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PEDIATRÍA INTEGRAL - Revista de formación continuada dirigida al pediatra y profesionales interesados de otras especialidades médicas

PEDIATRÍA INTEGRAL Nº5 – JUNIO 2012

El entorno familiar

Brújula para Educadores

 


Consultorio abierto
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E-mail: jamarina@telefonica.net

 

J.A. Marina

Catedrático de Filosofía. Director de la Universidad de Padres (UP)

 
Pediatr Integral 2012; XVI(5): 414-417


El entorno familiar

El entorno familiar y el desarrollo infantil.

Los objetivos de la Pediatría son claros: favorecer y vigilar el buen desarrollo del niño, ayudar a prevenir las enfermedades y tomar las medidas necesarias en el caso de que aparezcan. Esto exige a los pediatras una continua colaboración con las familias y un trabajo pedagógico dirigido a ellas, para que conozcan las ideas generales de higiene, prevención y cuidado. La manera más eficiente de tratar determinados problemas de salud es mediante contrastados programas de colaboración con las familias (Carr, 2009). Pero el buen desarrollo no se limita al aspecto biológico, sino también al psicológico, lo que hace inevitable que la colaboración con los padres deba extenderse más allá de la salud. Dentro de las funciones de la crianza está incluida la educación y los pediatras se encuentran irremediablemente involucrados en ella.

Siempre se ha admitido el importante papel de la familia en la educación, aunque interpretándolo de maneras muy diferentes, como ha mostrado Christine Hardyment en su estudio sobre los manuales para padres publicados a lo largo de la historia (Hardyment, 2007). El éxito de libros como Commonsense book of Baby and Child Care, del pediatra Benjamin Spock, publicitado como el libro más vendido después de la Biblia, es una buena prueba de la influencia de los pediatras en la educación infantil (Spock, 1946). Hasta mediados del pasado siglo se aceptó que madres y padres estaban innatamente preparados para educar a sus crías, pero los cambios sociales, los nuevos tipos de familia, los conocimientos científicos, las nuevas expectativas, hicieron que fuera necesario fomentar una “educación parental”. En los años cincuenta se dedicaron a ello prestigiosas figuras: Arnold Gesell, Alfred Adler, Carl Rogers, Selma Freiberg, Erik Erikson, Haim Ginott, John Holt y John Bowlby. Se iniciaron programas de ayuda a las familias para facilitar sus competencias educadoras, el Head Start, en EE.UU. (1960), o el Home School Program for Preschool Youngsters, en Israel (1969). En los ochenta y noventa, en especial en EE.UU., se elaboraron programas para enfrentarse a situaciones difíciles: 1) padres con mala situación económica o escasa educación; 2) prevención de los abusos infantiles; 3) prevención de la delincuencia juvenil; 4) crianza de los niños con discapacidades y/o problemas de conducta; y 5) madres adolescentes (Smith y cols., 2002). Después de años de educación permisiva, vivimos una ola de “miedo al niño”, y proliferan libros sobre “el niño tirano”, o “el niño rey”. En los medios de comunicación aparece con insistencia el enfrentamiento entre modos distintos de enfocar temas educativos, como por ejemplo el protagonizado por dos pediatras españoles –González y Estivil (Iriberri, 2012). Resulta imposible separar la pediatría de la familia y de sus tareas educativas. Esto justifica la existencia de esta sección de “pedagogía para pediatras”.

En este artículo quiero tratar la influencia del entorno familiar en la educación. La estructura familiar ha cambiado de forma drástica y acelerada en los últimos años, lo que plantea nuevos retos a los educadores. El aumento de los divorcios, de las familias reconstituidas, de mujeres que quieren ser madres solas por elección, de familias monoparentales, la aparición de la familia homosexual, el aumento de familias multiculturales, el retraso de la maternidad, la maternidad adolescente, la dificultad de hacer compatible el mundo familiar y laboral, la custodia compartida, hacen más compleja la convivencia familiar y las tareas educativas (Beck y Beck-Gernsheim, 1998, Beck y Beck-Gernsheim, 2012). Las tensiones generadas tienen su rompeolas en las consultas de los pediatras, de los médicos de familia, de los psicólogos, y de los departamentos de orientación escolar.

Problemas educativos planteados por las nuevas situaciones familiares

El divorcio

El número de divorcios aumenta y, posiblemente, alcanzaremos la tasa estadounidense, superior al 60% de los matrimonios. ¿Cuál es el efecto que el divorcio de los padres produce en los niños? Depende de cuál sea la situación previa. Una situación de conflicto familiar permanente suele ser más destructiva para los hijos que un divorcio amistoso. Los procesos que llevan al divorcio suelen ser largos, y provocan cambios en la relación con los niños que, sin duda, les afectan emocionalmente (Gottman y Levinson, 1992). Se suele decir que el divorcio reduce las habilidades sociales de los niños, pero Hetherington ha mostrado que los niños de familias conflictivas divorciadas presentan un índice parecido de dificultades de ajuste social que los hijos de familias conflictivas no divorciadas, por lo que puede deducirse que es la hostilidad íntima el factor determinante (Hetherington, 1979, 1999). Hetherington y Kelly han estudiado a 1.400 familias y 2.500 niños durante tres décadas, para estudiar los efectos del divorcio en EE.UU. A los veinte años del divorcio, el 80% de los niños habían sido capaces de adaptarse bien a la nueva vida, un porcentaje parecido al de las familias no divorciadas. “Al parecer, escriben, proceder de una familia donde no haya habido divorcios no es una garantía de éxito para la vida adulta”. Por lo que sabemos, los factores de riesgo para los niños son: el periodo de tensiones antes del divorcio, el comportamiento de los padres después del divorcio, la red social de apoyo que el niño mantiene y los cambios económicos que experimenta. Por regla general, una familia divorciada ve disminuido su nivel de vida.

¿Cuál es la respuesta de los niños al conocer la noticia de la separación de los padres? Depende mucho de la edad y, por ello, es importante aconsejar a los padres sobre el modo de decírselo. Cerca de la mitad de los niños con padres separados siente un intenso temor de ser también abandonados, por lo que es prioritario que el niño tenga la seguridad de que sus padres, por encima de todas las desavenencias que haya entre ellos, le seguirán queriendo. También es frecuente, sobre todo en niños pequeños, que se sientan culpables de la separación de los padres (Castells, 2009).

El aumento de divorcios está cambiando la concepción de la familia, precisamente para proteger a los hijos. La indisolubilidad del matrimonio está siendo sustituida por la indisolubilidad de las responsabilidades respecto de los hijos.

Familias monoparentales

Hay tres tipos distintos de familias monoparentales: por muerte de uno de los cónyuges, por divorcio o separación y por elección voluntaria que, a su vez, hay que dividir en maternidad biológica o maternidad adoptiva. La maternidad biológica sola by choice es una figura reciente y en aumento. En el año 2005, según datos Eurostat, en Suecia el 49% de los nacimientos se daba en madres solteras, en Francia el 42,2%, la media europea es del 25,6%, y en España del 20,5%. La edad media en España de la maternidad solitaria (biológica o adoptiva) es entre 35 y 45 años. Desde el punto de vista de la educación, el mayor problema deriva de las condiciones económicas. Las madres o padres solos se enfrentan a los retos de la parentalidad sin tener el apoyo de otro adulto comprometido y esto puede exceder su competencia. El principal riesgo para el desarrollo de los niños que viven en una familia monoparental puede derivar del continuo patrón de estrés, agotamiento, depresión y aislamiento social de la familia. La disciplina puede ser errática, y el niño puede correr riesgo social o depresión. Pero las madres y padres solos también pueden educar exitosamente a sus hijos si disponen de los siguientes factores protectores: una red social de soporte, estatus financiero seguro, calidad de las fuentes alternativas de cuidado, capacidad para mantener la apropiada disciplina, capacidad de soportar el cansancio, de establecer relaciones sociales y de colaborar con otros adultos en la educación de sus hijos (Sargent, 1992, L. Flaquer, E. Almeda y Navarro-Varas, 2006, Morris, 2008).

La maternidad solitaria by choice está relacionada con una distinta relación con los hijos. Los sociólogos señalan que se está produciendo una polarización del amor femenino en el niño, y no en la pareja. Una cierta decepción lleva a buscar el cumplimiento afectivo en la relación solitaria con el hijo, como el único amor seguro, lo que puede producir dificultades para la independización posterior del hijo.

Familias reconstituidas

Aproximadamente el 65% de las mujeres divorciadas y el 75% de los hombres vuelven a formar una nueva familia, lo que en el caso de tener hijos del primer matrimonio plantea problemas educativos especiales. Un dato sorprendente es que los divorcios de segundas nupcias son un 10% más frecuente que los de las primeras, lo que añade más inestabilidad a la situación. La constitución de una nueva familia plantea muchos problemas nuevos. El primero suele ser informar al hijo de la aparición de una nueva pareja. Le siguen la búsqueda de una nueva identidad familiar, la aparición de nuevas lealtades, el sesgo afectivo hacia los hijos propios, los sistemas de custodia compartida. El mejor resumen de la situación la hace Amato. Cuando el divorcio se asocia con el paso a una situación de mayor estrés, conflicto y adversidad, los niños de familias divorciadas tienden a estar peor ajustados a la realidad social que los niños miembros de familias no divorciadas de baja conflictividad. Pero cuando el divorcio supone el paso a una situación mas armoniosa, menos conflictiva, la situación del niño es equiparable a la de las familias con bajo nivel de hostilidad (Amato y cols., 1995).

Las familias reconstituidas se enfrentan con grandes dificultades, porque tienen una historia previa con frecuencia dolorosa y se crean complejas dinámicas entre la pareja, entre cada uno de los nuevos cónyuges con los hijos aportados por su pareja, de los hijastros entre sí, de los hijastros con los hijos del nuevo matrimonio. Conviene que tengan en cuenta los siguientes aspectos: 1) las parejas deben analizar el rol que desempeñará cada uno de ellos de en la crianza de los hijos del nuevo cónyuge, así como los cambios en las reglas del hogar que podrían ser necesarios. Incluso cuando ya habían convivido antes de casarse, es probable que los niños respondan de manera distinta al padrastro o la madrastra después del casamiento porque ahora ya asume el rol oficial; 2) la integración suele resultar más fácil cuando se cambia de domicilio en vez de ir a vivir al domicilio de uno de los miembros; 3) las parejas reconstituidas suelen al principio dedicar más tiempo a las exigencias de los hijos que a afianzar su relación, lo que a veces plantea problemas íntimos; 4) los niños de 10 a 14 años suelen ser los que se adaptan con más dificultad. Los mayores de 15 son ya más independientes, y los menores de 10 suelen aceptar con más facilidad la presencia de un nuevo adulto; 5) el acercamiento a los hijos de su pareja ha de hacerse con calma y teniendo en cuenta el estado emocional y el sexo del niño. Los niños y las niñas de familias reconstituidas indicaron que prefieren las muestras de afecto verbal, como elogios y cumplidos, en lugar de abrazos y besos. Las niñas, en especial, dicen que se sienten incómodas con las demostraciones de afecto de su padrastro. En general, los niños parecen aceptar a su padrastro con mayor rapidez que las niñas; 6) después de un divorcio, los niños suelen adaptarse mejor a sus nuevas vidas cuando el padre que se ha mudado lo visita constantemente y mantiene una buena relación con ellos. No obstante, una vez que los padres vuelven a casarse, a menudo reducen o mantienen niveles inferiores de contacto con sus hijos. Como promedio, reducen sus visitas a la mitad dentro del primer año; 7) los padres no deben hablar en contra de sus excónyuges delante de los niños; y 8) en las mejores condiciones, la adaptación a la nueva familia puede tardar entre dos y cuatro años (Bray y Kelly, 1998, Wisdom y Green, 2002).

Familias homosexuales

Hasta el momento, las investigaciones se han hecho para intentar justificar la aprobación o desaprobación de las leyes sobre la familia homosexual. Según Charlotte J. Patterson, muestran que las parejas homosexuales tienen competencias (e incompetencias) educativas parecidas a las pareja heterosexuales. Pero admite que han de hacerse más estudios para conocer las diferencias entre las parejas lesbianas y gays (Patterson, 2002). Es posible que haya que distinguir entre “parejas homosexuales” e “ideología homosexual”. Durante mucho tiempo, los movimientos gays se manifestaron como esencialmente transgresores, y antifamiliaristas. El interés por la parentalidad acompaña al interés por la normalización de las relaciones homosexuales (Roudinesco, 2004).

Las relaciones de pareja y la educación de la infancia

En los cursos de la UNIVERSIDAD DE PADRES on-line, hemos integrado los mejores programas de parenting, pero tras la experiencia de cinco años los hemos ampliado organizando una ESCUELA DE PAREJAS CON HIJOS, conscientes de que las relaciones conyugales, matrimoniales o de pareja tienen una enorme importancia en la salud y la educación del niño. Es evidente que el asesoramiento familiar cae fuera de competencias pediátricas, pero también lo es la conveniencia de que los pediatras conozcan algunos de los métodos que pueden ayudar a las parejas a resolver sus problemas de convivencia. Los estudios científicos sobre la relación entre la calidad de las relaciones parentales y el desarrollo infantil comenzaron en los años sesenta con la aparición de las “teorías sistémicas de la familia”. La idea central es que la familia es un todo y que el comportamiento de cada uno de sus miembros repercute en el todo completo, por lo que se produce una causalidad circular. Lo que es común es que la incapacidad de los padres para resolver sus tensiones cambia sus relaciones con los hijos, aunque de manera diferente en el caso del padre y de la madre. La buena relación marital predice la implicación del padre en el cuidado del niño, y la satisfacción con la paternidad. Como señala Feldman “en nuestras clases altas y medias la calidad de la diada parental, reportada por el esposo o la esposa, es el más consistente y poderodo predictor de la implicación paternal” (Feldmand y cols., 1983). Parece que la mala relación conyugal influye más en el comportamiento del padre que en el de la madre y que, en ocasiones, aumenta la dedicación de esta al cuidado de los hijos (Belsky y cols., 1984).

Las desavenencias maritales pueden tener una influencia directa sobre el desarrollo infantil por los cambios que producen en la calidad de la crianza (Fauber y Long, 1991). La exposición a conflictos no resueltos está asociada con afectos negativos y pobre capacidad de afrontamiento en el niño (Cummings, 1991). Los conflictos son inevitables y los hijos de las parejas que muestran una relación de hostilidad mutua tienden a ser descritos por los maestros como exhibiendo características antisociales (Katz y Gottman, 1993). Cuando los maridos se muestran violentos y emocionalmente distantes al enfrentarse a problemas conyugales, sus niños son descritos como víctimas de ansiedad y manteniendo comportamientos defensivos. Pero, cuando los conflictos son expresados constructivamente, son de grado moderado, se expresan en un contexto de calidez y estabilidad familiar y dan pruebas de solucionarse, permiten aprender a los niños a negociar los conflictos y resolver las desavenencias (Davies y Cummings, 1994).

Conocer los problemas que afectan a las familias con hijos y los métodos para poder ayudarlos informalmente o, al menos, para detectar las situaciones de riesgo, puede resultar muy útil, tanto para los pediatras como para los docentes. Las relaciones de pareja se construyen sobre la personalidad de sus miembros, sus creencias acerca de los roles masculinos o femeninos y la capacidad de comunicarse. La sociología indica que es posible que en la cultura occidental hombres y mujeres tengan diferentes expectativas sobre el matrimonio. El hombre aspira a que todo funcione bien, es decir, a un bienestar instrumental, mientras que la mujer suele aspirar a una relación afectiva más profunda (Beck y Beck-Gersheim, 1998). Podemos prevenir algunos momentos conflictivos: la aparición de un niño supone un cambio radical en las relaciones y modo de vida de la pareja, la distribución de las tareas domésticas, la relación con la familia, la vuelta al trabajo de la madre y, más adelante, el modo de educar a los hijos suele ser motivo de conflictos. Conviene todavía tranquilizar a las madres que tienen que volver al trabajo, porque continúan arrastrando un complejo de culpabilidad. Sin embargo, los estudios que tenemos muestran que el llevar a un niño a una guardería, o a un centro de educación infantil de buena calidad, no afecta a las relaciones de apego con su madre (Nichd, 2001), mejora las competencias cognitivas y lingüísticas (Lamb, 1999) y sociales. Un estudio longitudinal llevado a cabo durante 14 años, en Suecia, muestra que el tiempo que el niño pasa en la guardería antes de los tres años influye en las habilidades sociales del niño y esa competencia se mantiene a lo largo de la infancia y de la primera adolescencia (Campbell y cols., 2000). Algunos estudios han mostrado que la educación en las guarderías aumenta la agresividad y la desobediencia del niño, al fomentar su independencia y autonomía. A pesar de las alarmistas afirmaciones de Belsky (Belsky, 1999) parece que esos efectos no son muy importantes porque no se mantienen al llegar a la escuela (Egeland y Hiester, 1995).

Ya se que estos temas pueden parecer a muchos pediatras alejados de su práctica inmediata, sobrecargada y urgente, pero todos los educadores –y creo que los pediatras lo son– nos vemos implicados en asuntos que no son directamente de nuestra competencia, pero que no podemos eludir. Por eso quiero recordarles un texto que ya incluí en el primero de los artículos de esta serie, escrito por un prestigioso pediatra estadounidense:

“¿Es que me equivoco al pensar que el pediatra puede ayudarme a educar a mis niños?” Escucho con frecuencia esta pregunta formulada por madres llenas de ansiedad. Las que se atreven a exponer sus preocupaciones tienen más posibilidad de encontrar ayuda. Muchos padres buscan desesperadamente apoyo y no saben dónde encontrarlo. Una de las personas a las que tienen tendencia a acudir es el pediatra o el médico de familia, alguien interesado por la salud física del niño. Esperan encontrar en ellos la misma atención hacia su salud mental” (Brazelton, 2006).

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