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PEDIATRÍA INTEGRAL - Revista de formación continuada dirigida al pediatra y profesionales interesados de otras especialidades médicas

PEDIATRÍA INTEGRAL Nº7 – SEPTIEMBRE 2016

Julio Romero de Torres y sus cuadros de chicas adolescentes

J. Fleta Zaragozano
Representación del niño

en la pintura española


J. Fleta Zaragozano

Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria
Facultad de Ciencias de la Salud. Universidad de Zaragoza

Pediatr Integral 2016; XX (7): 491.e1–491.e4


Julio Romero de Torres y sus cuadros de chicas adolescentes

Julio Romero, popular pintor cordobés, vivió los éxitos de una obra basada en ambientes andaluces, con la mujer como principal protagonista y el desnudo como uno de los temas fundamentales de su obra. La labor de este artista produjo diversas y admirables obras en las que cada vez se superaba, evolucionando siempre sin apartarse nunca de su modalidad característica, y culminó de tal forma en su arte, que pocos artistas han llegado a la historia con tal prestigio e inmensa popularidad. No es un pintor de niños, no obstante, en ocasiones, pinta a chicas adolescentes, como las de las obras que se van a comentar seguidamente.

Su vida y su obra

Julio Romero de Torres, discípulo de su padre, nació en Córdoba en 1880. Tres temas fundamentales aparecen en sus cuadros: la copla, la mujer andaluza, especialmente la cordobesa, y el ambiente andaluz, que trasciende en todos los detalles y, sobre todo, en las figuras secundarias y fondos. En la historia de la pintura española, le corresponde un papel de innovador audaz. Pintor famoso por los retratos de mujer, que evocan un tipo de belleza española un tanto tópico y folclorista. Sus primeras obras, Conciencia tranquila y Vividoras del amor, de factura realista, acusan cierto acento melodramático, que no permite suponer su definitivo y peculiar estilo. Fue en el cuadro Musa gitana, perteneciente al museo de Arte Moderno de Madrid, donde aparecen las características que definirían su estilo, la mezcla de realidad y vago idealismo con que dota a sus personajes de un aire intemporal.

En las exposiciones de Barcelona (1911), Madrid (1912) y Munich (1913), a las que concurrió con sus cuadros, a pesar de las controversias que produjeron, obtuvo resonantes éxitos, y los medios culturales modernistas se erigieron en sus principales difusores. De hecho, las ediciones monográficas sobre su pintura, se acompañaban de comentarios de Jacinto Benavente, Valle-Inclán y Rusiñol, entre otros.

En 1922, obtuvo un grandioso éxito en Buenos Aires, a su regreso fue nombrado hijo predilecto de Córdoba y se le tributó un homenaje nacional. Desde esta época se inicia una verdadera peregrinación de bellezas de España y el extranjero hacia el estudio del pintor en Madrid. Damas de elevada alcurnia y esclarecido linaje, artistas y muchachas de exquisita sensibilidad se disputan poder servirle de modelo. Una aristócrata dama chilena es su Diavolina; la célebre artista rusa Godoun, que se ha negado a servir de modelo a cuantos artistas se lo han solicitado, posa ante Romero para Rivalidad. Josefina Backer dice que el mayor aliciente que le trae a España es el hacerse pintar por Romero.

Con motivo de la exposición Ibero-Americana de Sevilla, en 1930, celebró una exhibición de sus últimos trabajos, pero murió mientras tenía lugar. Su familia, rechazando muy favorables proposiciones de compra, los cedió a su ciudad natal, con los cuales y otras aportaciones, se creó el Museo Romero de Torres (1931), anexo al de Bellas Artes de Córdoba. Su muerte fue un verdadero duelo nacional.

Su obra fue ingente, pintó más de 200 cuadros. Entre los múltiples retratos que realizó cabe destacar los de: La señora de Urquijo, Juan Belmonte y Pastora Imperio. Admirables son sus mujeres bíblicas: Salomé, Judit, Marta y María, Ruth y Noemí. Entre sus obras más características destacan La niña de la naranja, Poema de Córdoba, Las niñas de la ribera y El retablo del amor, del Museo de Arte Moderno de Barcelona. También merecen especial mención: La saeta, Las dos sendas, Malagueñas y Carceleras y Cante hondo. Cultivó el desnudo con gran acierto en las obras: El pecado, La gracia, Rivalidad, La niebla de la Trini, Esclava y Desnudo, entre otros.

Su obra sobre la adolescencia

Mal de Amores fue pintado en 1905. Seis años antes el artista había contraído matrimonio con Francisca Pellicer López, que aparece representada como protagonista de la obra. La pieza, que se inserta en los primeros momentos de creación, antes del viaje a Italia, toma como escenario la casa familiar del pintor en la cordobesa Plaza del Potro y nos muestra un estudio del amor y de la mujer a través del tiempo: la niña (una sobrina de Julio) dormita ajena a esa pasión; la mirada de la anciana (una criada de la casa) acusa una vida de experiencias que ya pasaron, y la joven, finalmente, refleja en su rostro un dolor interno que le consume.

Resalta tanto la profundidad psicológica de los retratos como el modo magistral en que el artista resuelve el tratamiento del contraluz. La joven, en primer plano, en la sombra, muestra una actitud de angustia indolente, en tanto que la anciana y la niña reciben la luz que desde el patio irrumpe en el pasillo. En estos tiempos inmediatamente anteriores al viaje a Italia, Julio Romero, que está estudiando el simbolismo francés, pasa largas temporadas en Madrid, aprovechando esas estancias para intensificar su vinculación con intelectuales como Valle Inclán y Manuel Machado (Fig. 1).

Figura 1. Mal de amores.

Amalia fue pintada posiblemente en 1907. Amalia Fernández fue musa y fuente inagotable de inspiración para el pintor cordobés. Esta chiquilla gitana quedó huérfana con ocho años y, a partir de entonces, hubo de buscarse la vida recogiendo cartones por las casas y formando parte de un grupo flamenco. Fueron cerca de veinte cuadros los que Amalia, como figura central y secundaria le inspiró.

Amalia reina y brilla con luz propia en La Consagración de la Copla, por encima de los brocados toreros, el oropel de las casullas y los fondos ocres de la Córdoba que eternizó. Y, cuando la gitana palmea en Alegrías, la inocencia del primer retrato parece haberse evaporado en ella, para ir dejando paso, progresivamente, a un rostro cada vez más atormentado, marcado por los surcos del dolor, más que del tiempo. Así llegó hasta Celos, la obra cumbre de la exposición en el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, en 1922, donde sus ojos negros son la llama viva del tormento. Amalia murió en 1976 a los 87 años de edad, tan pobre como había sido, antes y después de aquel tiempo en que posaba toda una jornada por cuatro pesetas de las de entonces (Fig. 2).

Figura 2. Amalia.

Entre 1926 y 1928, Julio Romero de Torres se volcó con intensidad en la realización de diversos retratos femeninos. Uno de ellos es el denominado Ángeles, en el que sobre un fondo de oscuridad, el autor nos ofrece un soberbio retrato de la niña argentina María Teresa López. Estamos en los momentos de plena madurez del pintor. En los últimos años de vida, la modelo, a la que empezó a pintar cuando tenía solo 13 años de edad, posará para otras grandes obras (Fig. 3).

Figura 3. Ángeles.

La niña del cántaro data de 1927. Se observa una niña que mira al frente y relajada y un cántaro llenándose en la fuente: una perula cantarilla vidriada en verde oscuro, probablemente hecha en Lucena o Triana. La escena recuerda un pasaje de Azorín glosando la ciudad de Córdoba: “…una fuente deja caer un hilo de agua. Cada media hora, una moza aparece y lo llena en la fuente… En esta hora… se escucha el alma de las cosas”. Ambiente nocturno y solitario de la calle y tonos marrones para el fondo. Pertenece a una colección particular. Es un óleo y temple sobre lienzo, de 88 por 66 cm (Fig. 4).

Figura 4. La niña del cántaro.

El cuadro La niña de Córdoba es también de 1927. Parece la misma pieza que la anterior y la misma modelo (aquí aniñada por el peinado). Pertenece a una colección particular (Fig. 5).

Figura 5. La niña de Córdoba.

En 1928, pinta Niña con jarra. Desde su juventud, Julio Romero de Torres se ganó una merecida fama de seductor y mujeriego. Tres años antes de su muerte, casi de manera obsesiva, el único oscuro objeto de deseo en su pintura son los retratos que tenían como modelo a la joven María Teresa López. La leyenda de este cuadro nace con la visión de esa “Lolita” que desnudaba sus larguísimas piernas y el hombro y miraba con ojos felinos al sitio donde se encontraba el pintor maduro, enfermo y con justa fama de seductor, y que fue motivo de habladurías y coplas alimentadas por la imaginería y la cultura popular. Y la musa del pintor devendría diez años después la mujer morena que cantaba la España pobre de la postguerra.

En este lienzo, las facciones serenas y agradables, la mirada tranquila y el ligero gesto de melancolía retratan a la mujer con maestría, consiguiendo un efecto admirable de realidad espacial, reflejada por la intensidad de las luces en algunas zonas y fondos en penumbra. El pintor continúa la tradición retratista de la pintura andaluza, que nos trae el recuerdo de la Escuela Sevillana Barroca (Fig. 6).

Figura 6. Niña con jarra.

La niña del candil data de 1928. Parece un sencillo candil de arcilla blanca, o con un ligero vidrio blanco. La niña es la misma modelo que la representada en obras anteriores. Pertenece al Museo Julio Romero de Torres en Córdoba. Se trata de un óleo y temple sobre lienzo de 46 por 38 cm (Fig. 7).

Figura 7. La niña del candil.

La chiquita piconera es el cuadro más conocido y considerada la obra cumbre del pintor. La modelo del cuadro también fue María Teresa López. La obra fue reproducida por la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre en un sello de 5 pesetas.

En un primer plano, el cuadro muestra a una joven sentada en una silla de madera y anea, mientras remueve con una badila un brasero de picón. La joven mira directamente al espectador, con un hombro al aire y mostrando las piernas solo cubiertas por unas medias y calzando unos tacones; se crea un ambiente considerado erótico en aquella época y que es muy característico de la obra de Romero de Torres. Al fondo, a través de una puerta, puede verse un paisaje de Córdoba, algo muy típico en las obras del pintor. En el mismo, puede distinguirse el Paseo de la Ribera, el Guadalquivir, el puente romano y la Torre de la Calahorra. Concluido en 1930, poco antes de la muerte del pintor. Se trata de un cuadro de 100 por 80 cm pintado al óleo y temple sobre lienzo (Fig. 8).

Figura 8. La chiquita piconera.

Bibliografía

– Lituak L, Valverde M. Julio Romero de Torres. Museo de Bellas Artes de Bilbao. Bilbao, 2002.

– Valverde M, Piriz AM. Catálogo del Museo Julio Romero de Torres. Ayuntamiento de Córdoba. Córdoba, 1989.

– VV.AA. Julio Romero de Torres desde la Plaza del Potro. Museo de Bellas Artes de Córdoba, mayo – octubre de 1994. Madrid, 1994.

– VV.AA. Julio Romero de Torres. Fundació Caixa de Catalunya. Barcelona, 1996.

– García de la Torre, F. Julio Romero de Torres. Pintor, 1874-1930. Arco Libros, Colección Ars Hispanica. Madrid, 2008.

– Zueras Torrens, F. Julio Romero de Torres y su mundo. Diputación Provincial. Córdoba, 1987.

– Bozal V. Pintura y escultura españolas del siglo XX. Summa Artis. Vol. XXXVI. Espasa Calpe. Madrid, 1992.

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