embargo, el modelo formal del retrato, original en el panorama de la pintura española, que ubica a una persona de alta dignidad lejos de cualquier interior palaciego e instalada en un paisaje campestre, procede directamente de la tradición inglesa, tan apreciada en Andalucía y que el sevillano empleó abundantemente durante toda su carrera. A todo ello hay que sumar también la originalidad del formato, de tamaño académico o pusinesco, muy escaso en la pintura española de su tiempo. Data de 1834, es un óleo sobre lienzo de 116 por 95 cm y pertenece al Museo del Prado (Fig. 1).

Figura 1. Infanta María Teresa de Borbón. Duquesa de Sessa.

Niños en un jardín. Excelente retrato infantil en el que aparecen representados dos niños en un jardín. En pie la niña y de cuerpo entero, con pelo castaño y ojos marrones, luce vestido de vuelo en un intenso azul oscuro y pantalones a la turca para guarecer sus piernas. Empuja una sillita-andador en la que está sentado su hermano, un niño de corta edad, pelón, con ojos marrones y carnaciones rosadas. Al fondo, se vislumbra un paisaje. Antiguas atribuciones veían en esta obra a los hijos del pintor, pero recientes investigaciones desechan esta hipótesis, ya que su hija Julia nació tan solo un año antes que su hermano. No obstante, durante el Romanticismo serán muy comunes los retratos de los componentes de la familia del artista; de hecho, Esquivel retrató en varias ocasiones a sus hijos y a su esposa. El Museo del Romanticismo posee un lienzo en el que aparece representado el pintor con sus hijos varones. Esta obra está fechada en 1839. Es un óleo sobre lienzo de 120 por 92 cm y pertenece al Museo Nacional del Romanticismo (Fig. 2).

Figura 2. Niños en un jardín.

Niña con aro de cascabeles. Figura infantil de pie y de cuerpo entero a tamaño natural. Luce un vestido corto de color azul intenso con falda de vuelo y mangas cortas. Calza botines negros. La niña sostiene en su mano izquierda un aro forrado de terciopelo rojo con cascabeles; con la mano derecha sujeta la vara con la que se impulsa el aro. Un fondo de jardín con dos pilares rematados por maceteros con flores, enmarca la figura. La niña aparece representada con los atributos propios de la infancia, como el aro, haciendo alusión al mundo de los juegos.

En esta obra se aprecian reminiscencias de la pintura inglesa decimonónica, sobre todo a la hora de plasmar el sugerente fondo de paisaje, en el que podemos contemplar un jardín rodeado de una atmósfera de ensoñación. Estas influencias las adquiriría Esquivel en su ciudad natal, ya que entabló estrechos lazos profesionales y personales con Julián Benjamín Williams, por aquel entonces cónsul inglés en Sevilla y gran coleccionista y mecenas de arte. En el domicilio particular del cónsul, pudo apreciar los extraordinarios lienzos de pintura inglesa, que repercutirían en su futura producción artística. Williams le aportaría además múltiples beneficios económicos al pintor, ya que con su ayuda pudo trasladarse a la Corte donde adquiriría fama y gloria y, además, se encargaría de comercializar las pequeñas estampas de temática costumbrista, con predominio de majas, bandoleros y toreros, destinadas a una venta fácil en el mercado británico. Data de 1846. Es un óleo sobre lienzo de 125 por 93 cm y pertenece al Museo Nacional del Romanticismo (Fig. 3).

Figura 3. Niña con aro de cascabeles.

El Retrato de Rafaela Flores Calderón forma parte de la antología de la retratística infantil del romanticismo español. Rafaela se apoya en una gran jaula vacía, mientras un papagayo gris se posa sobre su mano izquierda. Al fondo, un jardín del flores con un pedestal coronado por un gran jarrón a la derecha. Destaca la especial sensibilidad del pintor en captar la elegancia natural del modelo que recuerda al retrato infantil inglés, de dibujo preciso y sobriedad cromática, subrayada por algún toque colorista, como la jaula y las flores que enmarcan el escenario del retrato de la niña. Obra donada por Manuel Flores Calderón al desaparecido Museo de Arte Moderno. Pintado en 1846, es un óleo sobre lienzo de 138 por 109 cm y pertenece al Museo del Prado (Fig. 4).

Figura 4. Retrato de Rafaela Flores Calderón.

La niña Concepción Solá Garrido con su perrito. Retrato de una niña de cuerpo entero, elegantemente vestida con un traje blanco, adornado con lazo rosa. Está sentada y entre sus brazos sujeta un perrito, al que acaricia con delicadeza; nótese el caprichoso corte de pelo del can. La indumentaria de la niña resulta peculiar, tanto por lo holgado y escotado del vestido, como por enseñar los finos calcetines que cubren sus piernas, frente a los característicos pololos de volantes de la época, que solían utilizarse para abrigar las piernas de los infantes.

Concepción Solá Garrido en su edad adulta contrajo matrimonio con Antonio del Águila y Mendoza, Gobernador General de Filipinas. Fue hija de un acaudalado banquero cordobés y a los quince años tuvo que venir escoltada hasta Madrid por el bandolero José María El Tempranillo, ya que su padre tenía la intención de casarla en la capital. Esta obra destaca por la proyección sentimental de la modelo, así como por la finura de ejecución y el delicado tratamiento del vestido y del paisaje. Estas reminiscencias de la pintura inglesa las podemos observar en diversas obras del sevillano, que se custodian en el Museo Nacional del Romanticismo, siendo un buen ejemplo de ello el cuadro Filomena Sánchez Salvador de la Mancha-Real. Pintado en 1847, es un óleo sobre lienzo de 117 por 107 cm y pertenece al Museo Nacional del Romanticismo (Fig. 5).

Figura 5. La niña Concepción Solá Garrido con su perrito.

Retrato del niño Carlos Pomar Margrand. Aparece en primer plano la figura del niño, de pie, con una fusta en su mano derecha y sosteniendo con la izquierda las bridas de un caballo de cartón. Destaca este retrato por su dibujo y la riqueza del color que configuran una escena que expresa toda la gracia infantil. Finalmente, un paisaje con resabios de la pintura inglesa, encuadra este bello lienzo. Realizado en 1851, es un óleo sobre lienzo de 125 por 92 cm y pertenece al Museo de Bellas Artes de Sevilla (Fig. 6).

Figura 6. Retrato del niño Carlos Pomar Margrand.

Bibliografía

- Banda y Vargas A. Antonio María Esquivel. Diputación de Sevilla, 2003.

- Álvarez J. La crisis de la pintura religiosa en la España del siglo XIX. Cuadernos de Arte e Iconografía. Tomo I. Madrid, 1988.

- Arias de Cossío AM. El nazarenismo en la pintura española del siglo XIX. Ponencias y Comunicaciones. II Congreso Español de Historia del Arte. Valladolid, 1978.

- Banda y Vargas A. Opiniones críticas del pintor Esquivel. Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Sevilla, 2000.

- Pérez Calero G. Antonio María Esquivel. En: Enciclopedia del Museo del Prado, Madrid. Tomo III. 2006.

- Lafuente Ferrari E. Breve historia de la pintura española. Ed. Akal. Madrid, 1987.

- Banda y Vargas A. Antonio María Esquivel. Col. Arte Hispalense. nº 73. Sevilla, 2002.

 

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