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Editorial |
V. Martínez Suárez
Centro de Salud El Llano. Gijón
«El fracaso escolar es un gran problema que debiera ser abordado desde todos los ámbitos« |
El fracaso escolar, también responsabilidad del pediatra
El niño que no progresa adecuadamente en sus tareas escolares, o no entiende lo que estudia, o no le gusta o no encuentra utilidad en ello. En cualquiera de estas circunstancias, los resultados no marcharán acordes a sus capacidades. Y en todas se habla, de manera más o menos acertada, de fracaso escolar. Con una finalidad práctica, esta denominación se reserva para quien no supera un determinado nivel de calificaciones. Representa, por tanto, un continuo que va desde la obtención de una nota insuficiente en una asignatura al caso más extremo de abandono de los estudios. Y entre ambos, el dejar pruebas para convocatorias extraordinarias, repetir curso o no obtener determinada titulación. Es un problema importante debido a su frecuencia y a la repercusión que pueda tener sobre la vida familiar, el pleno desarrollo del niño y la manifestación de conductas perturbadoras.
A todos debe preocuparnos que nuestro país se sitúe en este tema a la cabeza de los países europeos, junto a Portugal. Las estadísticas ofrecen datos dispares y a veces difíciles de contrastar, pero coinciden de manera general en un incremento notable de los alumnos que no logran pasar de curso o lo hacen por medio de apoyo. Según datos oficiales, afecta: globalmente y en todas sus formas casi al 30% de los alumnos españoles, con una llamativa e inaceptable diferencia entre comunidades autónomas. Existe, además, una nota preocupante en la tendencia al alza del número de casos en que aparecen ya en la Enseñanza Primaria y en la tasa general de abandonos. Predomina en varones de clase social baja, si el número de hermanos es elevado y con paro laboral del cabeza de familia. Trasciende, así, los límites de la enseñanza, convirtiéndose en un enorme reto de política social.
Sin ser un tema primeramente pediátrico, su relación con la salud debe hacernos sentir gran responsabilidad a los profesionales que atendemos los conflictos de la infancia. De hecho, existen muchos motivos directamente médicos por los cuales los niños pueden fracasar en el colegio. La falta de capacidad intelectual es excepcional, las limitaciones sensoriales mantienen la misma proporción dentro del aula y no justifican, por tanto, esas tendencias. De otros problemas a los que se ha dado gran protagonismo en los últimos años, como el trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad, trastornos específicos del aprendizaje y dificultades en habilidades básicas, puede decirse lo mismo. No son esas las causas principales de su aumento, pero debieran ser investigadas sistemáticamente por los pediatras, reconocidas precozmente y evaluadas de forma adecuada para iniciar una intervención temprana. El estudio del desarrollo en la edad preescolar, precisamente cuando nuestro contacto con los padres es más frecuente, debería detectar a estos niños antes de que puedan tener dificultades en la escuela. Este sería un objetivo fundamental en nuestro trabajo asistencial y de atención médica integral.
Todo ello no puede desligarse de otro tipo de problemas, como su relación con el incremento en la frecuencia de las patologías psicosomáticas en nuestras consultas, las manifestaciones de violencia, dentro y fuera de los recintos escolares, y el consumo cada vez más precoz de sustancias tóxicas.
Los padres nos suelen pedir consejo de forma temprana, son buenos observadores de sus hijos y merece la pena preguntarles sobre cualquier dificultad que puedan notar habitualmente o en circunstancias concretas. Aunque ya desde el nacimiento debiéramos conocer y valorar el entorno social de cada niño y los problemas emocionales originados dentro de la familia, es posteriormente cuando los pediatras tenemos que explorar, de forma directa y constante, su relación con profesores y compañeros, la opinión que tiene del colegio y la respuesta hacia la exigencia de sus tareas escolares. Tendríamos que reconocer, lo antes posible, aquellos niños con absentismo escolar, recabando de padres y centro escolar toda la información posible sobre la asistencia diaria a clase.
Pero hay otro nivel en el que los pediatras podemos influir. Fracaso escolar equivale cada vez más a fracaso del sistema educativo, expresado como problema de adaptación de más niños a las exigencias de los programas. En general, no existen planes de enseñanza alejados de los modos de sentir, pensar y vivir mayoritarios, siendo las propuestas educativas en todos los países una consecuencia directa del entorno cultural y social en el que se desarrollan. Debemos ser conscientes de que la educación escolar individualizada es inalcanzable, pero debemos ambicionar aproximarnos a ella. En su planificación, en sus contenidos, en sus métodos y en sus exigencias, un sistema óptimo debe de estar diseñado para la mayoría. Pero en su aspiración de calidad, deben de dar mayor importancia a los alumnos que se salen del mismo, tanto por arriba como por abajo.
Desde su indiscutible posición de influencia: individual, familiar y comunitaria, y con sus conocimientos, el pediatra debería manifestarse institucionalmente en estos debates, señalar las debilidades de nuestro sistema educativo y los evidentes efectos negativos del modelo social en el que nuestros niños crecen. Además, debe reclamar el consenso para un modelo de enseñanza estable, alejado del debate electoral, no sometido a los vaivenes políticos y a intereses coyunturales. Debe pedir que los profesores y los centros tengan un mayor reconocimiento de su labor y reciban un respaldo decidido por parte de la sociedad, de las administraciones y de las familias, para ejercer sus funciones con autoridad. Debe señalar la necesidad de poner límites en la educación recibida en las primeras etapas de la vida, de primar: el esfuerzo, la organización, la constancia y el amor por las cosas bien hechas.
El fracaso escolar es un gran problema que debiera ser abordado desde todos los ámbitos. Es, en buena medida, y según los expertos, prevenible. Y los pediatras debiéramos sentirnos llamados, cada vez más, a poner nuestra gran fuerza organizativa y nuestra experiencia clínica al servicio de ese importante objetivo de la sociedad.