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PEDIATRÍA INTEGRAL - Revista de formación continuada dirigida al pediatra y profesionales interesados de otras especialidades médicas

PEDIATRÍA INTEGRAL Nº10 – DICIEMBRE 2013

El hijo de padres separados

Temas de FC

P. Castells Cuixart

Psiquiatra infanto-juvenil. Especialista en Pediatría, Neurología y Psiquiatría. Profesor Titular de la Universidad Abat Oliba CEU, de Barcelona

 

Resumen

El aumento del número de separaciones y divorcios (desde 2010: un divorcio por cada matrimonio que se realiza), obliga a que el pediatra de Atención Primaria tenga conocimiento de estas situaciones que, a menudo, degeneran en episodios de extrema violencia entre los ex cónyuges, repercutiendo, obviamente, en el estado psicoemocional de los hijos. En el presente trabajo, se hace una revisión de los aspectos que más interesan al pediatra (respuestas del niño según su edad, factores de buen o mal pronóstico de la separación, etc.), que es la persona que mejor conoce la familia del niño y que, además, puede tomar “el pulso emocional” en que se encuentran los progenitores cuando acuden a consultar por problemas en sus hijos. Podrá observar como se comportan entre sí los padres (desprecios, insultos, etc.) y hacer sus oportunas observaciones para mejorar la calidad de su deteriorada relación, indicando, también, cuál será la mejor situación para preservar al hijo de sus trifulcas de pareja.

 

Abstract

Increasing the number of separations and divorces (since 2010: one divorce for every marriage is performed), forces the primary care pediatrician is aware of these situations that often degenerate into episodes of extreme violence between former spouses, rebounding, obviously, in the psycho-emotional state of the children. This paper is a review of the aspects that most interest the pediatrician (child’s responses by age, factors of good or poor prognosis of separation, etc.), who is the person who best knows the child’s family, and, moreover, can take “the emotional pulse” where are the parents when they come to check for problems in their children. You can see how they behave with each other parents (slights, insults, etc.) and make their observations appropriate to improve the quality of their deteriorating relationship, stating, also, what is the best situation to preserve the child of her partner squabbles.

 

Palabras clave: Separación de la pareja; Divorcio; Efectos en los hijos de la ruptura matrimonial.

Key words: Separation of the couple; Divorce; Effects on children of the marriage breakdown.

 

Pediatr Integral 2013; XVII(10): 671-677


El hijo de padres separados

 

Estado de la cuestión

Desde 2010 hay aproximadamente el mismo número de nuevos matrimonios que de separaciones. En la actualidad, se calcula que cada 3-4 minutos hay una ruptura de pareja.

La mayoría de autores están de acuerdo en que la separación de los padres y sus consecuencias es uno de los acontecimientos vitales (live event) más estresantes que pueden acontecer a los niños(1). Y también para los adultos protagonistas, ya que, con excepción de la muerte de la pareja amada, la separación y el divorcio son, para la mayoría de las personas, las experiencias más traumáticas y penosas de su vida(2).

Cuando las separaciones son contenciosas, es decir, de litigio entre ambas partes (en un 30% de los casos) y los divorcios no son consensuados, teniendo que ser el juez quien dictamine el proceso a seguir (en un 40% de los casos), sumándose a todo ello una carga de virulencia entre los ex cónyuges que se expande a todo el entorno familiar, el niño experimenta inexorablemente una acusada sensación de vulnerabilidad. En su mente se rompe bruscamente la confianza en la continuidad y capacidad de protección de la familia. El mundo se vuelve menos fiable y menos predecible.

La reacción depresiva, en mayor o en menor grado, casi siempre está presente: un 34% de los niños reaccionan con una depresión enmascarada.

También, el aumento de divorcios está cambiando la concepción de la familia, precisamente para proteger a los hijos –según puntualiza José Antonio Marina(3)–: la indisolubilidad del matrimonio está siendo sustituida por la indisolubilidad de las responsabilidades respecto a los hijos.

La prueba de que los progenitores son cada vez más conscientes de la situación en que se quedan sus hijos y que deben esforzarse en mitigar los efectos que les produzca su separación matrimonial, la tenemos en el aumento en la demanda de la fórmula de custodia compartida (Tabla I), que –a pesar de que en la actualidad sólo se solicita en el 10% de los casos– era algo prácticamente impensable un par de décadas atrás.

 

 

Aunque seamos fervientes partidarios de la custodia compartida, siempre que las circunstancias así lo permitan(4,5); hay que aceptar que madres y padres, estando solos, también pueden educar exitosamente a sus hijos si disponen de los adecuados factores protectores y permiten una integración armoniosa de los hijos con ambos progenitores(6) (Tablas II y III).

 

 
 

 

Cuanto mejores sean las relaciones entre los ex cónyuges y entre los miembros de la familia en la etapa de postseparación, también mayores serán las posibilidades de recuperación de los hijos de las consecuencias negativas de la separación de sus padres(5,7) (Tabla IV).

 

 

Respuestas de los niños según su edad

No existe una edad para que el hijo encaje mejor la separación de los padres, ya que todo dependerá de cómo se desarrolle el proceso divorcista y sean las circunstancias propias del niño, para que las respuestas sean de mayor o menor intensidad.

En general, las respuestas de los niños de cualquier edad a la separación de sus padres dependerán de diversos factores, como, por ejemplo, su previo estado emocional cuando la familia estaba intacta, su propia personalidad, nivel de sensibilidad y fortaleza, el grado de entendimiento que tenía con sus padres, etc.(5).

Asimismo, es muy importante saber distinguir los trastornos propios del niño a consecuencia de la separación de los padres, de las diversas respuestas conductuales que manifiesta en las variadas etapas de su desarrollo psicomotriz. Así, por ejemplo, la enuresis puede presentarse durante la crisis de separación como síntoma de ansiedad y temor del niño ante la situación estresante (se tratará, pues, de una enuresis secundaria), o deberse a un simple retraso en la maduración de los esfínteres, con suficientes antecedentes familiares enuréticos (será una enuresis primaria).

En general, la experiencia de la separación en el niño se manifiesta por una intensa sensación de vulnerabilidad, acompañada de un sentimiento de tristeza y lástima, una preocupación por los padres, conjuntamente con una sensación de rechazo y abandono, la incidencia de un sentimiento de ira y la aparición de un conflicto de lealtades, ya que el niño quiere por igual a ambos padres.

Menores de 3 años

Viendo las reacciones que tienen los niños según la edad en que se presente la separación de los padres, se observa que, en los primeros años de vida, si el menor ha estado atendido con el cariño continuado por ambos progenitores y no ha habido escenas de violencia física y/o verbal en que el menor se haya visto involucrado como protagonista o directo observador, no tiene por qué presentar respuestas específicas al proceso de separación (Tabla V). Otra cuestión, bien distinta, es la de que el bebé sí se entera de quién le prodiga afecto.

 

 

Una madre y un padre no sólo alimentan, bañan o juegan con su hijo sino que, con sus muestras de cariño, van estableciendo con él un vínculo cada vez más sólido. Lo que equivale a decir que la vinculación afectiva, que nace de la proximidad y del contacto físico con los progenitores, es de vital importancia para el hijo.

Así pues, si un progenitor, que antes estaba bien involucrado en el cuidado del bebé, desaparece de pronto de su vida cotidiana, el apego (o vínculo) que habían establecido irá languideciendo, dependiendo, claro está, de lo que dure la ausencia de este padre(8).

La secuencia se desarrollará de la siguiente manera. Al principio al niño le costará interaccionar con el progenitor que ha roto el vínculo continuado. Cuando éste vuelva de visita, de entrada lo mirará como a un extraño y tardará un tiempo –hasta que procese las imágenes de reconocimiento que guarda en su incipiente memoria– en volver a cogerle confianza para interactuar con él. En caso de seguir este progenitor desapareciendo de su vida, puede ser que el bebé primero proteste más de lo habitual (incluso psicosomatizando su angustia de separación con inapetencia, eccemas, insomnios, etc.) y, después, se comporte de un modo apático, reservado o parezca triste, adentrándose a lo que se denomina fase de desapego (que puede abocar en un cuadro depresivo), en la que no mostrará ningún interés por este padre que se ha alejado, mientras que estará excesivamente dependiente de aquellos otros adultos que lo cuidan(5,8).

Cuando el niño está cercano al año de edad, ya empieza a tener una cierta autonomía, inicia la deambulación, lo cual le permite acercarse o alejarse de quien quiera y, aunque no domina el lenguaje expresivo, comprende perfectamente lo que se le dice. En esta edad, es muy selectivo en sus afinidades afectivas, con una predilección para su cuidador habitual y demostrando poco interés por aquel progenitor con quien se siente menos vinculado. Habiendo que puntualizar aquí que, en el caso del padre no custodio, hay que hacerle entender que no crea que, cuando lo rechaza su hijo, es porque ha dejado de necesitarlo. Y así no caiga en el error de muchos varones separados que creen que a esta temprana edad el niño necesita más a la madre o al canguro, que al padre(8,9).

3 a 5 años

Cuando los padres se separan, los niños pequeños, de 3 a 5 años, se muestran asustados, aturdidos y tristes. Los miedos están omnipresentes. En estas tempranas edades, su dificultad en diferenciar la fantasía de la realidad les hace especialmente vulnerables. Rabietas, tozudeces y trastornos del sueño son alteraciones frecuentes en estos niños.

El síntoma fundamental es el temor a perder a los seres queridos. Algunos no quieren ir a la escuela y se resisten a dejar la casa… porque no quieren perder de vista a los padres. Técnicamente, llamamos a esta situación: ansiedad de separación, y puede llegar a convertirse en una espectacular crisis de pánico en caso de insistir a la fuerza a que el niño acuda a sus compromisos fuera de casa (escuela, fiestas infantiles, colonias, etc.).

La doctora Judith S. Wallerstein(1), compara esta situación de ansiedad de separación con la del famoso cuento de Hansel y Gretel, en el cual los niños van dejando miguitas a medida que se meten en el tupido bosque, porque temen no encontrar el camino de regreso al hogar o temen no encontrar a los padres al volver a casa… También, el psiquiatra Richard Gardner en El libro para chicos de padres separados(10) compara el temor de perder al progenitor custodio después de la separación con el que puede tener una persona a la que le queda un solo ojo sano. Él lo llama “la preocupación del tuerto”, y dice al respecto que los niños se comportan como tuertos porque, cuando tenían a sus dos padres (dos ojos) no se preocupaban de tener uno, pero cuando les queda un solo padre (un solo ojo), tienen mucho miedo de perderlo.

“Si se ha ido papá, ¿quién me asegura a mí que no se irá también mamá?”, puede preguntar, angustiado, el hijo. Y los miedos nocturnos hacen su reiterada presencia… acudiendo a pernoctar en la cama del progenitor custodio, habitualmente la madre en nuestro medio (extendida práctica que los anglosajones denominan cosleeping)(11).

6 a 8 años

Hay autores que señalan la edad de los 7 u 8 años como frontera entre la incomprensión y la comprensión de la separación matrimonial de los padres (por algo se llama: la edad de la razón). Dicen que el niño, de alguna manera, acepta mejor la situación y es más tolerante con sus progenitores cuando sobrepasa los siete años (como es obvio, no se trata de una regla común para todos los niños, ya que la madurez mental no es uniforme para todos a una misma edad).

Es una característica de estas edades que los niños elaboren un importante “proceso de duelo”, como se denomina en la práctica psiquiátrica al reconocimiento y al acto de asumir la pérdida de una persona querida. Estos menores presentan un acusado sentimiento de pérdida y tienen que pasar por una etapa de luto emocional, que precisa de un tiempo para resolverse adecuadamente (este es el mecanismo del proceso de duelo a que hacemos referencia). Obviamente dependerá, en gran parte, de las propias condiciones emocionales del niño. La depresión está al acecho.

Un curioso fenómeno es que las “fantasías de reunificación” son continuas en estas edades. Los niños creen firmemente que sus padres volverán a unirse y se reconciliarán, y así lo manifiestan a todo el mundo. A la gente en general y a los padres en particular, sorprenden estas “explicaciones” del niño tan fuera de lugar.

Todo hijo tiene una imagen de pareja inseparable en el inconsciente, y esta representación de pareja de padres está interiorizada en cada niño, es decir: asumida plenamente en su interior. El menor, por su parte –como aconseja la psicoanalista infantil François Dolto(12)– necesita saber que él es la auténtica representación de la indisolubilidad y de la combinación viviente de lo esencial de estos dos seres que son sus padres. Es decir, hay que darle al menor el sentido de que es él quien “representa” a sus dos progenitores. Si logramos que se convenza de esto, entonces ya no le será imprescindible –aunque lo siga deseando y le apetezca– tenerlos presentes a ellos dos en su vida cotidiana. De esta manera, mitigaremos un poco sus fantasías de reunificación de los padres.

Surgen los tremendos conflictos de lealtad. Cerca de una cuarta parte de estos niños se hallan bajo una fuerte presión de sus progenitores custodios para que se desinteresen del otro padre. A pesar de todo, siguen leales a ambos padres, a menudo a costa de un gasto emocional considerable, entendiéndose como tal el esfuerzo psicológico que han de hacer para mantenerse tenazmente fieles a su doble progenitura.

Aparecen equivalentes de reacciones depresivas. Como pueden ser las fantasías del niño de quedarse privado de alimentos, pasando a una sobrealimentación compulsiva con imparable necesidad de ingerir comida (lo que popularmente se conoce como “comer con ansia”), o bien fantasías de quedarse sin poder jugar, que le hacen acaparar juguetes, propios y ajenos, u otras situaciones prácticamente adictivas.

Aflora también un sentimiento de lástima-compasión por el padre ausente. Más de la mitad de los niños echan de menos al progenitor que se ha ido de casa.

En estas edades, también existe una inhibición de la agresividad hacia el progenitor ausente, ya que son muy pocos los niños que expresan odio hacia el padre que se fue de casa, y son escasos los que critican solapadamente al padre ausente. En contraste con la dificultad de expresar odio a este progenitor, hay estudios en niños, especialmente varones, que manifiestan considerable odio hacia su progenitor custodio, haciéndole a éste –al padre o la madre– responsable de la separación o reprochándole haber mandado al otro progenitor fuera de casa(5).

9 a 12 años

Se dice que de los 8 a los 9 años se produce un rápido fortalecimiento de la personalidad infantil, apareciendo nuevas capacidades para comprender la realidad: los niños ven con mayor claridad los hechos.

En estas edades del final de la niñez y del inicio de la adolescencia, se observa un intento de dominio de las circunstancias a través de la actividad y el juego. Así, a diferencia de los pequeños que responden a la fractura familiar con reacciones depresivas o regresivas en sus conductas, en estas edades que ahora consideramos, la respuesta del niño se traduce en intentar una vigorosa actividad, “sublimando” su comportamiento hacia la mejora de las actividades lúdicas y escolares. Es sorprendente ver hasta qué punto ciertos hijos de padres separados alcanzan elevadas cotas de madurez social y de autonomía en manejarse por la vida.

También, aflora el sentimiento de enfado hacia los progenitores. Aproximadamente, la mitad de los niños de estas edades están enojados con sus madres, la otra mitad con sus padres, y un buen número con ambos. Está, pues, prácticamente omnipresente en el colectivo infantil este sentimiento de enfado o de rabia contenida.

Un importante aspecto en esta franja de edad es el dramático cambio que experimenta la relación entre padres e hijos. Siendo el más llamativo de ellos el establecimiento de estrecha alianza con un progenitor. En el amplio estudio de casos de Wallerstein y cols., una cuarta parte de los niños constituía una fuerte alianza con un progenitor en contra del otro(1).

Asimismo, también aumenta la ansiedad acerca del sexo y aparece una mayor actividad sexual del niño, como, por ejemplo, la masturbación u otras actividades eróticas, fomentadas en gran medida por la forma de vida de sus propios padres, volcados en frenéticas aventuras amorosas, en las que predominan las relaciones sexuales efectuadas sin el debido recato delante de los hijos.

A menudo, los hijos de esta edad con padres separados parecen más independientes y maduros que otros niños con sus mismos años. Pero, no por ello están más capacitados para circular con seguridad por el mundo, aunque derrochen aires prepotentes (todos encajan en el refrán: “Dime de que presumes y te diré de qué careces”). Porque, en el fondo, no dejan de ser niños, necesitados del cariño y el apoyo, tanto de la madre como del padre(4,5).

13 a 18 años

Cuando alcanzan la pubertad y llegamos a la adolescencia –franja de la vida tan variable que oscila entre los 10-13 y los 18-21 años–, la característica más destacable es la aparición de un profundo sentimiento de pérdida, el cual se puede manifestar en el joven por una desagradable sensación de vacío, dificultad para concentrarse, fatiga crónica, pesadillas intensas, etc., y abocar todo ello en la constitución de un cuadro de severa depresión(1,5).

Hay que advertir de algo muy serio que puede acontecer en esta etapa adolescente: el intento de suicidio. De la misma manera que no hemos de dejarnos sorprender porque en algún momento, de manera muy esporádica, el adolescente nos comunique ideas de suicidio, que no hay que confundir con las auténticas tentativas de realizarlo, aunque siempre haya que valorar clínicamente su potencial de riesgo (es decir, consultar con un especialista), tampoco hemos de infravalorar la situación si las circunstancias que envuelven la separación y la personalidad del chico así lo requieren. Tengamos especial cuidado con adolescentes con tendencia depresiva y con padres separados. Es una peligrosa combinación.

Y es en estos momentos de desolación, cuando la comprensión de un adulto no angustiado, que deja expresar al adolescente, sin reprochárselo, sus sentimientos depresivos que le manifiesta confidencialmente, pasa a ser el mejor apoyo –incluso sin que el propio adulto sea consciente de su papel consolador– y el mejor paño de lágrimas que necesita el joven en esta situación.

En otros casos, podemos asistir a un curioso fenómeno: retirada estratégica o aplazamiento de la entrada en la adolescencia. Se observa con frecuencia en estos chicos situados “en fase de aplazamiento” una sensación de malestar y de ansiedad con respecto a las cuestiones relacionadas con el sexo y detecto que están muy preocupados por su futura vida en pareja.

El sentimiento de enfado hacia los padres es una respuesta común en la mayoría de adolescentes. Con todo, también hay un reconocimiento de la infelicidad de los progenitores (al menos de uno de ellos) y de que necesitan ayuda. Esta situación cataliza el incremento de maduración en autonomía y responsabilidad, evidente en la mayoría de estos jóvenes, que empiezan a preocuparse por las necesidades económicas de la familia e intentan, en algunos casos, asumir en casa el papel del progenitor ausente.

Una advertencia que hay que transmitir a los progenitores es que estén al tanto en lo referente a la promiscuidad sexual y la drogadicción de los hijos. Está demostrado que el uso del sexo de manera precoz es frecuente entre las hijas de padres separados: una de cada cinco niñas tiene su primera experiencia sexual antes de los catorce años. Y uno de cada cuatro niños varones, en la misma situación de separación, comienza a consumir alcohol y otras drogas también antes de los catorce años. Cuando llegan a los diecisiete años, más de la mitad de estos adolescentes beben o consumen drogas de manera habitual(1,5).

La difícil identificación con los padres

Es quizá de lo más preocupante entre las secuelas de la separación matrimonial, ya que el proceso natural de identificación de los hijos se resiente. Así, según sea el padre o la madre la persona ausente, repercutirá en el hijo del mismo sexo. En el caso del hijo varón, por ejemplo, se rompe el proceso de identificación con el progenitor varón, si ha sido éste el que ha partido y desaparecido de su vida. Y lo mismo sucede con la hija si la ausentada y en paradero desconocido es la madre.

Es fácil adivinar que la falta de este progenitor con quien identificarse (también para rivalizar con él o ella, para emularle, o para imitarle) angustia al menor, que pide urgentemente al progenitor custodio del otro sexo… ¡que vuelva a casarse! Y como complacer a los hijos en esta cuestión de volver a matrimoniar no es tarea sencilla, bien porque no se tienen ganas de repetir la experiencia o porque no surgen los pretendientes a la vuelta de la esquina, hay que ingeniárselas para que los menores tengan su modelo de identificación, aunque sea en papel de “padre suplente”.

El hijo varón que está confiado a la tutela de la madre necesita la presencia de un personaje masculino en su vida; al igual que la niña necesita de la presencia de una mujer, si le toca vivir sola con el progenitor masculino. Quiero, pues, que quede claro que, después de toda separación, es muy deseable que los hijos tengan contacto con adultos de cada sexo. De la familia de origen de cada uno de los esposos, han de surgir las figuras adultas que hagan esta función vicariante, supliendo al progenitor que ha desaparecido de la estructura familiar. Así, a falta de nuevo consorte, muy a menudo son los abuelos los que asumen estos papeles de padres sustitutivos. Al abuelo varón le toca representar el aspecto de masculinidad que necesita el niño varón, cuando la custodia la tiene la madre y no se sabe nada del padre; mientras que la abuela representa la feminidad, cuando la custodia recae en el padre y no se tienen noticias de la madre (obviamente, nos estamos refiriendo a los abuelos que siguen próximos a la familia después de la separación y no han sido apartados y convertidos en pobres “víctimas colaterales del divorcio”)(5,11).

Si el joven no puede crecer con un representante de cada sexo en casa, se puede producir en él una limitación de su capacidad de identificación, lo que se ha venido a llamar metafóricamente “hemiplejía simbólica”(12). Aunque esta situación puede verse compensada si el hijo dispone de una familia extensa adonde arrimarse: abuelos, padrinos, tíos…, o bien de amistades cuyas casas puede frecuentar. Personas, en suma, muy valiosas que le sirvan de modelo para el desarrollo de su personalidad.

Capítulo aparte en esta situación de difícil identificación con los padres merece el denominado síndrome de alienación parental (SAP)(13), expuesto por el psiquiatra norteamericano Richard Gardner en 1985, según el cual, un progenitor, habitualmente el encargado de la guarda y custodia, manipula (“alienea”, es decir: enloquece, en la terminología de Gardner) a los hijos para indisponerlos en contra del otro ex cónyuge, imposibilitando así que se identifiquen con éste. Como contrapunto a este síndrome y, para explicar bajo otra óptica el proceso que conduce al supuesto SAP, se han propuesto dos nuevas acuñaciones: el síndrome de confusión filial (SCF)(14) y el síndrome de indefensión parental (SIP)(15).

Función del pediatra de Atención Primaria en los casos de separación

El pediatra es de las personas que está en disposición de actuar precozmente en los casos en que se prevé una disolución de la relación matrimonial por el conocimiento que tiene de la familia del niño. A él le corresponde vislumbrar los primeros síntomas y signos de desaveniencia de la pareja de padres, viendo las actitudes que surgen entre ellos cuando acuden para consultar sobre el hijo (discusiones, contradicciones importantes, insultos, etc.). Así podrá tomar el pulso emocional de la situación, interrogando a los padres sobre la visión que tiene cada uno de ellos de las circunstancia que atraviesan. Y aprovechar su ascendencia profesional para asesorarles sobre las vicisitudes y los pros y contras que presente cada caso, y las que pueden presentarse en el futuro. Proponiéndoles las soluciones más oportunas, contando siempre con la ayuda del colega especialista, como puede ser el paidopsiquiatra experto en temas de conflictos de parejas. También, al pediatra le corresponde decidir sobre las mejores condiciones que se pueden ofrecer al hijo cuando se desencadena el proceso divorcista(5,7) (Tabla VI).

 

 

Bibliografía

Los asteriscos reflejan el interés del artículo a juicio del autor.

1.*** Wallerstein JS, Lewis JM, Blakeslee S. El inesperado legado del divorcio. Madrid: Atlántida; 2002.

2.** Rojas Marcos L. La pareja rota. Madrid: Espasa Calpe; 2003.

3.*** Marina JA. El entorno familiar. Pediatr Integral. 2012; XVI(5): 414-7.

4.*** Poussin G, Lamy A. Custodia compartida. Madrid: Espasa Calpe; 2005.

5.** Castells P. Separarse pensando en los hijos. Barcelona: Plataforma Editorial; 2014.

6.* Morris R. Guía para familias monoparentales. Madrid: Pearson; 2008.

7. Castells P. Psicopatología de los hijos de padres separados. Arch Pediatr. 1983; 34: 245-50.

8.* Rodríguez N. ¡Socorro! Papá y mamá se separan. Barcelona: Océano; 2003.

9. Castells P. Consejos del Doctor para padres principiantes. Barcelona: Península; 2013.

10.** Gardner R. El libro para chicos de padres separados. Buenos Aires: Galerna; 1978.

11.* Castells P. Tenemos que educar. Barcelona: Península; 2011.

12.* Dolto F. Cuando los padres se separan. Barcelona: Paidós; 1989.

13.** Gardner R. Parental alienation syndrome. Cresskill: Creative Therapeutics; 1992.

14. Castells P. Síndrome de confusión filial. En: Psicología de la familia. Barcelona: Ceac; 2008.

15.* Castells P. Síndrome de indefensión parental. Psychologies. 2008; 42: 62-3.

Bibliografía recomendada

– Wallerstein JS, Lewis JM, Blakeslee S. El inesperado legado del divorcio. Madrid: Atlántida; 2002.

Prácticamente el mejor manual para manejarse en el intrincado mundo de las separaciones de pareja y sus repercusiones en los hijos. Wallerstein y cols. han hecho un minucioso estudio retrospectivo y prospectivo de los efectos de la ruptura matrimonial en los hijos, con un seguimiento de cada caso durante años.

– Poussin G, Lamy A. Custodia compartida. Madrid: Espasa Calpe; 2005.

Excelente alegato a favor de la fórmula de custodia compartida, aunque no se limita a reseñar sus ventajas, sino que también contempla sus inconvenientes, que pueden ser muchos si los ex cónyuges no deciden voluntariamente dejar aparte las diferencias entre ellos y volcarse en las necesidades del hijo. Suya es la precisa frase introductoria de que “el fracaso de la pareja conyugal no tiene por qué obstaculizar el triunfo de la pareja parental”.

– Castells P. Separarse pensando en los hijos. Barcelona: Plataforma Editorial; 2014.

Libro que, aparte de la experiencia del propio autor, ha basado su contenido en los estudios realizados en EE. UU. a cargo de prestigiosos especialistas en el tema de las separaciones y divorcios.

 

Caso clínico

Iván, un joven de 14 años, hijo mayor de una fratría de tres hermanos (le seguían una niña de 10 años y un niño de 8 años), es traído a consulta por presentar una conducta violenta con la madre custodia, que lleva separada de su marido desde hace cuatro años.

La ruptura matrimonial fue muy conflictiva, con previas y continuas discusiones entre los cónyuges, que se acompañaban de insultos y maltrato verbal (y algún que otro físico) por parte del esposo.

Según relata la madre, el padre era una persona pendenciera y violenta que no tenía ningún autocontrol y explotaba a la más mínima contrariedad que se le presentase o que él creyera que se le presentaba. Era muy celoso y tenía que saber en cada momento lo que hacía su mujer. Acostumbraba a consumir alcohol en cantidad y su conducta empeoraba en las situaciones de embriagadez.

Los hijos presenciaban las escenas de violencia del padre hacia la madre y, luego, daban a ella su apoyo, animándola incluso a que se separara. Como la situación se hacía cada vez más insostenible, la madre buscó un abogado y empezó a hacer los trámites de separación. Enterado del proceso que ya estaba en marcha, el marido, en un principio, se resistía a abandonar la casa (propiedad de la esposa), pero, luego, optó por marcharse a la vista de la presión que ejercieron sobre él los familiares de la esposa, especialmente el suegro y un cuñado, y la amenaza de que, si no se marchaba, iban a denunciarlo a la policía. Una noche hizo sus maletas y desapareció de la casa. No ha habido noticia de él en estos cuatro años de ausencia.

Según parece, en el primer año de postseparación reinó la calma en el hogar. Pero, a partir del segundo año, Iván, que hasta entonces no había presentado problemas de conducta y era un niño dócil y de buen trato, empezó a enfrentarse a su madre, negándose a obedecerla e insultándola por el más mínimo motivo. Esta actitud tan negativa fue acrecentándose hasta que la madre decidió traerlo a consulta.

En la anamnesis, en el interrogatorio de la madre sin que estuviese su hijo delante, no se detallan trastornos en su desarrollo psicomotriz. Aceptable estudiante, con facilidad para hacer amigos. Hay un buen desarrollo pondo-estatural y un buen estado de salud. Come y duerme bien. Practica el fútbol en la escuela. La madre se muestra apesadumbrada y con aspecto triste (está tomando medicación antidepresiva) y relata no entender el cambio de manera de ser de su hijo mayor. Iván llega al extremo de fiscalizar todo lo que ella hace; incluso, se entromete en la forma en que se viste, criticando sus atuendos y, además, opta por controlar sus horarios de entrada y salida de casa. La madre se queja de que la despótica conducta de Iván: “ya viene a ser igual o peor que la que tenía conmigo mi ex marido”. En un momento de la entrevista, dice entre sollozos: “¡Me controla tanto que me hace sentir mal y me siento culpable!”. También se lamenta de que sus otros dos hijos, la niña y el niño, están intentando imitar algunas de las díscolas conductas de este primogénito.

Durante el interrogatorio en solitario con Iván, muestra una actitud arrogante y desafiante. Había venido muy “rebotado” a la consulta. Habla muy despectivamente de su madre. “Ella se ha buscado lo que le pasa… ¡porque ella lo echó de casa!”, dice con rabia, refiriéndose a la marcha del padre. “Se viste como una p… y tengo que vigilarla muy de cerca para que no haga tonterías”, manifiesta con aire de superioridad.

El diagnóstico de esta aberrante situación familiar es lo que en la práctica paidopsiquiátrica denominamos: ocupación de la plaza del esposo ausente. Actuación que, con cierta frecuencia, efectúan los hijos varones adolescentes en hogares monoparentales con madres custodias (también puede suceder con hijas adolescentes a cargo de padres varones custodios, aunque es menos habitual). Estos hijos, de una manera consciente o inconsciente, se identifican con el padre ausente, usurpando su papel de esposo-padre todopoderoso. Así, el hijo se inviste del poder que ha dejado vacante el padre desaparecido, convirtiéndose en el representante simbólico del padre despótico en la nueva estructura familiar.

El tratamiento consistirá en realizar sesiones de terapia familiar (psicoterapia sistémica) para hacer ver al joven lo que acarrea en lo demás su anómala conducta, fomentando su capacidad de empatía con la madre y los hermanos. En estas sesiones es conveniente contar, si es posible, con la figura de un pariente varón con ascendencia en la familia (abuelo, tío, etc.) al que se pueda traspasar las funciones vicariantes del esposo-padre ausente que ahora tiene “prestadas” el hijo, despojándolas del despotismo que tenían. Si conseguimos que el hijo sea consciente de que así se “libera” de esta carga jerárquica que había asumido y que no le correspondía, podrá volver a ocupar su lugar de hijo mayor y otorgarle otro papel importante en la familia más acorde a su edad, como, por ejemplo: ayudante de la madre en las tareas domésticas, supervisor de la marcha escolar de sus hermanos menores, etc.

 

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